ESOPO.
Un ladrón alquiló un cuarto en una taberna y se quedó un tiempo con la esperanza de robar algo que debería permitirle pagar su cuenta.
Cuando ya había esperado algunos días en vano, vio al posadero vestido con un nuevo y hermoso abrigo y sentado junto a la puerta. El ladrón se sentó a su lado y habló con él. Cuando la conversación comenzó a decaer, el ladrón bostezó terriblemente y al mismo tiempo aulló como un lobo. El Posadero preguntó:
-- ¿Por qué aúlla usted tan terriblemente?
-- Le diré, -- dijo el ladrón -- pero primero permítame pedirle que sostenga mi ropa, o la despedazaré. No sé, señor, cuando fue que adquirí este hábito del bostezo, ni si estos ataques de aullidos fueron infligidos a mí como una condena por mis delitos, o por alguna otra causa; pero sí sé realmente, que cuando bostezo por tercera vez, me convierto en un lobo y ataco a los hombres.
Con este discurso él comenzó un segundo ataque de bostezo y otra vez aulló como un lobo, tal como lo hizo al principio. El posadero, habiendo oído su historia y creyendo todo lo que él dijo, se puso enormemente alarmado y, levantándose de su asiento, intentó escapar. El ladrón lo sostuvo por su lujoso abrigo y le suplicó que se detuviera, diciendo:
-- Por favor espere, señor, y sostenga mi ropa, o la despedazaré en mi furia, cuando me convierta en un lobo.
Al mismo momento él bostezó por tercera vez y produjo un aullido aún más terrible. El posadero, realmente asustado, no fuera a ser que él sería atacado, dejó su nuevo abrigo en las manos del ladrón y corrió tan rápido como podía hacia adentro de la posada para su seguridad. El ladrón entonces se largó con el abrigo, no pagó la cuenta y no volvió nunca más a la posada.
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