lunes, 2 de febrero de 2009

EL REGRESO

EL REGRESO.
Érase una vez un cantero que todos los días subía a la montaña a cortar piedras. Mientras trabajaba, no dejaba de cantar, porque, a pesar de ser pobre, no deseaba tener más de lo que tenía, de modo que vivía sin la menor preocupación.
Un día le llamaron para que fuera a trabajar en la mansión de un rico aristócrata. Cuando vio la magnificencia de la mansión, sintió por primera vez en su vida el aguijón de la codicia y, suspirando, se dijo: “¡ Si yo fuera rico, no tendría que ganarme la vida con tanto sudor y esfuerzo como lo hago…!”.
Y para su asombro, oyó una voz que decía: “Tu deseo ha sido escuchado. En adelante se te concederá todo cuanto desees”. El hombre no entendió el sentido de aquellas palabras hasta que, al regresar aquella noche a su cabaña, descubrió que en su lugar había una mansión tan espléndida como aquella en la que había estado trabajando. De modo que el cantero dejó de cortar piedras y comenzó a disfrutar la vida de los ricos.
En un caluroso día de verano, se le ocurrió mirar por la ventana y vio pasar al rey con su gran séquito de nobles y esclavos. Y pensó: “¡Cómo me gustaría ser rey y disfrutar del frescor de la carroza real!”. Su deseo se cumplió: al instante se encontró sentado dentro de una confortable y regia carroza. Pero esta resultó ser más calurosa de lo que él había supuesto. Entonces miró por la ventanilla y admiró el poder del sol, cuyo calor podía atravesar incluso la espesa estructura del carruaje. “Me gustaría ser el sol”, pensó para sí. Y una vez más vio cumplido su deseo y se encontró emitiendo olas de calor hacia todos los puntos del Universo.
Todo fue muy bien durante algún tiempo. Pero llegó un día lluvioso y, cuando intentó atravesar una espesa capa de nubes, comprobó que no podía hacerlo. De manera que al instante se vio convertido en nube y gloriándose en su capacidad de no dejar pasar al sol…, hasta que se transformó en lluvia, cayó en tierra y se irritó al comprobar que una enorme roca le impedía el paso y le obligaba a dar un rodeo.
“¿Cómo?”, exclamó. “¿Una simple roca es más poderosa que yo? ¡Entonces quiero ser roca!”. Y enseguida se vio convertido en una gran roca en lo alto de la montaña. Pero, apenas había tenido tiempo de disfrutar de su nueva apariencia, cuando oyó unos extraños ruidos procedentes de su pétrea base. Miró hacia abajo y descubrió, consternado, que un diminuto ser humano se entretenía en cortar trozos de piedra de sus pies.
“¿Será posible?”, gritó. “Una insignificante criatura como esa es más poderosa que una imponente roca como yo? ¡Quiero ser un hombre!”. Y así fue como, una vez más, se vio convertido en un cantero que subía todos los días a la montaña para ganarse la vida cortando piedras con sudor y esfuerzo, pero cantando en su interior, porque se sentía dichoso de ser lo que era y vivir con lo que tenía.

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