CUESTIÓN DE FE.
(LEYENDA HINDÚ)
El Señor decidió un día crear al hombre, es decir, un ser capaz de hacer todavía más bella la ya hermosa creación.
A este anuncio, los ángeles se agitaron, no por celos de la nueva creatura, sino por desconfianza hacia la nueva obra, que a ellos le parecía inconcebible e inactual.
Tomaron, pues una actitud crítica respecto al Señor, casi temiendo que la gran fatiga de la creación hubiese despojado a Dios de criterio, sentido común y sabiduría.
Los ángeles no lograban entender un ser que tenía que participar del mundo inferior y del mundo superior. Un pedazo de tiempo incrustado en la eternidad; la contradictoria coexistencia de lo material con lo espiritual.
La cosa no era razonable para los ángeles, no era ni siquiera posible para Dios; era necesario impedir a toda costa que el Señor realizase su proyecto.
Por lo tanto, se organizó una asamblea. Se preparó una especie de orden del día, en la cual, considerando que lo espiritual no podía estar unido a lo material, intimaban al Creador a no llevar a efecto aquel proyecto.
La orden del día fue sometida a votación por unanimidad y un querubín se encargó de someterla a la consideración divina.
El Señor leyó. Frunció las cejas. Releyó. La orden del día no tenía ningún error, y revelaba en la redacción un notable discernimiento crítico.
A pesar de eso, el Señor movió la cabeza, poco persuadido. Miró fijamente al ángel y le dijo con firmeza:
“Todo es justo; todo es verdad; pero lo que quiero hacer no es cuestión de filosofía”.
“¿Y de qué es entonces?” preguntó sumisamente el querubín.
“El hombre”, sentenció el Señor, “para mí es cuestión de fe y confianza”.
Calló. Un instante después confirmó: “La persona humana es cuestión de fe”.
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