Sabéis que el mulo es hijo de una yegua y un burro (no de un mulo y una mula); pues bien, el mulo de nuestra historia trabajaba para un obispo y estaba muy orgulloso de servile. A este mulo también se le conocía porque siempre estaba hablando de lo noble que era su familia y no paraba de contar las muchas proezas que su madre, la yegua, había realizado. De su padre, no decía nada. Con todo ello pretendía pasar a la historia.
Un día lo vendieron a un médico y el mulo se sintió humillado, creyendo que se rebajaba con la nueva labor.
Cuando ya fue viejo y no veía bien, un molinero lo compró para engancharlo en la noria. Allí, mientras daba vueltas y más vueltas se acordó de su padre el borrico...
A este mulo vanidoso tuvo que llegarle la desgracia para que se diese cuenta de la realidad; así que bien podemos decir que incluso de la desgracia siempre se puede sacar alguna enseñanza.
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