LA TRANSFUSIÓN.
Una niña estaba muriendo de una enfermedad de la que su hermano, de dieciocho años, había logrado recuperarse tiempo atrás.
El médico dijo al muchacho:
“Sólo una transfusión de tu sangre puede salvar la vida de tu hermana. ¿Estás dispuesto a dársela?”.
Los ojos del muchacho reflejaron verdadero pavor. Dudó unos instantes, y finalmente dijo:
“De acuerdo, doctor, lo haré”.
Una hora después de realizada la transfusión, el muchacho preguntó indeciso:
“Dígame doctor, ¿cuándo voy a morir?”.
Sólo entonces comprendió el doctor el momentáneo pavor que había detectado en los ojos del muchacho: creía que, al dar su sangre, iba también a dar la vida por su hermana.
Sólo entonces comprendió el doctor el gran gesto de generosidad que había tenido aquel muchacho de dieciocho años, porque no sólo había ofrecido su sangre: Había ofrecido su vida.
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