EL OSO Y LOS PANES.
(LEON TOLSTOI)
A la posada de un pueblo llegó un día un artista ambulante, de aquellos que un tiempo actuaban en las plazas de los pueblos. Tenía consigo un oso amaestrado: una bestia alta, de casi dos metros, pero buena y mansa a pesar del terrible aspecto.
El artista decidió entrar a comer algo y a calentarse; y ató el oso a un palo fuera a la puerta. En su ánimo avaro no encontró lugar en pensamiento de que también su pobre oso tendría necesidad de comer y de calentarse.
Hacía un frío tremendo y el animal, en ayunas, aullaba por el hambre.
Al poco tiempo llegó una carreta cargada de panes frescos y olorosos. El carretero descendió, ató los dos caballos y entró en el local para comer. El oso empezó a oler con interés aquel buen perfume del pan. Después comprendió que el olor venía del carro, y con estirón rompió la cuerda que lo tenía atado. Se subió al carro y se puso a comer, con avidez, aquellos panecillos crujientes.
La gente huía asustada, frente a aquel espectáculo verdaderamente extraordinario: dos caballos enloquecidos y llenos de sudor que arrastraban un carro guiado por un oso terrible.
Pero los caballos, guiados por el instinto, se metieron por el camino de su aldea, y fueron a pararse delante de la puerta del panadero. Salió afuera alguno para ver qué novedad había…
A este punto, el oso se acordó de que era un oso amaestrado. Saltó del carro y empezó a dar espectáculo como le habían enseñado. Bailaba con movimientos tanto más graciosos cuanto más torpes, y extendía la pata como para pedir una moneda. La gente se agolpó alrededor de él con aplausos frenéticos: y los panecillos olorosos le llovieron alrededor, tantos que le quitaron el hambre por una semana.
Entonces el oso se alejó; ahora sabía proveerse por sí mismo. Y el patrón vagabundo tuvo que resignarse a caminar sin el oso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario