miércoles, 14 de enero de 2009

LA PUERTA DE LA FELICIDAD.

LA PUERTA DE LA FELICIDAD.
ALFONSO FRANCIA.
A la puerta de la felicidad llega un hombre, en la plenitud de su vida. Su paso es firme y decidido. Una fuerza invisible parece atraerlo hacia allí. Golpea la puerta, fuerte y esperanzado.
Sale el guardián, quien, mirándolo fijo y como extrañado, le pregunta:
- ¿Qué desea?
- ¿No es ésta la puerta de la felicidad?, pregunta el buen hombre.
- Sí, ésta es la puerta; pero ésta no es tu hora.
Nuestro hombre se queda un poco perplejo, desconcertado y sin capacidad de
reacción. Tras unos segundos de vacilación, se sienta en el suelo y queda como pensativo, ensimismado. Así pasa un largo rato…
Después empieza a mirar a su alrededor curiosamente: la puerta, las ventanas, el edificio…, como si buscara una manera de entrar y de burlar al guardián. Ninguna solución parece convencerle. Nervioso, lucha entre el deseo, la duda, la indecisión, hasta que por fin se decide a llamar nuevamente.
- Me dijo Vd. Que ésta era, efectivamente, la puerta de la felicidad, pero que no era
mi hora. ¿Cuál es, pues, mi hora? ¿qué tengo que hacer?
- Mi papel es sólo éste; no puedo decirle más.
Como le parece muro infranqueable, intenta abordarlo de otra manera.
Entabla conversación con él, habla de mil cosas, intenta caerle simpático, observa mucho, estudia sus reacciones y puntos flacos… pero ¡nada!. No hay solución de “enchufe”.
Cansado, y sin conseguir nada, se echa en el suelo a pensar, a jugar solo, a cantar y a dormir, ¡quién sabe si alguna vez, por casualidad, por despiste o aprovechando la llegada de otro…! Aquello es aburrido, insoportable, pero ¡qué hacer, cómo irse, si aquella es la puerta de la felicidad!
Pasan meses y años, sin más preocupaciones que la de organizar su soledad para que la espera sea lo más agradable posible. Todo valdrá la pena para cuando llegue la felicidad.
Muy enfermo y envejecido, se ve desfallecer. Quizá su estado inspire compasión al guardián y lo deje entrar. Por eso, juntando las últimas fuerzas, se acerca y llama de nuevo, preguntando con su voz ya mortecina: -¿Cómo es que, siendo ésta la puerta de la felicidad, no ha venido nadie, cuando en el mundo la gente se mata para conseguirla?
- Es que cada uno tiene su puerta.
- ¿Entonces, es seguro que ésta es la mía?
- Sí, ésta era su puerta – dijo con fuerza el guardián-. Ahora la cierro definitivamente.

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