(LEYENDA PERUANA)
Aquel hombrecillo era pequeño, demacrado y miserable. Era un siervo, un doméstico hindú, y debía hacer su faena en la residencia del gran señor. Lleno de humildad y de terror, el hombrecillo estaba de pie frente al patrono. Quizás por causa de su aspecto sencillo y simple, era despreciado por éste.
-"Pareces un perro", le decía. "Ponte con cuatro patas. Ahora corre como los perritos. Ahora endereza las orejas. Junta las manos."
El hombrecillo obedecía como mejor podía, y el patrono reía a má no poder. Y así todos los días obligaba a su siervo a humillarse, lo exponía a las burlas de sus compañeros. Pero una tarde, el hombrecillo levantó de golpe la voz. Tenía algo que decir.
-"Gran Señor, patrón mío, perdóname pero quisiera hablarte", dijo.
-"¿Quién tú?... ¿Y a mí?."
- "Sí señor. He tenido un sueño. He soñado que habíamos muerto los dos, usted y yo."
-"¿Tú?... ¿Conmigo?... Cuenta, que me ría un poco."
-Pues estábamos muertos, y por lo tanto desnudos los dos juntos. Desnudos ante nuestro gran patrono san Francisco."
-"¡Ve con cuidado! ¿Qué ocurrió entonces... ¡Habla!", ordenó el patrón, entre fastidiado y curioso.
- "Nuestro gran patrono nos examinaba con sus ojos que ven hasta dentro del corazón. Despueś llamó a un ángel y le ordenó: ¡Trae una copa de oro llena de la miel más transparente!"
-"¿Y entonces?", acosó el patrón.
-Entonces san Francisco dijo: Cubre al patrón con la miel de la copa de oro. Y el ángel tomando la miel en sus propias manos, la ha esparcido sobre su cuerpo, de la cabeza a los pies, así que usted estaba radiante de luz, como una estatua de oro, transparente en el esplendor del cielo."
-"Bien", dijo el patrono. Después añadió: "¿Y tú?".
-Para mí, nuestro santo patrono hizo venir a un ángel con un barreño grande, lleno de excrementos humanos. "Vamos, le dijo, ensucia el cuerpo de este hombrecillo; cúbrelo todo como mejor puedas. Rápido". Así hizo el ángel. Me embadurnó todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, y yo aparecí avergonzado y oliendo mal, en la luz del cielo..."
-Precisamente así ha de suceder", aprobó el patrón. "¿Termina aquí tu historia?"
-"Oh no señor, no. San Francisco volvió a escudriñarnos con aquellos ojos suyos que escrutan el corazón, después ordenó: "Y ahora debéis lameros el uno al otro. Lentamente y por mucho tiempo". Y ordenó a los Ángeles que vigilaran para que se cumpliese su voluntad.
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