viernes, 6 de febrero de 2009

AUSTERIDAD

AUSTERIDAD
(DE LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Vivían en una misma celda dos frailes bastante conocidos por su humildad y paciencia. Poco a poco, pasando los años, habían acomodado su nido eremítico de una manera perfecta.
La celda la habían hecho de mimbres y toda pintada: alrededor habían hecho un hermoso huerto con riachuelos de agua que venían de un manantial cercano, los cuales lo mantenían fresco todo el año y con tantas hortalizas y frutos que podían regalarle a los otros ermitaños. No faltaban ni siquiera pequeños macizos de flores y de hierbas olorosas que servían para adornar el pequeño altar del oratorio.
Un día un viejo monje, que había oído hablar de las grandes virtudes de estos dos hermanos, quiso cerciorarse en persona:
“Iré a ver”, dijo, “si es oro todo lo que reluce”.
Recibido con mucha reverencia y hecha oración, pidió ver el jardín.
“Venga, venga”, dijeron los dos, y lo acompañaron.
“Bello, bello”, decía el viejo arrugando la nariz: “Demasiado bello para unos eremitas…”
Y, tomando un bastón, se puso a zarandearlo con gran furia a diestra y siniestra, golpeando las berzas, la ensalada, los pepinos, las flores.
Parecía enloquecido. Los dos estaban allí, con los brazos cruzados, mirándolo, y apenas tuvieron el aliento para decir:
“¡Oh Dios!”, pero no añadieron otra cosa.
Más tarde, arrojados a los pies de aquel santo Padre que, mientras tanto, se había sentado a la sombra a secarse el sudor, le dijeron:
“Padre, si te agrada, iremos a recoger algo de aquella berza que ha quedado, y así la coceremos y la comeremos los tres juntos”.
El viejo no creía lo que estaba viendo: todo admirado, los abrazó y dijo:
“Doy gracias a Dios, porque verdaderamente el Espíritu de Dios que es paciente habita en vosotros”.

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