Era una fría mañana, no había podido dormir bien; la pesadilla era tan real, tan cruel, tan profundamente sombría como la realidad, la realidad del día, de la vida malgastada en mil noches de insomnio.
La lluvia golpea lentamente los cristales de la ventana, con esa monotonía embriagadora del tiempo. El sonido hueco del reloj me sumerge mas y más en ese mundo sacado d lo irreal, con figuras fantásticas a mí alrededor.
La pesadilla parece prolongarse con cada tic tac, sin que de ella pueda despertar; el viento mueve suavemente las copas de los árboles, llueve y esa lluvia la siento de llanto, por cosas que ya jamás volverán, de cosas que pasaron, de vidas vividas.
Me sumerjo en esas visiones del pasado, en una angustia que anuda mi garganta; locura de comprender, de creer que el final está próximo y que nada vale seguir.
En un segundo todo cambia, o soy yo, se intensifica, siento que voy de la mano con la muerte, vieja amiga que me llama; gruesas gotas golpean fuertemente en los empañados cristales, como si quisieran romperlos, gritar...
Negros nubarrones obscurecen el cielo, las torres se ocultan en la bruma de la mañana, se desvanecen por momentos, como se desvanece poco a poco mi vida.
La calle solitaria tiene un aspecto sombrío, monótono; de la esquina surge una sombra, se oculta en mi mente y vuelve a aparecer como espectro en mi pesadilla.
Con un gastado paraguas negro, un viejo camina lentamente bajo la lluvia. Sus pasos son calmados, no le molesta el llanto.
En su rostro se ven las huellas del dolor, sostiene el paraguas con una mano que se me antoja callosa y sarmentosa que no condice con la firmeza de sus pasos, lentos, pero inevitables.
Al aproximarse frente a la casa levantó su mirada que me hirió el alma, sus ojos eran de un azul intenso, muy firmes, como sus manos, pero dejaban ver más allá, eran ojos distintos a los espectros de mis pesadillas.
Reflejaba algo olvidado por mí.
¡Parece que gozaba con el aspecto gris de la mañana!
¿Es que tiene encanto?... tal vez... tal vez en el transcurso de los años vividos encuentre una nostalgia atrayente en esos charcos, pequeños, fríos y grises.
¿Será que el paso de los años enseña la forma de ver las cosas como realmente son?
Algún día mis pasos serán los que resuenen, cansados, lerdos, bajo la lluvia y seré yo quien ría... seré yo quien ría del mundo, de mí, de estos años mozos con mis inquietudes y mis anhelos. Seré yo quien ría de esta pesadilla cruel que hoy me atormenta.
Todo es gris, la lluvia vuelve a intensificarse, cual cortina infranqueable que oculta el horizonte. Me falta el aire, ¡necesito aire!
La nostalgia me muerde como perro rabioso, dejándome ese vacío interior.
Quiero fugarme, hacia algún lugar donde poner mi soledad, mis tristezas, todos los sueños que soñé y esta pesadilla diaria que de tanto repetirse ya son mis días.
El rabioso perro me sigue mordiendo y mordiendo... comprendo que estoy solo, que nací y moriré solo, que no sé quien soy. Me miro cual extraño sin encontrar esa respuesta de porque existo.
La nostalgia me esta matando lentamente, me desangra cada día, me revuelca en la miseria de perder cada día mi pasado, mi gente, mi tierra, allá muy al sur.
Una mano que no es la mía deja entrar un gélido y calmo aire cargado con aroma a humedad, a tierra mojada; esos ojos me enseñaron, me dieron un porque, se mezclaron con mi pesadilla y con ese fiel y rabioso amigo de mis días.
Hoy comienzo a volver y ya a lo lejos oigo el suave arrullo de un bandoneón, susurrando un tango.
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