martes, 15 de junio de 2010

EL ABRAZO DE DIOS.

Un fuerte viento soplaba en una fria noche de marzo en las afueras de un pequeño hospital de Dallas, mientras el doctor entró en el cuarto donde se encontraba Diana Blessing. Ella aun estaba adormecida por la cirugía y su esposo David aguantaba su mano cuando el médico les comunicó el último informe de su recién nacida, la pequeña Danae Lu Blessing. La tarde del 10 de marzo de 1991, complicaciones habían forzado a Diana, con solo 24 semanas de embarazo (seis meses), a tener una cesárea de emergencia para que naciera Danae Lue, la nueva hija de la pareja.

La niña nació pesando solo una libra y nueve onzas y con solo 12 pulgadas de longitud. Los padres sabían que la niña era peligrosamente prematura, pero no estaban preparados para escuchar lo que la suave voz del medico estaba a punto de decir.

"No creo que podrá sobrevivir. Hay solo 10 % de posibilidad de que dure toda la noche y aunque sobreviva, su futuro será muy cruel. Nunca caminara o hablara. Posiblemente sea ciega. Será susceptible a enfermedades catastróficas como retraso mental".

"¡No, no, no!" era lo único que la madre podía decir. Ella al igual que su esposo David y su hijito Justin, de solo cinco años de edad, habían soñado por mucho tiempo en tener una hijita para así completar la familia con cuatro integrantes. Ahora en unas pocas horas, ese sueño estaba desapareciendo.

Durante las horas oscuras de la mañana, mientras la pequeña Danae Lue seguía luchando por vivir, su madre se dormía y despertaba pero con una creciente determinación no solo de que su pequeña hijita sobreviviría sino que seria una niña feliz y saludable. Sin embargo, David pensó que debía empezar a preparar a Diana para lo inevitable.

"Debemos empezar a hacer arreglos para el funeral," le decía el. Diana recuerda lo mucho que David intento convencerla pero ella rehusó escuchar y le respondía: "no, eso no va a ocurrir. No importa lo que los médicos digan. Danae no va a morir. ¡Un día estará bien y regresara a la casa con nosotros!".

Como si la determinación y voluntad de su madre se estuviera imponiendo, Danae se mantuvo sujeta a la vida hora tras hora a pesar de estar rodeada por máquinas médicas.

Cuando pasaron esos primeros largos días de vida en los cuales parecía que en cualquier momento Danae dejaría de respirar, una nueva agonía tomo lugar. Por tener un sistema nervioso tan frágil y subdesarrollado, el beso mas suave intensificaba la incomodidad de la pequeña así que ni siquiera los padres podían tenerla en sus brazos y ofrecerles de esa forma su amor y cariño. Todo lo que podían hacer mientras la pequeña yacía cubierta por rayos ultravioleta, tubos y cables, era orarle a Dios para que Él se mantuviera cerca de su pequeña. La niña siguió sobreviviendo aunque sin ninguna mejora drástica. También poco a poco fue aumentando de peso.

Al cumplir dos meses de vida, sus padres pudieron finalmente tomar a Danae en sus brazos por primera vez. Dos meses más tarde, a pesar que los médicos seguían pronosticando condiciones difíciles de vida para la pequeña Danae, ésta fue llevada a su casa con sus padres, tal como había su madre predicho.

Hoy, cinco años mas tarde, Danae es una chiquita batalladora con brillantes ojos grises y con un insaciable entusiasmo por vivir. Ella no tiene ni la más leve idea de su incierto e improbable nacimiento y lucha por sobrevivir. Tampoco hay síntoma alguno de impedimento físico o mental. Es todo lo que una pequeña de cinco años debe ser y mucho más. Pero este esta lejos de ser el fin de esta historia.

Una calurosa tarde en el verano de 1996, cerca de su casa en Irving, Texas, Danae estaba sentada en las piernas de su madre en las gradas de un terreno de béisbol donde Justin practicaba junto al resto de sus compañeros. Como siempre, Danae estaba hablando y sonriendo con su madre y algunos otros padres allí presente.

Estaba sentada cuando de repente dejo de hablar, cubrió su pecho con ambos bracitos y dijo: "¿Puedes oler eso?" Su madre al oler el aire y notar que se acercaba una tormenta respondió: "si, huele como lluvia." La pequeña cerro sus ojos y otra vez pregunto: "¿Puedes oler eso?" Nuevamente su madre respondió: "Si, creo que nos vamos a mojar, huele como lluvia." Aun en medio del momento, Danae meneo sus delgados hombros y sus pequeñas manos y dijo en alta voz, "no, huele como Él."

"Huele como Dios cuando tu recuestas tu pequeña cabeza en su pecho."

Lagrimas empañaron los ojos de Diana mientras su hijita corría a jugar con los otros niños justo antes de empezar a llover. Las palabras de su hijita confirmaban lo que Diana y todos los miembros de la familia sabían, por lo menos en sus corazones: "que durante esos largos días y noches de los dos primeros meses de la vida de Danae, cuando sus nervios eran muy sensitivos para ser tocados y sus padres ni siquiera podían tocarla o abrazarla, Dios estaba cargando a la pequeña en su pecho y es su amoroso aroma lo que ella recuerda tan bien".

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