(CUENTO ZEN)
Al rey Seko le gustaban mucho los dragones. Era una auténtica pasión lo que tenía por este tipo de extrañas criaturas. Las paredes de su palacio estaban llenas de pinturas de dragones; los suelos lucían con mosaicos de dragones, en los salones había dragones esculpidos en estatuas, en frisos...
Cuando llegaba algún visitante a su palacio le narraba historias fabulosas que hablaban de aventuras y desventuras relacionadas con este tipo de seres fabulosos. Incluso había mandado a los sabios de palacio, recopilar todos aquellos libros y textos que estuvieran relacionados con los dragones. De esta forma, ante los impresionados y atónitos visitantes, alardeaba de conocer todos los misterios y secretos relacionados con estos seres fabulosos. Y se mostraba como un valiente, capaz de mantener el tipo allí donde los demás se retiraban temerosos.
Una mañana, al levantarse el rey Seko, abrió la ventana que daba a los jardines de palacio... y cuál sería su sorpresa al ver un gran dragón que, asomándose por ella, le mostraba su rostro. Nunca había visto un dragón real a pocos metros de él.
El rey, completamente conmocionado y asustado, se desmayó. Al rey Seko sólo le gustaban las imitaciones de dragones. Le daban miedo los auténticos.
UN MINUTO PARA EL ABSURDO.
martes, 23 de junio de 2009
LOS RATONES.
(ESOPO)
Un ratón que vivía en la ciudad, yendo de camino, fue convidado por otro ratón, que vivía en el campo, y en su guarida le dio a comer bellotas, habas y cebada muy amigablemente. El ratón de la ciudad, agradeció, rogó al del campo que fuese con él a la ciudad a divertirse, a lo que condescendió éste.
Hallándose ambos en la ciudad, entraron en la rica despensa del palacio donde moraba el ratón ciudadano, que estaba llena de toda clase de alimentos buenos y apetecibles; y mostrando todo esto el ratón de la ciudad al otro, le dijo: Amigo, come lo que gustes, pues tengo en abundancia.
Mientras estaban comiendo alegremente, vino de improviso el despensero, y abrió la puerta con gran estruendo. Al oír el ruido, huyeron espantados los ratones, cada uno por su parte.
El ratón que habitaba aquella casa conocía muchos lugares para esconderse, y enseguida se puso a salvo; pero el forastero no sabía cómo escapar.
Por suerte enseguida marchó el despensero, y cuando cerró la puerta, los ratones volvieron a salir.
-Ven acá y comamos, ya ves cuantos manjares tenemos -dijo el ratón de la ciudad.
-Sí, muy bueno está esto -respondió el ratón de campo -, pero ¿éste peligro, es aquí muy frecuente?
-Sí, contestó el otro, esto sucede a cada instante; y por tanto es necesario acostumbrarse.
-¡Oh! - dijo el ratón forastero. ¡Con que esto es diario! Seguramente que vives aquí en la opulencia; pero sin embargo, más quiero con tranquilidad mi pobreza que con tales sustos y sobresaltos tu abundancia.
Un ratón que vivía en la ciudad, yendo de camino, fue convidado por otro ratón, que vivía en el campo, y en su guarida le dio a comer bellotas, habas y cebada muy amigablemente. El ratón de la ciudad, agradeció, rogó al del campo que fuese con él a la ciudad a divertirse, a lo que condescendió éste.
Hallándose ambos en la ciudad, entraron en la rica despensa del palacio donde moraba el ratón ciudadano, que estaba llena de toda clase de alimentos buenos y apetecibles; y mostrando todo esto el ratón de la ciudad al otro, le dijo: Amigo, come lo que gustes, pues tengo en abundancia.
Mientras estaban comiendo alegremente, vino de improviso el despensero, y abrió la puerta con gran estruendo. Al oír el ruido, huyeron espantados los ratones, cada uno por su parte.
El ratón que habitaba aquella casa conocía muchos lugares para esconderse, y enseguida se puso a salvo; pero el forastero no sabía cómo escapar.
Por suerte enseguida marchó el despensero, y cuando cerró la puerta, los ratones volvieron a salir.
-Ven acá y comamos, ya ves cuantos manjares tenemos -dijo el ratón de la ciudad.
-Sí, muy bueno está esto -respondió el ratón de campo -, pero ¿éste peligro, es aquí muy frecuente?
-Sí, contestó el otro, esto sucede a cada instante; y por tanto es necesario acostumbrarse.
-¡Oh! - dijo el ratón forastero. ¡Con que esto es diario! Seguramente que vives aquí en la opulencia; pero sin embargo, más quiero con tranquilidad mi pobreza que con tales sustos y sobresaltos tu abundancia.
LOS DOS JILGUEROS.
Dos jilgueros estaban muy alegres tomando el fresco sobre el mismo árbol. Éste era un chopo.
Uno se había posado arriba, en lo más alto de la copa del chopo; el otro, abajo en la bifurcación de dos ramas.
Después de un rato, el jilguero que estaba arriba, por romper el silencio, dijo:
-¡Hay que ver! ¡Que bonito es el verde de estas hojas!
El jilguero que estaba abajo lo tomó como una provocación. Le respondió secamente:
-¡Tú estás ciego! ¿No ves que son blancas?
Y el que estaba arriba, todo picado:
-¡Tí sí que estás ciego! ¡Son verdes!
Y el otro desde abajo, volviendo el pico amenazador hacia arriba:
-Te juego las plumas de la cola a que las hojas son blancas. Tú no entiendes ni gorda. ¡Eres tonto!
El jilguero de la copa del chopo sintió que le hervía la sangre. Sin pensarlo dos veces se precipitó sobre su adversario para darle una lección. El otro no se movió. Cuando estaban juntos, el uno frente al otro, con las plumas del cuello alborotadas de ira, por pura casualidad se volvieron los dos a mirar hacia arriba, en la misma dirección. El jilguero que venía de lo alto de la copa del chopo emitió un "¡Oh!" de sorpresa.
-Pues llevas razón: ¡Son blancas!
Pero, en tono reconciliador, le dijo a su amigo:
-Ven, por favor, a la copa donde yo estaba antes.
Volvieron a la rama más alta del chopo y dijeron los dos a coro:
-Pues sí que son verdes.
Uno se había posado arriba, en lo más alto de la copa del chopo; el otro, abajo en la bifurcación de dos ramas.
Después de un rato, el jilguero que estaba arriba, por romper el silencio, dijo:
-¡Hay que ver! ¡Que bonito es el verde de estas hojas!
El jilguero que estaba abajo lo tomó como una provocación. Le respondió secamente:
-¡Tú estás ciego! ¿No ves que son blancas?
Y el que estaba arriba, todo picado:
-¡Tí sí que estás ciego! ¡Son verdes!
Y el otro desde abajo, volviendo el pico amenazador hacia arriba:
-Te juego las plumas de la cola a que las hojas son blancas. Tú no entiendes ni gorda. ¡Eres tonto!
El jilguero de la copa del chopo sintió que le hervía la sangre. Sin pensarlo dos veces se precipitó sobre su adversario para darle una lección. El otro no se movió. Cuando estaban juntos, el uno frente al otro, con las plumas del cuello alborotadas de ira, por pura casualidad se volvieron los dos a mirar hacia arriba, en la misma dirección. El jilguero que venía de lo alto de la copa del chopo emitió un "¡Oh!" de sorpresa.
-Pues llevas razón: ¡Son blancas!
Pero, en tono reconciliador, le dijo a su amigo:
-Ven, por favor, a la copa donde yo estaba antes.
Volvieron a la rama más alta del chopo y dijeron los dos a coro:
-Pues sí que son verdes.
EL MENDIGO.
(TAGORE)
Iba yo mendigando de puerta en puerta, a lo largo de la calle de la aldea. En un lugar me daban una manzana, en otro un trozo de pan, en otro una espiga de trigo...
De pronto, allá a lo lejos, apareció tu carruaje de oro, parecido a un sueño maravilloso.
Me pregunté: ¿Quién será este Rey de reyes?
Crecieron mis esperanzas, y pensé que los días tristes de mi vida estaban a punto de terminar; esperé que se me diera la limosna sin tener que pedirla, y que tus riquezas abundantes fueran esparcidas por el polvo del camino.
El carruaje se detuvo a mi lado; tu mirada cayó sobre mí, y tú descendiste con una sonrisa.
Presentí que mis días de mendigo habían llegado a su fin y me quedé esperando tesoros inmensos. Había llegado el momento supremo de mi vida.
Pero tú, bajando lentamente del carruaje te quedaste quieto ante mí y me extendiste la mano derecha diciéndome: "Qué tienes para darme?".
¡Ah, pero qué gesto verdaderamente digno de un rey fue aquél de extenderme tu mano para pedir limosna a un pobre!
Titubeante y confuso, extraje lentamente de mi zurrón un grano de trigo y te lo di. Y con gesto sencillo sonreíste y continuaste tu camino.
¡Pero cuál no sería mi sorpresa cuando, al final del día, extendí sobre la vieja mesa el contendido de mi mochila y encontré en la exigua espiga de trigo, un granito de oro... el mismo que yo le había entregado horas antes.
Lloré amargamente por no haber tenido generosidad suficiente para haberte entregado todo aquello que poseía...
Iba yo mendigando de puerta en puerta, a lo largo de la calle de la aldea. En un lugar me daban una manzana, en otro un trozo de pan, en otro una espiga de trigo...
De pronto, allá a lo lejos, apareció tu carruaje de oro, parecido a un sueño maravilloso.
Me pregunté: ¿Quién será este Rey de reyes?
Crecieron mis esperanzas, y pensé que los días tristes de mi vida estaban a punto de terminar; esperé que se me diera la limosna sin tener que pedirla, y que tus riquezas abundantes fueran esparcidas por el polvo del camino.
El carruaje se detuvo a mi lado; tu mirada cayó sobre mí, y tú descendiste con una sonrisa.
Presentí que mis días de mendigo habían llegado a su fin y me quedé esperando tesoros inmensos. Había llegado el momento supremo de mi vida.
Pero tú, bajando lentamente del carruaje te quedaste quieto ante mí y me extendiste la mano derecha diciéndome: "Qué tienes para darme?".
¡Ah, pero qué gesto verdaderamente digno de un rey fue aquél de extenderme tu mano para pedir limosna a un pobre!
Titubeante y confuso, extraje lentamente de mi zurrón un grano de trigo y te lo di. Y con gesto sencillo sonreíste y continuaste tu camino.
¡Pero cuál no sería mi sorpresa cuando, al final del día, extendí sobre la vieja mesa el contendido de mi mochila y encontré en la exigua espiga de trigo, un granito de oro... el mismo que yo le había entregado horas antes.
Lloré amargamente por no haber tenido generosidad suficiente para haberte entregado todo aquello que poseía...
UNA TAZA DE TE.
(CUENTO JAPONÉS)
Un sabio japonés, conocido por la sabiduría de sus doctrinas, recibió la visita de un profesor universitario que había ido a verlo para preguntarle sobre su pensamiento. El profesor universitario tenía fama de ser creído y orgulloso, no prestando nunca atención a las sugerencias de los demás, creyéndose siempre en posesión de la verdad.
El sabio quiso enseñarle algo. Para ello comenzó por servirle una taza de té.
Comenzó echando el té poco a poco. Primero la taza se llenó. El sabio, aparentando no percatarse de que la taza estaba ya llena, siguió echando té y más té, hasta que la taza rebosó y el líquido comenzó a manchar el mantel. El anciano mantenía su expresión serena y sonriente.
El profesor de universidad miró desbordarse el té, tan estupefacto, que no lograba explicarse una distracción tan contraria a las normas de la buena urbanidad; pero, a un cierto punto, no pudo contenerse más y dijo al anciano sabio: "¡Está llena! ¡Ya no cabe más!".
El sabio imperturbable y sin inmutarse, le dijo: -, "Tú también estás lleno de tu cultura, de tus opiniones y conjeturas eruditas y completas, igual que le ocurre a esta taza. ¿Cómo puedo hablarte de la sabiduría, que sólo es comprensible a los ánimos sencillos y abiertos, si antes no vacías la taza?".
El profesor comprendió la lección y desde aquel día se esforzó en escuchar las opiniones de los demás, sin despreciar ninguna de ellas.
Un sabio japonés, conocido por la sabiduría de sus doctrinas, recibió la visita de un profesor universitario que había ido a verlo para preguntarle sobre su pensamiento. El profesor universitario tenía fama de ser creído y orgulloso, no prestando nunca atención a las sugerencias de los demás, creyéndose siempre en posesión de la verdad.
El sabio quiso enseñarle algo. Para ello comenzó por servirle una taza de té.
Comenzó echando el té poco a poco. Primero la taza se llenó. El sabio, aparentando no percatarse de que la taza estaba ya llena, siguió echando té y más té, hasta que la taza rebosó y el líquido comenzó a manchar el mantel. El anciano mantenía su expresión serena y sonriente.
El profesor de universidad miró desbordarse el té, tan estupefacto, que no lograba explicarse una distracción tan contraria a las normas de la buena urbanidad; pero, a un cierto punto, no pudo contenerse más y dijo al anciano sabio: "¡Está llena! ¡Ya no cabe más!".
El sabio imperturbable y sin inmutarse, le dijo: -, "Tú también estás lleno de tu cultura, de tus opiniones y conjeturas eruditas y completas, igual que le ocurre a esta taza. ¿Cómo puedo hablarte de la sabiduría, que sólo es comprensible a los ánimos sencillos y abiertos, si antes no vacías la taza?".
El profesor comprendió la lección y desde aquel día se esforzó en escuchar las opiniones de los demás, sin despreciar ninguna de ellas.
martes, 9 de junio de 2009
EL TESORO DEL CAMPESINO.
(LEÓN TOLSTOI)
Había una vez un campesino, amante de la tierra y de su trabajo.
Ya era anciano. No era rico, pero trabajando duro había logrado comprar una hermosa viña que le proporcionaba lo suficiente para vivir holgadamente con su familia.
Con mucho esfuerzo había criado tres hijos sanos y robustos. Pero precisamente aquí estaba su tormento: los tres muchachos no mostraban, de ningún modo, compartir la pasión del padre por el trabajo en el campo.
Un día el campesino sintió que estaba por llegar su última hora. Por lo tanto, llamó a sus muchachos y les dijo: "Hijos, debo revelaros un secreto: en la viña está escondido un tesoro que bastará para que viváis felices y tranquilos cuando yo haya muerto. Buscad este tesoro, y dividilo entre vosotros como buenos hermanos".
Dicho esto, expiró:
Al día siguiente los tres hijos bajaron a la viña con azadones, palas y rastrillos, y empezaron a remover profundamente la tierra. Buscaron por días y días, porque la viña era grande y no sabían dónde el padre habría escondido el tesoro del que les había hablado.
Al final, se dieron cuenta de haber labrado toda la tierra, sin haber encontrado algún tesoro. Quedaron muy desilusionados.
Sin embargo, después de algún tiempo, comprendieron el significado, de las palabras del padre: de hecho aquel año la viña dio una cantidad enorme de espléndidas uvas, porque había estado bien cuidada y trabajada. Vendieron la uva y obtuvieron muchos rublos de oro, que después dividieron fraternalmente, según la recomendación del padre.
Y desde aquel día comprendieron que el más grande tesoro para la persona es el fruto de su trabajo.
Había una vez un campesino, amante de la tierra y de su trabajo.
Ya era anciano. No era rico, pero trabajando duro había logrado comprar una hermosa viña que le proporcionaba lo suficiente para vivir holgadamente con su familia.
Con mucho esfuerzo había criado tres hijos sanos y robustos. Pero precisamente aquí estaba su tormento: los tres muchachos no mostraban, de ningún modo, compartir la pasión del padre por el trabajo en el campo.
Un día el campesino sintió que estaba por llegar su última hora. Por lo tanto, llamó a sus muchachos y les dijo: "Hijos, debo revelaros un secreto: en la viña está escondido un tesoro que bastará para que viváis felices y tranquilos cuando yo haya muerto. Buscad este tesoro, y dividilo entre vosotros como buenos hermanos".
Dicho esto, expiró:
Al día siguiente los tres hijos bajaron a la viña con azadones, palas y rastrillos, y empezaron a remover profundamente la tierra. Buscaron por días y días, porque la viña era grande y no sabían dónde el padre habría escondido el tesoro del que les había hablado.
Al final, se dieron cuenta de haber labrado toda la tierra, sin haber encontrado algún tesoro. Quedaron muy desilusionados.
Sin embargo, después de algún tiempo, comprendieron el significado, de las palabras del padre: de hecho aquel año la viña dio una cantidad enorme de espléndidas uvas, porque había estado bien cuidada y trabajada. Vendieron la uva y obtuvieron muchos rublos de oro, que después dividieron fraternalmente, según la recomendación del padre.
Y desde aquel día comprendieron que el más grande tesoro para la persona es el fruto de su trabajo.
LOS DOS AMIGOS.
El mayor se llamaba Frank y tenía veinte años. Y el pequeño era Tedy, que tenía dieciocho. Estaban siempre juntos y eran muy amigos desde los primeros cursos de Primaria. Juntos decidieron enrolarse como voluntarios en el ejército. Y al marchar prometieron ante sus padres que se cuidarían y apoyarían el uno al otro.
Tuvieron suerte y los dos fueron destinados al mismo cuartel y al mismo batallón. Aquel batallón fue destinado a la guerra. Una guerra terrible entre las arenas ardientes del desierto. Al principio y durante unas semanas Frank y Ted se quedaron acampados en la retaguardia y protegidos de los bombardeos. Pero una tarde llegó la orden de avanzar en el territorio enemigo. Los soldados avanzaron durante toda la noche, amenazados por un fuego infernal. Al amanecer el batallón se replegó en una aldea.
Pero Ted no estaba. Frank lo buscó por todas partes, entre los heridos, entre los muertos. Al fin encontró su nombre en la lista de desaparecidos. Se presentó al comandante.
-Vengo a solicitarle permiso para ir a buscar a mi amigo -le dijo.
-Es demasiado peligroso -respondió el comandante. Hemos perdido ya a tu amigo. Te perderíamos también a ti. Fuera siguen disparando.
Frank, sin embargo, partió. Tras unas horas de búsqueda angustiosa, encontró a Ted herido mortalmente. Agonizaba. Lo cargó sobre sus hombros. Pero un cascote de metralla lo alcanzó. Siguió arrastrándose hasta el campamento.
-¿Crees que valía la pena arriesgarse a morir por salvar a un muerto? -le gritó el comandante.
-Si -murmuró-, porque antes de morir, Ted me dijo: "Frank, sabía que vendrías".
Tuvieron suerte y los dos fueron destinados al mismo cuartel y al mismo batallón. Aquel batallón fue destinado a la guerra. Una guerra terrible entre las arenas ardientes del desierto. Al principio y durante unas semanas Frank y Ted se quedaron acampados en la retaguardia y protegidos de los bombardeos. Pero una tarde llegó la orden de avanzar en el territorio enemigo. Los soldados avanzaron durante toda la noche, amenazados por un fuego infernal. Al amanecer el batallón se replegó en una aldea.
Pero Ted no estaba. Frank lo buscó por todas partes, entre los heridos, entre los muertos. Al fin encontró su nombre en la lista de desaparecidos. Se presentó al comandante.
-Vengo a solicitarle permiso para ir a buscar a mi amigo -le dijo.
-Es demasiado peligroso -respondió el comandante. Hemos perdido ya a tu amigo. Te perderíamos también a ti. Fuera siguen disparando.
Frank, sin embargo, partió. Tras unas horas de búsqueda angustiosa, encontró a Ted herido mortalmente. Agonizaba. Lo cargó sobre sus hombros. Pero un cascote de metralla lo alcanzó. Siguió arrastrándose hasta el campamento.
-¿Crees que valía la pena arriesgarse a morir por salvar a un muerto? -le gritó el comandante.
-Si -murmuró-, porque antes de morir, Ted me dijo: "Frank, sabía que vendrías".
FIESTA EN EL CASTILLO.
(POPULAR MEDIEVAL)
El pueblo que rodeaba la colina el castillo se despertó al oír al mensajero del marqués que leía un bando en medio de la plaza.
"Se hace saber a todos que nuestro bienamado señor marqués invita a todos sus buenos y fieles súbditos a participar en la fiesta de su cumpleaños. Cada uno de los que asistan recibirá una agradable sorpresa. Pide a todos un pequeño favor: Cada uno de los participantes a la fiesta tenga la cortesía de llevar un poco de agua para llenar el depósito del castillo que está vacío..."
El mensajero repitió varias veces la proclama, luego dio marcha atrás y escoltado por los guardias volvió al castillo. En el pueblo se levantaron los comentarios más diversos.
-¡Bah! El tirano de siempre. Le sobran criados para hacerse llenar el depósito... Le llevaré un vaso de agua y ¡basta!
-¡Que va! ¡Siempre ha sido bueno y generoso! Yo le llevaré un barril.
-Yo... un dedal y ¡sobra!
-¿Yo un tonel!
Llegó el día de la fiesta. Aquella mañana un extraño cortejo subía la colina hacia el castillo. Algunos llevaban al hombro pesados toneles o jadeaban en la cuesta cargados con grandes cubos llenos de agua. Otros mofándose de sus compañeros, llevaban pequeñas garrafas, botellines o incuso un baso en una bandeja. La procesión entró en el patio del castillo. Cada uno vaciaba el propio recipiente en el gran depósito. Lo dejaba en un rincón y, luego, se dirigía contento hacia la sala del banquete. Asados y vino, frutas y tartas, bailes y cantos se sucedieron hasta bien entrada la tarde. Al anochecer el señor del castillo dio las gracias a todos y se retiró a sus habitaciones.
-¿Y la sorpresa prometida? -rezongaron algunos, contrariados y desilusionados. Otros se mostraban alegres y satisfechos.:
-El señor marqués nos ha obsequiado con una fiesta estupenda. Cada uno, antes de marchar, pasó a recoger sus vasijas. Estallaron, entonces, gritos cada vez más fuertes. Gritos de júbilo y de rabia. ¡Las vasijas habían sido colmadas hasta el borde de monedas de oro!
-¡Ay, si hubiera traído un poco más de agua...!
El pueblo que rodeaba la colina el castillo se despertó al oír al mensajero del marqués que leía un bando en medio de la plaza.
"Se hace saber a todos que nuestro bienamado señor marqués invita a todos sus buenos y fieles súbditos a participar en la fiesta de su cumpleaños. Cada uno de los que asistan recibirá una agradable sorpresa. Pide a todos un pequeño favor: Cada uno de los participantes a la fiesta tenga la cortesía de llevar un poco de agua para llenar el depósito del castillo que está vacío..."
El mensajero repitió varias veces la proclama, luego dio marcha atrás y escoltado por los guardias volvió al castillo. En el pueblo se levantaron los comentarios más diversos.
-¡Bah! El tirano de siempre. Le sobran criados para hacerse llenar el depósito... Le llevaré un vaso de agua y ¡basta!
-¡Que va! ¡Siempre ha sido bueno y generoso! Yo le llevaré un barril.
-Yo... un dedal y ¡sobra!
-¿Yo un tonel!
Llegó el día de la fiesta. Aquella mañana un extraño cortejo subía la colina hacia el castillo. Algunos llevaban al hombro pesados toneles o jadeaban en la cuesta cargados con grandes cubos llenos de agua. Otros mofándose de sus compañeros, llevaban pequeñas garrafas, botellines o incuso un baso en una bandeja. La procesión entró en el patio del castillo. Cada uno vaciaba el propio recipiente en el gran depósito. Lo dejaba en un rincón y, luego, se dirigía contento hacia la sala del banquete. Asados y vino, frutas y tartas, bailes y cantos se sucedieron hasta bien entrada la tarde. Al anochecer el señor del castillo dio las gracias a todos y se retiró a sus habitaciones.
-¿Y la sorpresa prometida? -rezongaron algunos, contrariados y desilusionados. Otros se mostraban alegres y satisfechos.:
-El señor marqués nos ha obsequiado con una fiesta estupenda. Cada uno, antes de marchar, pasó a recoger sus vasijas. Estallaron, entonces, gritos cada vez más fuertes. Gritos de júbilo y de rabia. ¡Las vasijas habían sido colmadas hasta el borde de monedas de oro!
-¡Ay, si hubiera traído un poco más de agua...!
LA TALLA DE MADERA.
En cierta ocasión, un chico muy joven acudió a un Templo y le pidió a un anciano que le enseñase la sabiduría. Después de hablar con él un rato, el anciano decidió ponerlo a prueba antes de aceptarlo como discípulo. Señaló en dirección a un árbol que había frente al Templo y dijo:
-Jovencito, tú quieres aprender, pero yo he de ausentarme del Templo durante un año ¿Podrías talar ese árbol y hacerme una estatua mientras estoy fuera?
-Naturalmente, Maestro -contestó el chico. El Maestro le entregó un cuchillo pequeño y le pidió que se pusiera a trabajar y que fuese amable con los otros discípulos. Luego partió. Como el joven quería aprender de este famoso Maestro, fue muy paciente y lo hizo todo perfecta y cuidadosamente. Le llevó el año entero terminar una talla de dos metros y medio.
Cuando regresó el Maestro, el joven estaba orgulloso y contento de haber realizado algo que sin duda le haría ganar la confianza del Maestro. Para su sorpresa, éste miró la talla, meneó la cabeza y dijo:
-Esta estatua no tiene el tamaño que yo había pensado en principio. ¿Podrías hacerla más pequeña? He de volver a ausentarme del Templo para predicar y no volveré hasta dentro de otro año.
El chico, decepcionado, dio muestras de cierto malestar. Sin embargo, como quería aprender de este gran Maestro, accedió, tras lo cual se marchó el sacerdote.
Aunque sintiéndose molesto en su interior, el joven intentó reducir el tamñaño de la talla. Durante los tres primeros meses de trabajo no cesó el malestar en su mente, y notaba que había perdido el afán de perfección.
Durante los otros tres meses sólo logró más sentimientos de malestar y la estatua no le salía bien. Entonces se dio cuenta de algo y pensó: "Lo que realmente quiero es aprender, y ya que el único modo de aprenderlo es realizando este trabajo, más vale que lo haga lo mejor que pueda y además disfrute haciéndolo".
A partir de ese momento empezó a recobrar su paciencia y su entusiasmo. Después de otros tres meses ya podríamos decir que disfrutaba casi cada minuto pasado esculpiendo aquella obra artística. Al terminar el año había hecho una hermosa estatua de tan sólo noventa centímetros. Y lo más importante, había aprendido a enfrentarse a sí mismo. Poco después de terminar su trabajo regresó el Maestro al Templo. Vio el trabajo y dio muestras de contento, pero dijo:
-Aunque está bien hecho el trabajo, es todavía más grande de lo que había esperado, ¿podrías intentar de nuevo reducir su tamaño?
Para sorpresa del Maestro, el joven respondió afirmativamente con voz contenta. El rostro del muchacho reflejaba su paciencia y el placer con que se enfrentaba a su tarea. Y el Maestro se ausentó de nuevo.
Por tercera vez se puso el joven a tallar, pero esta vez pensó cómo hacer que la estatua no sólo fuese hermosa, sino que pareciese tener vida. A ello dedicó toda su atención y esfuerzo. Había aprendido a disfrutar con lo que estaba haciendo, y el año no se le hizo largo.
Cuando el Maestro regresó de su viaje, el joven le entregó una estatuilla de unos ocho centímetros: la mejor escultura en madera que uno pueda imaginar. El joven había pasado la prueba de fuerza de voluntad, paciencia, perseverancia y lo más importante de todo, la de actitud frente al aprendizaje. No cabía duda de que sus estudios serían un éxito, porque había aprendido a vencer al más duro y fuerte de los enemigos: él mismo.
-Jovencito, tú quieres aprender, pero yo he de ausentarme del Templo durante un año ¿Podrías talar ese árbol y hacerme una estatua mientras estoy fuera?
-Naturalmente, Maestro -contestó el chico. El Maestro le entregó un cuchillo pequeño y le pidió que se pusiera a trabajar y que fuese amable con los otros discípulos. Luego partió. Como el joven quería aprender de este famoso Maestro, fue muy paciente y lo hizo todo perfecta y cuidadosamente. Le llevó el año entero terminar una talla de dos metros y medio.
Cuando regresó el Maestro, el joven estaba orgulloso y contento de haber realizado algo que sin duda le haría ganar la confianza del Maestro. Para su sorpresa, éste miró la talla, meneó la cabeza y dijo:
-Esta estatua no tiene el tamaño que yo había pensado en principio. ¿Podrías hacerla más pequeña? He de volver a ausentarme del Templo para predicar y no volveré hasta dentro de otro año.
El chico, decepcionado, dio muestras de cierto malestar. Sin embargo, como quería aprender de este gran Maestro, accedió, tras lo cual se marchó el sacerdote.
Aunque sintiéndose molesto en su interior, el joven intentó reducir el tamñaño de la talla. Durante los tres primeros meses de trabajo no cesó el malestar en su mente, y notaba que había perdido el afán de perfección.
Durante los otros tres meses sólo logró más sentimientos de malestar y la estatua no le salía bien. Entonces se dio cuenta de algo y pensó: "Lo que realmente quiero es aprender, y ya que el único modo de aprenderlo es realizando este trabajo, más vale que lo haga lo mejor que pueda y además disfrute haciéndolo".
A partir de ese momento empezó a recobrar su paciencia y su entusiasmo. Después de otros tres meses ya podríamos decir que disfrutaba casi cada minuto pasado esculpiendo aquella obra artística. Al terminar el año había hecho una hermosa estatua de tan sólo noventa centímetros. Y lo más importante, había aprendido a enfrentarse a sí mismo. Poco después de terminar su trabajo regresó el Maestro al Templo. Vio el trabajo y dio muestras de contento, pero dijo:
-Aunque está bien hecho el trabajo, es todavía más grande de lo que había esperado, ¿podrías intentar de nuevo reducir su tamaño?
Para sorpresa del Maestro, el joven respondió afirmativamente con voz contenta. El rostro del muchacho reflejaba su paciencia y el placer con que se enfrentaba a su tarea. Y el Maestro se ausentó de nuevo.
Por tercera vez se puso el joven a tallar, pero esta vez pensó cómo hacer que la estatua no sólo fuese hermosa, sino que pareciese tener vida. A ello dedicó toda su atención y esfuerzo. Había aprendido a disfrutar con lo que estaba haciendo, y el año no se le hizo largo.
Cuando el Maestro regresó de su viaje, el joven le entregó una estatuilla de unos ocho centímetros: la mejor escultura en madera que uno pueda imaginar. El joven había pasado la prueba de fuerza de voluntad, paciencia, perseverancia y lo más importante de todo, la de actitud frente al aprendizaje. No cabía duda de que sus estudios serían un éxito, porque había aprendido a vencer al más duro y fuerte de los enemigos: él mismo.
EL PRINCIPITO Y EL ZORRO.
(ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY)
"Entonces apareció el zorro.
-Buenos días -dijo el zorro.
-Buenos días - respondió cortésmente el Principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.
-Estoy acá -dijo la voz bajo el manzano...
-¿Quién eres? -dijo el Principito-. Eres muy lindo...
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el Principito-. ¡Estoy tan triste!...
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro. No estoy domesticado.
-¿Qué significa "domesticar"? -dijo el Principito.
-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-. Significa "crear lazos".
-¿Crear lazos?
- Sí- dijo el zorro-. Para mí, no eres todavía má que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol y tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
El zorro calló y miró largo tiempo al Principito:
-Empiezo a comprender -dijo el Principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
El zorro calló y miró largo tiempo al Principito:
-¡Por favor... domestícame! -dijo.
-Bien lo quisiera -respondió el Principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
-¿Qué hay que hacer? -dijo el Principito.
-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente, volvió el Principito.
-Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -dijo el Principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de las otras horas.
El Principito se fue a ver nuevamente a las rosas:
-No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Y las rosas se sintieron muy molestas.
-Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras. Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa.
Y volvió hacia el zorro:
-Adiós -dijo.
-Adión -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, a fin de acordarse.
-El tiempo que tú dedicaste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el Principito, a fin de acordarse.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
-Soy responsable de mi rosa... -repitió el Principito, a fin de acordarse."
"Entonces apareció el zorro.
-Buenos días -dijo el zorro.
-Buenos días - respondió cortésmente el Principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.
-Estoy acá -dijo la voz bajo el manzano...
-¿Quién eres? -dijo el Principito-. Eres muy lindo...
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el Principito-. ¡Estoy tan triste!...
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro. No estoy domesticado.
-¿Qué significa "domesticar"? -dijo el Principito.
-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-. Significa "crear lazos".
-¿Crear lazos?
- Sí- dijo el zorro-. Para mí, no eres todavía má que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol y tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
El zorro calló y miró largo tiempo al Principito:
-Empiezo a comprender -dijo el Principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
El zorro calló y miró largo tiempo al Principito:
-¡Por favor... domestícame! -dijo.
-Bien lo quisiera -respondió el Principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
-¿Qué hay que hacer? -dijo el Principito.
-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente, volvió el Principito.
-Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -dijo el Principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de las otras horas.
El Principito se fue a ver nuevamente a las rosas:
-No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Y las rosas se sintieron muy molestas.
-Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras. Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa.
Y volvió hacia el zorro:
-Adiós -dijo.
-Adión -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, a fin de acordarse.
-El tiempo que tú dedicaste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el Principito, a fin de acordarse.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
-Soy responsable de mi rosa... -repitió el Principito, a fin de acordarse."
sábado, 6 de junio de 2009
EL FAVOR DE LA ANCIANA.
EL FAVOR DE LA ANCIANA.
(ANTHONY DE MELLO)
Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus canosos cabellos al viento y sus vestidos harapientos. La anciana musitaba algo entre dientes mientras recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa.
Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana, y los tres hijos pequeños así lo hicieron, quedándose cerca de sus padres.
Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo.
Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los pies.
(ANTHONY DE MELLO)
Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus canosos cabellos al viento y sus vestidos harapientos. La anciana musitaba algo entre dientes mientras recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa.
Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana, y los tres hijos pequeños así lo hicieron, quedándose cerca de sus padres.
Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo.
Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los pies.
LA MUERTE DEL PESIMISMO.
LA MUERTE DEL PESIMISMO.
(LEYENDA ÁRABE)
Había una vez un viejo, tan viejo que no recordaba ni siquiera que había sido joven. Y quizás no lo había sido jamás.
En todo el tiempo que llevaba de vida, todavía no había aprendido a vivir. Transcurría sus días ociosos en el umbral de su cabaña, mirando con ojos indiferentes al cielo.
A veces alguno se detenía a hacerle preguntas. Tan lleno de años como estaba, la gente lo creía muy sabio y buscaba sacar algún consejo de su secular experiencia.
-¿Qué debemos hacer para conquistar la alegría? –le preguntaban los jóvenes.
-La alegría es una invención de los tontos – respondía él.
Pasaban hombres de alma noble, apóstoles deseosos de hacerse útiles:
-¿De qué manera podemos sacrificarnos, para ayudar a nuestros hermanos? –le preguntaban.
-Quien se sacrifica por la humanidad es un loco – respondía el viejo con una sonrisa sarcástica.
-¿Cómo podemos encaminar a nuestros hijos por el camino del bien? –preguntaban los padres y las madres.
-Los hijos son serpientes. De ellos no se puede esperar más que mordidas venenosas.
Las malvadas convicciones de aquel que no sabía ni vivir ni morir, poco a poco se difundían en el mundo. El amor, la bondad, la poesía, embestidos por el ventarrón del pesimismo se empañaban y se hacían áridos.
Finalmente Dios se dio cuenta de la destrucción que el pesimismo obraba en el mundo, y decide darle solución.
-Pobre, -pensó Dios-, apuesto a que nadie jamás le ha querido. Llamó a un niño y le dijo:
-Anda a dar un beso a aquel pobre viejo.
Enseguida el niño obedeció; puso los brazos alrededor del cuello del viejo y le estampó un beso en su arrugada cara. El viejo quedó muy admirado, él que no se admiraba de nada. En efecto, nadie jamás le había dado un beso. Y así el pesimismo abrió los ojos a la vida, y murió sonriendo al niño que lo había besado.
(LEYENDA ÁRABE)
Había una vez un viejo, tan viejo que no recordaba ni siquiera que había sido joven. Y quizás no lo había sido jamás.
En todo el tiempo que llevaba de vida, todavía no había aprendido a vivir. Transcurría sus días ociosos en el umbral de su cabaña, mirando con ojos indiferentes al cielo.
A veces alguno se detenía a hacerle preguntas. Tan lleno de años como estaba, la gente lo creía muy sabio y buscaba sacar algún consejo de su secular experiencia.
-¿Qué debemos hacer para conquistar la alegría? –le preguntaban los jóvenes.
-La alegría es una invención de los tontos – respondía él.
Pasaban hombres de alma noble, apóstoles deseosos de hacerse útiles:
-¿De qué manera podemos sacrificarnos, para ayudar a nuestros hermanos? –le preguntaban.
-Quien se sacrifica por la humanidad es un loco – respondía el viejo con una sonrisa sarcástica.
-¿Cómo podemos encaminar a nuestros hijos por el camino del bien? –preguntaban los padres y las madres.
-Los hijos son serpientes. De ellos no se puede esperar más que mordidas venenosas.
Las malvadas convicciones de aquel que no sabía ni vivir ni morir, poco a poco se difundían en el mundo. El amor, la bondad, la poesía, embestidos por el ventarrón del pesimismo se empañaban y se hacían áridos.
Finalmente Dios se dio cuenta de la destrucción que el pesimismo obraba en el mundo, y decide darle solución.
-Pobre, -pensó Dios-, apuesto a que nadie jamás le ha querido. Llamó a un niño y le dijo:
-Anda a dar un beso a aquel pobre viejo.
Enseguida el niño obedeció; puso los brazos alrededor del cuello del viejo y le estampó un beso en su arrugada cara. El viejo quedó muy admirado, él que no se admiraba de nada. En efecto, nadie jamás le había dado un beso. Y así el pesimismo abrió los ojos a la vida, y murió sonriendo al niño que lo había besado.
LAS VIEJAS COSTUMBRES.
LAS VIEJAS COSTUMBRES
(ANTHONY DE MELLO)
Cuando, debido a un accidente, el cacique de la aldea perdió el uso de sus piernas, tuvo que caminar con muletas. Poco a poco, fue aprendiendo a moverse con rapidez, llegando incluso a bailar y a realizar pequeñas piruetas, para regocijo de sus vecinos.
Luego se le metió en la cabeza la idea de adiestrar a sus hijos en el uso de las muletas, no tardaron en convertirse en un símbolo de prestigio en aquella aldea el caminar con muletas; y al cabo de poco tiempo, todo el mundo caminaba de ese modo.
Pasadas cuatro generaciones, no había nadie en la aldea que caminara sin muletas. La propia escuela incluía en su curriculum un curso de “Muletería teórica y aplicada”, y los artesanos de la aldea se hicieron célebres por la calidad de las muletas que fabricaban. Llegó incluso a hablarse de crear unas muletas accionadas electrónicamente.
Un día se presentó un joven turco ante los jefes de la aldea y les preguntó por qué todo el mundo caminaba allí con muletas, a pesar de que a todos les había dado Dios unas piernas para caminar. A los ancianos les hizo gracia que aquel insolente joven se considerara más listo que ellos, y decidieron darle una lección.
“¿Por qué no nos enseñas como se hace?”, le dijeron.
“De acuerdo”, dijo el joven.
Y se determinó que la demostración tuviera lugar el sábado siguiente, a las diez en punto de la mañana, en la plaza de la aldea. Allí estaba todo el mundo cuando llegó el joven al centro de la plaza caminando con ayuda de unas muletas; y cuando el reloj de la aldea comenzó a dar la hora, el joven se irguió y soltó las muletas. La multitud guardaba un expectante silencio mientras él daba un enérgico paso adelante… y caía de bruces.
Con lo cual, todos se confirmaron en su creencia de que era absolutamente imposible caminar sin ayuda de unas muletas.
(ANTHONY DE MELLO)
Cuando, debido a un accidente, el cacique de la aldea perdió el uso de sus piernas, tuvo que caminar con muletas. Poco a poco, fue aprendiendo a moverse con rapidez, llegando incluso a bailar y a realizar pequeñas piruetas, para regocijo de sus vecinos.
Luego se le metió en la cabeza la idea de adiestrar a sus hijos en el uso de las muletas, no tardaron en convertirse en un símbolo de prestigio en aquella aldea el caminar con muletas; y al cabo de poco tiempo, todo el mundo caminaba de ese modo.
Pasadas cuatro generaciones, no había nadie en la aldea que caminara sin muletas. La propia escuela incluía en su curriculum un curso de “Muletería teórica y aplicada”, y los artesanos de la aldea se hicieron célebres por la calidad de las muletas que fabricaban. Llegó incluso a hablarse de crear unas muletas accionadas electrónicamente.
Un día se presentó un joven turco ante los jefes de la aldea y les preguntó por qué todo el mundo caminaba allí con muletas, a pesar de que a todos les había dado Dios unas piernas para caminar. A los ancianos les hizo gracia que aquel insolente joven se considerara más listo que ellos, y decidieron darle una lección.
“¿Por qué no nos enseñas como se hace?”, le dijeron.
“De acuerdo”, dijo el joven.
Y se determinó que la demostración tuviera lugar el sábado siguiente, a las diez en punto de la mañana, en la plaza de la aldea. Allí estaba todo el mundo cuando llegó el joven al centro de la plaza caminando con ayuda de unas muletas; y cuando el reloj de la aldea comenzó a dar la hora, el joven se irguió y soltó las muletas. La multitud guardaba un expectante silencio mientras él daba un enérgico paso adelante… y caía de bruces.
Con lo cual, todos se confirmaron en su creencia de que era absolutamente imposible caminar sin ayuda de unas muletas.
EL DEFECTO DEL CIENTÍFICO.
EL DEFECTO DEL CIENTÍFICO.
Érase una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción.
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo. El Ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estratagema. Regresó de nuevo y dijo:“Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo. Sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto”.
El científico pegó un salto y gritó:
“¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?”.
Justamente aquí, en su orgullo, respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.
Érase una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción.
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo. El Ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estratagema. Regresó de nuevo y dijo:“Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo. Sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto”.
El científico pegó un salto y gritó:
“¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?”.
Justamente aquí, en su orgullo, respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo.
EL ELEFANTE FURIOSO.
EL ELEFANTE FURIOSO.
(ANTHONY DE MELLO)
Hace mucho tiempo, había un rey en la India que tenía un elefante que se volvió loco. El animal iba de aldea en aldea destruyendo cuanto encontraba a su paso, y nadie se atrevía a hacerle frente, porque pertenecía al rey.
Sucedió un día que un supuesto asceta se disponía a abandonar una aldea, a pesar de que todos sus habitantes le suplicaban que no lo hiciera, porque el elefante había sido visto en el camino y atacaba a todos los que pasaban por él.
El hombre se alegró de la ocasión que se le ofrecía para demostrar su superior sabiduría, porque su maestro espiritual acababa de enseñarle a ver a Dios en todas las cosas.
¡Oh, pobres e ignorantes locos!”, les dijo. “¡No tenéis ni idea de las cosas espirituales! ¿Nunca os han dicho que debemos ver a Dios en todas las personas y en todas las cosas, y que todos los que lo hacen gozarán de la protección de Dios? ¡Dejadme ir! ¡Yo no tengo miedo al elefante!”.
La gente pensó que aquel hombre no tenía mucha más idea de lo espiritual que el elefante loco. Pero, como sabían que era inútil discutir con un santón, le dejaron ir. Y apenas había recorrido unos metros del camino, cuando se presentó el elefante y arremetió contra él, lo alzó del suelo por medio de su trompa y lo lanzó contra un árbol. El hombre se puso a dar alaridos de dolor. Afortunadamente para él, aparecieron en aquel crítico momento los soldados del rey, que capturaron al elefante antes de que pudiera acabar con el iluso asceta.
Pasaron unos cuantos meses hasta que el hombre se encontró en condiciones de reanudar sus andanzas. Entonces se fue directamente a ver a su maestro y le dijo:
“Lo que me enseñaste es falso. Me dijiste que viera en todas las cosas la presencia de Dios. Pues bien, eso fue exactamente lo que hice… ¡y mira lo que me ocurrió!”.
Y le dijo su maestro:
“¡Qué estúpido eres! ¿Por qué no viste a Dios en los habitantes de la aldea que te previnieron contra el elefante?”.
(ANTHONY DE MELLO)
Hace mucho tiempo, había un rey en la India que tenía un elefante que se volvió loco. El animal iba de aldea en aldea destruyendo cuanto encontraba a su paso, y nadie se atrevía a hacerle frente, porque pertenecía al rey.
Sucedió un día que un supuesto asceta se disponía a abandonar una aldea, a pesar de que todos sus habitantes le suplicaban que no lo hiciera, porque el elefante había sido visto en el camino y atacaba a todos los que pasaban por él.
El hombre se alegró de la ocasión que se le ofrecía para demostrar su superior sabiduría, porque su maestro espiritual acababa de enseñarle a ver a Dios en todas las cosas.
¡Oh, pobres e ignorantes locos!”, les dijo. “¡No tenéis ni idea de las cosas espirituales! ¿Nunca os han dicho que debemos ver a Dios en todas las personas y en todas las cosas, y que todos los que lo hacen gozarán de la protección de Dios? ¡Dejadme ir! ¡Yo no tengo miedo al elefante!”.
La gente pensó que aquel hombre no tenía mucha más idea de lo espiritual que el elefante loco. Pero, como sabían que era inútil discutir con un santón, le dejaron ir. Y apenas había recorrido unos metros del camino, cuando se presentó el elefante y arremetió contra él, lo alzó del suelo por medio de su trompa y lo lanzó contra un árbol. El hombre se puso a dar alaridos de dolor. Afortunadamente para él, aparecieron en aquel crítico momento los soldados del rey, que capturaron al elefante antes de que pudiera acabar con el iluso asceta.
Pasaron unos cuantos meses hasta que el hombre se encontró en condiciones de reanudar sus andanzas. Entonces se fue directamente a ver a su maestro y le dijo:
“Lo que me enseñaste es falso. Me dijiste que viera en todas las cosas la presencia de Dios. Pues bien, eso fue exactamente lo que hice… ¡y mira lo que me ocurrió!”.
Y le dijo su maestro:
“¡Qué estúpido eres! ¿Por qué no viste a Dios en los habitantes de la aldea que te previnieron contra el elefante?”.
ÁRBOLES PARA EL FUTURO.
ÁRBOLES PARA EL FUTURO.
Se acercaba la época de las lluvias monzónicas y un hombre muy anciano estaba cavando hoyos en su jardín. Trabajaba con ilusión y entusiasmo.
“¿Qué haces?”, le preguntó su vecino.
“Estoy plantando mangos”, respondió el anciano.
“¿Esperas llegar a comer mangos de estos árboles?”
“No, no pienso vivir tanto. Pero otros lo harán. Se me ocurrió el otro día que toda mi vida he disfrutado comiendo mangos plantados por otras personas, y ésta es mi manera de demostrarles mi gratitud. En mi larga vida he recibido muchas cosas de los demás. Es justo que yo contribuya a que otros se beneficien de mí.”
Se acercaba la época de las lluvias monzónicas y un hombre muy anciano estaba cavando hoyos en su jardín. Trabajaba con ilusión y entusiasmo.
“¿Qué haces?”, le preguntó su vecino.
“Estoy plantando mangos”, respondió el anciano.
“¿Esperas llegar a comer mangos de estos árboles?”
“No, no pienso vivir tanto. Pero otros lo harán. Se me ocurrió el otro día que toda mi vida he disfrutado comiendo mangos plantados por otras personas, y ésta es mi manera de demostrarles mi gratitud. En mi larga vida he recibido muchas cosas de los demás. Es justo que yo contribuya a que otros se beneficien de mí.”
martes, 2 de junio de 2009
LAS VIRTUDES DEL RABINO.
(POPULAR JUDÍO)
Un anciano rabino se hallaba enfermo en la cama y, junto a él, estaban sus discípulos conversando en voz baja y ensalzando las imcomparables virtudes del maestro.
"Desde Salomón, no ha habido nadie más sabio que él", dijo uno de ellos.
"¿Y qué me decís de su fe? ¡Es comparable a la de nuestro padre Abraham!", dijo otro.
"Pues estoy seguro de que su paciencia no tiene nada que envidiar a la de Job", dijo un tercero.
"Que nosotros podamos saber; solo Moisés podía conversar tan íntimamente con Dios", añadió un cuarto.
El rabino parecía estar desasosegado. Cuando los discípulos se hubieron ido, su mujer le dijo:
"¿Has oído los elogios que han hecho de ti?"-
"Los he oído", respondió el rabino.
"Entonces, ¿por qué estás tan inquieto?"
"Mi modestia", se quejó el rabino. "Nadie ha mencionado mi modestia".
Un anciano rabino se hallaba enfermo en la cama y, junto a él, estaban sus discípulos conversando en voz baja y ensalzando las imcomparables virtudes del maestro.
"Desde Salomón, no ha habido nadie más sabio que él", dijo uno de ellos.
"¿Y qué me decís de su fe? ¡Es comparable a la de nuestro padre Abraham!", dijo otro.
"Pues estoy seguro de que su paciencia no tiene nada que envidiar a la de Job", dijo un tercero.
"Que nosotros podamos saber; solo Moisés podía conversar tan íntimamente con Dios", añadió un cuarto.
El rabino parecía estar desasosegado. Cuando los discípulos se hubieron ido, su mujer le dijo:
"¿Has oído los elogios que han hecho de ti?"-
"Los he oído", respondió el rabino.
"Entonces, ¿por qué estás tan inquieto?"
"Mi modestia", se quejó el rabino. "Nadie ha mencionado mi modestia".
EL LIRIO Y EL PÁJARO.
(SORËN KIERKEGAARD)
Había una vez un lirio que vivía apartado a la orilla de un riachuelo, en compañía de algunas ortigas y alguna otra flor amiga. Lleno de alegría de vivir, el tiempo pasaba sin que se diera cuenta, como era el riachuelo que corría al lado.
Un día le fue a visitar un pequeño pájaro que también apareció el día siguiente; después desapareció por algún día, después reapareció de nuevo. El lirio no lograba entender cómo podía moverse y cambiar de sitio.
El pequeño pájaro era un pájaro malo. En vez de identificarse con el lirio, de alegrarse de su gracia y compartir su felicidad, se puso a ostentar la propia libertad y a tomarle el pelo a la flor.
No contesto con esto, aquel fanfarrón se puso a contar toda clase de historias, verdaderas y falsas: Le decía que en otros lugares había una abundancia de lirios mucho más espléndidos que vivían con una felicidad, una serenidad, un aire perfumado, una riqueza de colores y sonidos superiroes a toda discreción.
Así hablaba el pájaro; y terminaba diciendo al lirio que él era insignificante comparado con tal magnificencia. Y así lo humillaba.
El lirio se volvió inquieto, y cuanto más escuchaba al pájaro, más celoso se ponía y más se afligía. De noche, ya no podía dormir sueños tranquilos y al alba no se despertaba de buen humor. Se sentía prisionero.
El murmullo del arroyuelo le parecía sombrío. Se la salida del sol a su ocaso no hacía más que pensar en sí mismo y en su infeliz condición.
"Cierto -se decía-, no es desagradable oír de vez en cuando, la canción del riachuelo; ¡pero tener que escuchar, desde la mañana a la tarde, el mismo estribillo, es para enloquecer!". "De acuerdo -continuaba- tiene sus méritos, pero, ¿pasar toda una vida escondido, sin otra compañía que la de las ortigas? ¿Por qué no habré nacido en otro sitio, en otro ambiente? ¿Por qué no he nacido lirio imperial?"
En efecto, el pequeño pájaro le había dicho que el lirio imperial era considerado el lirio más maravilloso, objeto de envidia por parte de los otros lirios.
Mientras tanto el pequeño pájaro iba y venía; y cada una de sus idas y venidas alimentaba el tormento del lirio. Hasta que éste, ayudado por el pájaro, decidió buscar algo nuevo. Al día siguiente el pequeño pájaro llegó muy temprano. Con su pico arrancó el lirio que tuvo así su libertad. Después de esto, el pájaro tomó al lirio y voló lejos..., al lugar donde florecen los lirios imperiales.
Pero a lo largo del camino el lirio se secó.
Si se hubiera contentado con ser lirio sencillo y humilde, no se habría angustiado; si no se hubiera angustiado estaría en su lugar; si hubiera estado en su lugar, hubiera sido un hermoso lirio, como aquel del que nos habla el Evangelio.
Había una vez un lirio que vivía apartado a la orilla de un riachuelo, en compañía de algunas ortigas y alguna otra flor amiga. Lleno de alegría de vivir, el tiempo pasaba sin que se diera cuenta, como era el riachuelo que corría al lado.
Un día le fue a visitar un pequeño pájaro que también apareció el día siguiente; después desapareció por algún día, después reapareció de nuevo. El lirio no lograba entender cómo podía moverse y cambiar de sitio.
El pequeño pájaro era un pájaro malo. En vez de identificarse con el lirio, de alegrarse de su gracia y compartir su felicidad, se puso a ostentar la propia libertad y a tomarle el pelo a la flor.
No contesto con esto, aquel fanfarrón se puso a contar toda clase de historias, verdaderas y falsas: Le decía que en otros lugares había una abundancia de lirios mucho más espléndidos que vivían con una felicidad, una serenidad, un aire perfumado, una riqueza de colores y sonidos superiroes a toda discreción.
Así hablaba el pájaro; y terminaba diciendo al lirio que él era insignificante comparado con tal magnificencia. Y así lo humillaba.
El lirio se volvió inquieto, y cuanto más escuchaba al pájaro, más celoso se ponía y más se afligía. De noche, ya no podía dormir sueños tranquilos y al alba no se despertaba de buen humor. Se sentía prisionero.
El murmullo del arroyuelo le parecía sombrío. Se la salida del sol a su ocaso no hacía más que pensar en sí mismo y en su infeliz condición.
"Cierto -se decía-, no es desagradable oír de vez en cuando, la canción del riachuelo; ¡pero tener que escuchar, desde la mañana a la tarde, el mismo estribillo, es para enloquecer!". "De acuerdo -continuaba- tiene sus méritos, pero, ¿pasar toda una vida escondido, sin otra compañía que la de las ortigas? ¿Por qué no habré nacido en otro sitio, en otro ambiente? ¿Por qué no he nacido lirio imperial?"
En efecto, el pequeño pájaro le había dicho que el lirio imperial era considerado el lirio más maravilloso, objeto de envidia por parte de los otros lirios.
Mientras tanto el pequeño pájaro iba y venía; y cada una de sus idas y venidas alimentaba el tormento del lirio. Hasta que éste, ayudado por el pájaro, decidió buscar algo nuevo. Al día siguiente el pequeño pájaro llegó muy temprano. Con su pico arrancó el lirio que tuvo así su libertad. Después de esto, el pájaro tomó al lirio y voló lejos..., al lugar donde florecen los lirios imperiales.
Pero a lo largo del camino el lirio se secó.
Si se hubiera contentado con ser lirio sencillo y humilde, no se habría angustiado; si no se hubiera angustiado estaría en su lugar; si hubiera estado en su lugar, hubiera sido un hermoso lirio, como aquel del que nos habla el Evangelio.
EL CRISTO DE LOS FAVORES.
(LEYENDA NORUEGA)
El viejo Haakón cuidaba una ermita. En ella conservaba un Cristo muy venerado que recibía el significativo nombre de "Cristo de los Favores". Todos acudían para pedirle ayuda.
Un día también el ermitaño Haakón decidió solicitar un favor y, arrodillado ante la imagen, dijo:
-Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz.
Y se quedó quieto, con los ojos puestos en la imagen, esperando una respuesta.
De repente -¡oh maravilla! - vio que el Crucificado empezaba a mover los labios y le dijo:
-Amigo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición, que, suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio.
-Te lo prometo, Señor.
Y se efectuó el cambio. Nadie se dio cuenta de que era Haakón quien estaba en la cruz, sostnido por los cuatro clavos, y que el Señor ocupaba el puesto del ermitaño. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores, y Haakón, fiel a su promesa, callaba.
Hasta que un día... Llegó un ricachón y, después de haber orado, dejó allí olvidada su bolsa. Haakón lo vio, pero guardó silencio. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas más tarde, se apropió de la bolsa del rico.
Y tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él, poco después, para pedir su protección antes de empezar un viaje. Pero no pudo contenerse cuando vio regresar al hombre rico, quien, creyendo que era ese muchacho el que se había apoderado de la bolsa, insistía en denunciarlo.
Se oyó entonces una voz fuerte:
-¡Detente!
Ambos miraron hacia arriba y vieron que era la imagen la que había gritado.
Haakón aclaró cómo habían ocurrido realmente las cosas. El rico quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando por fin la ermita quedó sola, Cristo se dirigió a Haakón y le dijo:
-Baja de la cruz. No vales para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
-Señor -dijo Haakón confundido-, ¿cómo iba a permitir esa injusticia? Y Cristo le contestó:
-Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio para humillar a una muchacha. El pobre, en cambio, tenía necesidad de se dinero e hizo bien en llevárselo. En cuanto al muchacho último, si hubiera quedado retenido en la ermita no habría llegado a tiempo de embarcar y habría salvado la vida, porque has de saber que en estos momentos su barco está hundiéndose en alta mar.
El viejo Haakón cuidaba una ermita. En ella conservaba un Cristo muy venerado que recibía el significativo nombre de "Cristo de los Favores". Todos acudían para pedirle ayuda.
Un día también el ermitaño Haakón decidió solicitar un favor y, arrodillado ante la imagen, dijo:
-Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz.
Y se quedó quieto, con los ojos puestos en la imagen, esperando una respuesta.
De repente -¡oh maravilla! - vio que el Crucificado empezaba a mover los labios y le dijo:
-Amigo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición, que, suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio.
-Te lo prometo, Señor.
Y se efectuó el cambio. Nadie se dio cuenta de que era Haakón quien estaba en la cruz, sostnido por los cuatro clavos, y que el Señor ocupaba el puesto del ermitaño. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores, y Haakón, fiel a su promesa, callaba.
Hasta que un día... Llegó un ricachón y, después de haber orado, dejó allí olvidada su bolsa. Haakón lo vio, pero guardó silencio. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas más tarde, se apropió de la bolsa del rico.
Y tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él, poco después, para pedir su protección antes de empezar un viaje. Pero no pudo contenerse cuando vio regresar al hombre rico, quien, creyendo que era ese muchacho el que se había apoderado de la bolsa, insistía en denunciarlo.
Se oyó entonces una voz fuerte:
-¡Detente!
Ambos miraron hacia arriba y vieron que era la imagen la que había gritado.
Haakón aclaró cómo habían ocurrido realmente las cosas. El rico quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando por fin la ermita quedó sola, Cristo se dirigió a Haakón y le dijo:
-Baja de la cruz. No vales para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
-Señor -dijo Haakón confundido-, ¿cómo iba a permitir esa injusticia? Y Cristo le contestó:
-Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio para humillar a una muchacha. El pobre, en cambio, tenía necesidad de se dinero e hizo bien en llevárselo. En cuanto al muchacho último, si hubiera quedado retenido en la ermita no habría llegado a tiempo de embarcar y habría salvado la vida, porque has de saber que en estos momentos su barco está hundiéndose en alta mar.
EL REY Y EL CAMINANTE.
Un rey se encontró con un monje del desierto que iba de camino y, casualmente, se había adentrado por zonas habitadas. Conforme a la costumbre oriental cuando un rey topa con un súbdito éste puede pedirle un favor; así que el rey le dijo:
-"Pídeme un favor".
El monje del desierto le replicó:
"Sería indecoroso por mi parte pedirle un favor a uno de mis esclavos".
"¿Cómo te atreves a hablar a un rey con tan poco respeto?", bramó uno de los guardias. "¡Explícate ahora mismo, o morirás!".
Y el monje respondió:
"Yo tengo un esclavo que es el dueño de tu rey".
"¿De quién hablas?"
"Del miedo", respondió el monje.
-"Pídeme un favor".
El monje del desierto le replicó:
"Sería indecoroso por mi parte pedirle un favor a uno de mis esclavos".
"¿Cómo te atreves a hablar a un rey con tan poco respeto?", bramó uno de los guardias. "¡Explícate ahora mismo, o morirás!".
Y el monje respondió:
"Yo tengo un esclavo que es el dueño de tu rey".
"¿De quién hablas?"
"Del miedo", respondió el monje.
EL SUEÑO DEL HOMBRECILLO
(LEYENDA PERUANA)
Aquel hombrecillo era pequeño, demacrado y miserable. Era un siervo, un doméstico hindú, y debía hacer su faena en la residencia del gran señor. Lleno de humildad y de terror, el hombrecillo estaba de pie frente al patrono. Quizás por causa de su aspecto sencillo y simple, era despreciado por éste.
-"Pareces un perro", le decía. "Ponte con cuatro patas. Ahora corre como los perritos. Ahora endereza las orejas. Junta las manos."
El hombrecillo obedecía como mejor podía, y el patrono reía a má no poder. Y así todos los días obligaba a su siervo a humillarse, lo exponía a las burlas de sus compañeros. Pero una tarde, el hombrecillo levantó de golpe la voz. Tenía algo que decir.
-"Gran Señor, patrón mío, perdóname pero quisiera hablarte", dijo.
-"¿Quién tú?... ¿Y a mí?."
- "Sí señor. He tenido un sueño. He soñado que habíamos muerto los dos, usted y yo."
-"¿Tú?... ¿Conmigo?... Cuenta, que me ría un poco."
-Pues estábamos muertos, y por lo tanto desnudos los dos juntos. Desnudos ante nuestro gran patrono san Francisco."
-"¡Ve con cuidado! ¿Qué ocurrió entonces... ¡Habla!", ordenó el patrón, entre fastidiado y curioso.
- "Nuestro gran patrono nos examinaba con sus ojos que ven hasta dentro del corazón. Despueś llamó a un ángel y le ordenó: ¡Trae una copa de oro llena de la miel más transparente!"
-"¿Y entonces?", acosó el patrón.
-Entonces san Francisco dijo: Cubre al patrón con la miel de la copa de oro. Y el ángel tomando la miel en sus propias manos, la ha esparcido sobre su cuerpo, de la cabeza a los pies, así que usted estaba radiante de luz, como una estatua de oro, transparente en el esplendor del cielo."
-"Bien", dijo el patrono. Después añadió: "¿Y tú?".
-Para mí, nuestro santo patrono hizo venir a un ángel con un barreño grande, lleno de excrementos humanos. "Vamos, le dijo, ensucia el cuerpo de este hombrecillo; cúbrelo todo como mejor puedas. Rápido". Así hizo el ángel. Me embadurnó todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, y yo aparecí avergonzado y oliendo mal, en la luz del cielo..."
-Precisamente así ha de suceder", aprobó el patrón. "¿Termina aquí tu historia?"
-"Oh no señor, no. San Francisco volvió a escudriñarnos con aquellos ojos suyos que escrutan el corazón, después ordenó: "Y ahora debéis lameros el uno al otro. Lentamente y por mucho tiempo". Y ordenó a los Ángeles que vigilaran para que se cumpliese su voluntad.
Aquel hombrecillo era pequeño, demacrado y miserable. Era un siervo, un doméstico hindú, y debía hacer su faena en la residencia del gran señor. Lleno de humildad y de terror, el hombrecillo estaba de pie frente al patrono. Quizás por causa de su aspecto sencillo y simple, era despreciado por éste.
-"Pareces un perro", le decía. "Ponte con cuatro patas. Ahora corre como los perritos. Ahora endereza las orejas. Junta las manos."
El hombrecillo obedecía como mejor podía, y el patrono reía a má no poder. Y así todos los días obligaba a su siervo a humillarse, lo exponía a las burlas de sus compañeros. Pero una tarde, el hombrecillo levantó de golpe la voz. Tenía algo que decir.
-"Gran Señor, patrón mío, perdóname pero quisiera hablarte", dijo.
-"¿Quién tú?... ¿Y a mí?."
- "Sí señor. He tenido un sueño. He soñado que habíamos muerto los dos, usted y yo."
-"¿Tú?... ¿Conmigo?... Cuenta, que me ría un poco."
-Pues estábamos muertos, y por lo tanto desnudos los dos juntos. Desnudos ante nuestro gran patrono san Francisco."
-"¡Ve con cuidado! ¿Qué ocurrió entonces... ¡Habla!", ordenó el patrón, entre fastidiado y curioso.
- "Nuestro gran patrono nos examinaba con sus ojos que ven hasta dentro del corazón. Despueś llamó a un ángel y le ordenó: ¡Trae una copa de oro llena de la miel más transparente!"
-"¿Y entonces?", acosó el patrón.
-Entonces san Francisco dijo: Cubre al patrón con la miel de la copa de oro. Y el ángel tomando la miel en sus propias manos, la ha esparcido sobre su cuerpo, de la cabeza a los pies, así que usted estaba radiante de luz, como una estatua de oro, transparente en el esplendor del cielo."
-"Bien", dijo el patrono. Después añadió: "¿Y tú?".
-Para mí, nuestro santo patrono hizo venir a un ángel con un barreño grande, lleno de excrementos humanos. "Vamos, le dijo, ensucia el cuerpo de este hombrecillo; cúbrelo todo como mejor puedas. Rápido". Así hizo el ángel. Me embadurnó todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, y yo aparecí avergonzado y oliendo mal, en la luz del cielo..."
-Precisamente así ha de suceder", aprobó el patrón. "¿Termina aquí tu historia?"
-"Oh no señor, no. San Francisco volvió a escudriñarnos con aquellos ojos suyos que escrutan el corazón, después ordenó: "Y ahora debéis lameros el uno al otro. Lentamente y por mucho tiempo". Y ordenó a los Ángeles que vigilaran para que se cumpliese su voluntad.
ATIENDE CON UNA SONRISA.
KARL ALBRECHT Y RON ZENKE
SERVICE AMERICA.
Un hombre escribió una carta a un pequeño hotel en una ciudad del medio oeste norteamericano que planeaba visitar durante sus vacaciones.
"Me gustaría mucho llevar conmigo a mi perro. Está bien educado y sabe comportarse. ¿Me permitirían ustedes tenerlo conmigo en la habitación durante la noche?"
La respuesta del propietario del hotel fue inmediata y decía:
"Hace muchos años que trabajo en este hotel. Durante este tiempo, nunca ha venido un perro que robara las toallas, la ropa de cama o la cubertería de plata... y tampoco los cuadros de las paredes.
Jamás he tenido que llamar la atención a un perro a altas horas de la noche por estar borracho y armar escándalo, y tampoco ha venido ninguno que se fuera sin pagar la cuenta del h hotel.
Esté tranquilo; su perro será bienvenido en el hotel. Y si él se hace responsable de usted, también a usted lo recibiremos con mucho gusto.
SERVICE AMERICA.
Un hombre escribió una carta a un pequeño hotel en una ciudad del medio oeste norteamericano que planeaba visitar durante sus vacaciones.
"Me gustaría mucho llevar conmigo a mi perro. Está bien educado y sabe comportarse. ¿Me permitirían ustedes tenerlo conmigo en la habitación durante la noche?"
La respuesta del propietario del hotel fue inmediata y decía:
"Hace muchos años que trabajo en este hotel. Durante este tiempo, nunca ha venido un perro que robara las toallas, la ropa de cama o la cubertería de plata... y tampoco los cuadros de las paredes.
Jamás he tenido que llamar la atención a un perro a altas horas de la noche por estar borracho y armar escándalo, y tampoco ha venido ninguno que se fuera sin pagar la cuenta del h hotel.
Esté tranquilo; su perro será bienvenido en el hotel. Y si él se hace responsable de usted, también a usted lo recibiremos con mucho gusto.
SOLO UNA VEZ MÁS
SOLO UNA VEZ MÁS.
(HANOCH MCCARTY)
Hay un mito en un pueblo, la creencia de que si todos los habitantes están presentes la víspera de Navidad y todos rezan con auténtica fe, entonces y sólo entonces, al dar las campanadas de medianoche, se producirá el Segundo Advenimiento. Durante quinientos años han acudido, año tras año, a rezar a esas minas de piedra; pero el Segundo Advenimiento nunca se ha producido.
-¿Crees que Él volverá a nacer -se comentan entre dos participantes- en Nochebuena, aquí en nuestro pueblo?
-No -responde el interpelado, meneando tristemente la cabeza-. No, no lo creo.
-Entonces, ¿por qué acudes todos los años? -pregunta uno de los dos.
-Ah, ¿y si fuera yo el único que no está allí cuando suceda? -es la sonriente respuesta.
(HANOCH MCCARTY)
Hay un mito en un pueblo, la creencia de que si todos los habitantes están presentes la víspera de Navidad y todos rezan con auténtica fe, entonces y sólo entonces, al dar las campanadas de medianoche, se producirá el Segundo Advenimiento. Durante quinientos años han acudido, año tras año, a rezar a esas minas de piedra; pero el Segundo Advenimiento nunca se ha producido.
-¿Crees que Él volverá a nacer -se comentan entre dos participantes- en Nochebuena, aquí en nuestro pueblo?
-No -responde el interpelado, meneando tristemente la cabeza-. No, no lo creo.
-Entonces, ¿por qué acudes todos los años? -pregunta uno de los dos.
-Ah, ¿y si fuera yo el único que no está allí cuando suceda? -es la sonriente respuesta.
LOS DOS MONJES.
LOS DOS MONJES.
(IRMGARD SCHOLEGI)
(THE WISDOM OF ZEN MASTERS)
En una peregrinación dos monjes llegaron al vado de un río. Allí, vestida con sus mejores galas, se encontraron con una muchacha que evidentemente no sabía qué hacer, porque el río estaba crecido y ella no quería mojarse la ropa.
Sin persarlo dos veces, uno de los monjes se la cargó a la espalda, la llevó al otro lado del río y allí la dejó sobre terreno seco.
Luego, ambos monjes siguieron su camino, pero, pasada una hora, el otro monje empezó a quejarse:
-Indudablemente, no está bien tocar a una mujer; va contra las reglas tener contacto con mujeres. ¿Cómo has podido ir contra las reglas de la vida monástica?
El que había cargado con la muchacha siguió andando en silencio, hasta que finalmente dijo:
-Hace una hora que la dejé en la orilla del río; ¿por qué sigues todavía cargando con ella?
(IRMGARD SCHOLEGI)
(THE WISDOM OF ZEN MASTERS)
En una peregrinación dos monjes llegaron al vado de un río. Allí, vestida con sus mejores galas, se encontraron con una muchacha que evidentemente no sabía qué hacer, porque el río estaba crecido y ella no quería mojarse la ropa.
Sin persarlo dos veces, uno de los monjes se la cargó a la espalda, la llevó al otro lado del río y allí la dejó sobre terreno seco.
Luego, ambos monjes siguieron su camino, pero, pasada una hora, el otro monje empezó a quejarse:
-Indudablemente, no está bien tocar a una mujer; va contra las reglas tener contacto con mujeres. ¿Cómo has podido ir contra las reglas de la vida monástica?
El que había cargado con la muchacha siguió andando en silencio, hasta que finalmente dijo:
-Hace una hora que la dejé en la orilla del río; ¿por qué sigues todavía cargando con ella?
LA IDEA.
Él tenía una idea:
Pensaba que se podían curar el racismo y el odio. Curarlas literalmente inyectando música y amor en la vida de la gente.
Un día, cuando iba a tocar en un concierto por la paz, unos matones se presentaron en su puerta y le pegaron un tiro.
A los dos días, se subió a un escenario a cantar. Alguien le preguntó por qué; a lo que respondió.
-"Los que intentan hacer de este mundo un lugar peor no se toman ningún día libre; ¿por qué iba a hacerlo yo?
Hay que iluminar la oscuridad.
Pensaba que se podían curar el racismo y el odio. Curarlas literalmente inyectando música y amor en la vida de la gente.
Un día, cuando iba a tocar en un concierto por la paz, unos matones se presentaron en su puerta y le pegaron un tiro.
A los dos días, se subió a un escenario a cantar. Alguien le preguntó por qué; a lo que respondió.
-"Los que intentan hacer de este mundo un lugar peor no se toman ningún día libre; ¿por qué iba a hacerlo yo?
Hay que iluminar la oscuridad.
lunes, 1 de junio de 2009
SACHI
SACHI
(DAN MILLMAN)
Poco después del nacimiento de su hermano, la pequeña Sachi empezó a pedir a sus padres que la dejaran sola con el nuevo bebé. Como ellos temían que, al igual que la mayoría de los niños de cuatro años, la pequeña estuviera celosa y quisiera golpear o sacudir a su hermano, le dijeron que no. Pero Sachi no daba señales de celos. Era bondadosa con el bebé y pedía cada vez con más urgencia que la dejaran a solas con él. Finalmente, los padres decidieron permitírselo.
Jubilosa, la niña entró en la habitación del bebé y cerró la puerta, que sin embargo se abrió apenas, dejando una rendija, suficiente para que los curiosos padres pudieran observarla y escucharla. Entonces pudieron ver cómo la pequeña Sachi se acercaba silenciosamente a su hermano y, acercando su rostro al de él, le decía en voz baja:
-Bebé, cuéntame como es Dios, que yo ya estoy empezando a olvidarme.
(DAN MILLMAN)
Poco después del nacimiento de su hermano, la pequeña Sachi empezó a pedir a sus padres que la dejaran sola con el nuevo bebé. Como ellos temían que, al igual que la mayoría de los niños de cuatro años, la pequeña estuviera celosa y quisiera golpear o sacudir a su hermano, le dijeron que no. Pero Sachi no daba señales de celos. Era bondadosa con el bebé y pedía cada vez con más urgencia que la dejaran a solas con él. Finalmente, los padres decidieron permitírselo.
Jubilosa, la niña entró en la habitación del bebé y cerró la puerta, que sin embargo se abrió apenas, dejando una rendija, suficiente para que los curiosos padres pudieran observarla y escucharla. Entonces pudieron ver cómo la pequeña Sachi se acercaba silenciosamente a su hermano y, acercando su rostro al de él, le decía en voz baja:
-Bebé, cuéntame como es Dios, que yo ya estoy empezando a olvidarme.
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