jueves, 28 de mayo de 2009

EL CAZADOR.

EL CAZADOR.
Sé que asesino no eres. Tu corazón es bueno y leal el apretón de tu mano. Pero cuando de madrugada te colocas el arma al hombro sé lo que te aguarda en el campo.
Dicen que tienes derecho a jugar, tras el cansancio de tus trabajos… Pero tras tus juegos he visto a la pequeña liebre. Dime, ¿tú también has visto la mancha húmeda y roja de sangre alargarse en torno al agujero que sobre su piel abrió tu disparo?
Sé que no eres un asesino. Pero cuando de madrugada partes animoso y feliz con el morral en bandolera y el arma brillante, pronta a disparar su golpe… siento que desentona en la sinfonía de la Naturaleza.
He visto a la pequeña liebre agonizar. Dime, ¿tú también has visto en su ojo ya casi opaco, esa sombra de muerte inocente?
Sé que asesino no eres. Y yo respeto el misterio de aquellas leyes que hacen lícito al hombre jugar con un arma. Pero aquella pequeña liebre, con su bella piel horadada por la bala, con sus saltos encantadores truncados de golpe, con su mirada que implora vida antes de apagarse para siempre… era un poco mía. Aquella pequeña liebre forma parte de la herencia común que todos hemos recibido de la naturaleza. Nunca la debiste matar.

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