BURKINA.
Un día un gato vio a un ratoncillo corriendo por una casa y se puso a perseguirlo. El ratón, que no estaba en sus cabales, en vez de huir, se volvió al amo de la casa, que dormía profundamente.
El perro trató de calmar a los contendientes, pero no lo consiguíó; mientras sujetaba a uno, el otro le golpeaba, y viceversa. Entonces decidió pedir ayuda a los demás moradores del corral. Se dirigió al gallo y éste le respondió: -A mi echan cada vez que entro allí; así es que se arreglen ellos.
Acudió el caballo. Este dijo: -No salgo nunca de aquí y no seré yo quien entre hoy en una casa para separar dos locos.
Se dirigió a un chivo, que dijo: -Yo estoy en esta esquina y no pienso meterme en lo que pase fuera de aquí.
El perro salió de la finca y se dirigió a un buey, que le respondió: - Yo nunca entro en una finca, así es que no veo por qué voy a entrar en una casa. El perro, afligido, volvió a entrar y vio que, durante la lucha, se habían caído algunos objetos; uno de ellos, muy pesado, había matado al dueño de la casa.
A la mañana siguiente, se organizaron los funerales, y lo primero que hicieron fue ir a avisar al jefe. Pero como a éste no se debe uno presentar con las manos vacías, cogieron el gallo y se lo ofrecieron como regalo.
El perro quedó muy afectado al ver al gallo cabeza abajo, y éste le dijo:
-Esto es por la cuestió de la historia del gato y el ratón.
- Si me hubiese ayudado -contestó el perro-, no hubiera sucedido esto.
Luego hubo que avisar a la gente que vivía lejos y dieron el caballo a un joven que por poco lo mata a golpes. La costumbre exige que se mate a un chivo cuando muere un jefe de familia, y esta vez le tocó al chivo de marras hacer el gasto. Es tradición celebrar algún tiempo después unos funerales por un jefe de familia, y al buey le tocó ser sacrificado.
Cuando alguien con sus propios medios puede remediar los problemas de otro y no lo hace, más pronto o más tarde su egoísmo se volverá contra él.
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