JUAN E. HARTZENBUSCH.
-!Qué tonto es este perro¡,
se le oía exclamar frecuentemente
a la preciosa Inés, niña excelente.
-Contigo, Ana, y con él ves que me encierro
el día una hora larga,
para que aprenda al menos la cartilla,
y ni una letra pilla
de las que en buena paz quiero enseñarle;
y es lo más me carga
que, al estudio queriendo aficionarle,
de panecillos le harto cada día,
y gruñe todabía
en tono socarrón, o parecido
a sospechosa y vil zalamería.
Oye, Ana, que ha empezado.
¿Qué me querrá decir en ese aullido?
-Te dice, Ana repuso, traducido
el perruno lenguaje bien y pronto:
como tú me des pan, llámame tonto.
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