La sala estaba abarrotada, en su mayoría por ancianas damas. Se trataba de una especie de nueva religión o secta. Uno de los oradores se levantó para hablar, vestido únicamente con un turbante y un taparrabos. Y habló emocionadamente acerca del poder de la mente sobre la materia y de la psique sobre el soma.
Todo el mundo escuchaba embelesado. Al acabar, el orador regresó a su sitio, justamente enfrete de mí. Su vecino de asiento se dirigió a él y le preguntó en voz baja, aunque perfectamente audible:
"¿Cree usted realmente lo que dice de que el cuerpo no siente nada, sino que todo está en la mente y que la mente puede ser conscientemente influida por la voluntad?".
"Naturalmente que lo creo", respondió el farsante con piadosa convicción.
"Entonces", le replicó su vecino, "¿Le importaría cambiarme el sitio? Es que estoy en medio de una corriente...".
Muchas veces he intentado desesperadamente practicar lo que predico.
Si me limitara a predicar lo que practico, sería mucho menos farsante.
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