martes, 21 de junio de 2011

ANTES DE HABLAR, REFLEXIONA.

Había una vez un niño que tenía muy mal carácter y se peleaba con todo el mundo. Un día su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo lo siguiente:

- Cada vez que pierdas la calma, cada vez que discutas con alguien, irás a clavar un clavo en la cerca que está detrás de casa.Así pues, cada vez que el chico se enojaba con alguien, tomaba el martillo y clavaba un clavo en la cerca. En poco tiempo había clavado treinta y siete clavos. Sin embargo, a medida que clavaba se fue calmando porque descubrió que era mucho más fácil controlar su carácter que tomarse el trabajo de clavar los clavos en la madera.

Pasaron unos meses y el niño le dijo a su padre:

-En las últimas semanas no he discutido con nadie.

Su progenitor le sugirió entonces que cada vez que controlara su carácter sacara un clavo de la cerca. Los días pasaron y el joven fue sacando clavo tras clavo. Hasta que un día el hijo se le acercó a su padre y le anunció:

-Ya he sacado todos los clavos.

El padre lo observó y, tomándolo de la mano, lo condujo a la cerca.

-Observa, hijo, has hecho bien, pero fíjate en todos los agujeros que han quedado; esta madera ya nunca será la misma de antes. Cuando dices o haces cosas que ofenden a otro, dejas una cicatriz como este agujero de la cerca. El daño ya está hecho. Aunque pidas perdón, allí donde hayas dado una estocada habrá quedado una herida.

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