ANTHONY DE MELLO.
Un hombre que se sentía orgullosísimo del césped de su jardín se encontró un buen día con que en dicho césped crecía una gran cantidad de "dientes de león". Y aunque trató por todos los medios de librarse de ellos, no pudo impedir que se convirtieran en una auténtica plaga.
Al fin escribió al ministerio de Agricultura, refiriendo todos los intentos que había hecho, y concluía preguntando: "¿Qué puedo hacer?".
Al poco tiempo llegó la respuesta: "Le sugerimos que aprenda a amarlos".
También yo tenía un césped del que estaba muy orgulloso, y también sufrí una plaga de "dientes de león" que traté de combatir con todos los medios a mi alcance. De modo que el aprender a amarlos no fue nada fácil.
Comencé por hablarles todos los días cordial y amistosamente. Pero ellos sólo respondían con su hosco silencio. Aún les dolía la batalla que había librado contra ellos. Probablemente recelaban de mis motivos.
Pero no tuve que aguardar mucho tiempo a que volvieran a sonreír y a recuperar su sosiego. Incluso respondían ya a lo que yo les decía. Pronto fuimos amigos.
Por supuesto que mi césped quedó arruinado, pero ¡qué delicioso se hizo mi jardín!
************************************************************************************
Poco a poco iba quedándose ciego, a pesar de que trató de evitarlo por todos los medios. Y cuando las medicinas ya no surtían efecto, tuvo que combatir con todas sus emociones. Yo mismo necesitaba armarme de valor para decirle: Te sugiero que aprendas a amar tu ceguera".
Fue una verdadera lucha. Al principio se resistía a trabar contaco con ella, a decirle una sola palabra. Y cuando, al fin, consiguió hablar con su ceguera, sus palabras eran de enfado y amargura. Pero siguió hablando y, poco a poco, las palabras fueron haciéndose palabras de resignación, de tolerancia y de aceptación..., hasta que un día, para su sorpresa, se hicieron palabras de simpatía... y de amor. Había llegado el momento en que fue capaz de rodear con su brazo a su ceguera y decirle: "Te amo". Y aquel día le vi sonreír de nuevo. Y ¡qué sonrisa tan dulce...!
Naturalmente que había perdido la vista para siempre. Pero ¡qué bello se hizo su rostro...! Mucho más bello que antes de que le sobreviniera la ceguera.
UN MINUTO PARA EL ABSURDO.
sábado, 24 de abril de 2010
viernes, 2 de abril de 2010
VESTIMENTAS LITÚRGICAS.
ANTHONY DE MELLO.
Octubre de 1917: Ha nacido la Revolución Rusa.
La historia humana ha adquirido una nueva dimensión.
Dice la historia que aquel mismo mes se reunión en asamblea la Iglesia Ortodoxa Rusa y que tuvo lugar un apasionado debate acerca del color del sobrepelliz que había que usar en las funciones litúrgicas.
Algunos insistieron vehementemente en que debería ser blanco, mientras que otros defendían, con la misma vehemencia, que debería ser morado.
Nerón tocaba la lira mientras ardía Roma.
Luchar a brazo partido con una revolución es infinitamente más molesto que organizar una preciosa liturgia. Preferiría recitar mis oraciones antes que mezclarme en reyertas de vecindario.
Octubre de 1917: Ha nacido la Revolución Rusa.
La historia humana ha adquirido una nueva dimensión.
Dice la historia que aquel mismo mes se reunión en asamblea la Iglesia Ortodoxa Rusa y que tuvo lugar un apasionado debate acerca del color del sobrepelliz que había que usar en las funciones litúrgicas.
Algunos insistieron vehementemente en que debería ser blanco, mientras que otros defendían, con la misma vehemencia, que debería ser morado.
Nerón tocaba la lira mientras ardía Roma.
Luchar a brazo partido con una revolución es infinitamente más molesto que organizar una preciosa liturgia. Preferiría recitar mis oraciones antes que mezclarme en reyertas de vecindario.
NASRUDDIN EN CHINA.
ANTHONY DE MELLO.
El Mullah Nasruddin fue a China, donde reunió a un grupo de discípulos a los que preparó para alcanzar la iluminación.
Pero, tan pronto como lo consiguieron, los discípulos dejaron de asistir a sus clases.
No es muy loable para un guía espiritual que sus discípulos se sienten perennemente a sus pies.
El Mullah Nasruddin fue a China, donde reunió a un grupo de discípulos a los que preparó para alcanzar la iluminación.
Pero, tan pronto como lo consiguieron, los discípulos dejaron de asistir a sus clases.
No es muy loable para un guía espiritual que sus discípulos se sienten perennemente a sus pies.
LA MEDALLA.
ANTHONY DE MELLO.
El hombre se encuentra solo, perdido y lleno de temores en medio de este vasto universo.
La buena religión le hace audaz. La mala religión aumenta sus temores.
Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa antes del anochecer. De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se ponía el sol.
Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño regresara a casa temprano.
Pero, cuando creció, el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había modo de sacarle de casa por la noche. Entonces su madre le dio una medalla y le convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían hacerle ningún mal en absoluto.
Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.
La mala religión refuerza su fe en la medalla.
La buena religión le hace ver que no existen tales malos espíritus.
El hombre se encuentra solo, perdido y lleno de temores en medio de este vasto universo.
La buena religión le hace audaz. La mala religión aumenta sus temores.
Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa antes del anochecer. De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se ponía el sol.
Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño regresara a casa temprano.
Pero, cuando creció, el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había modo de sacarle de casa por la noche. Entonces su madre le dio una medalla y le convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían hacerle ningún mal en absoluto.
Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.
La mala religión refuerza su fe en la medalla.
La buena religión le hace ver que no existen tales malos espíritus.
SE VENDE AGUA DEL RÍO.
ANTHONY DE MELLO.
Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.
Se limitó a sonreír con ironía y a decir:
"Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río".
Y concluyó su sermón.
El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependían de que aquellas personas no vieran el río. Cuando, al fin, lo vieron, él cerró el negocio.
El predicador tuvo un enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría. Cuando obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador no podía ocultar su satisfacción, pues había logrado su propósito, que no era sino el de retirarse lo antes posible, porque en el fondo sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo que ésta ya poseía, con tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. "Si yo no me voy", dijo Jesús a sus discípulos, "no vendrá a vosotros el Espíritu Santo".
Si hubieras dejado tan resueltamente de vender agua, la gente habría tenido más posibilidades de ver el río.
Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.
Se limitó a sonreír con ironía y a decir:
"Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río".
Y concluyó su sermón.
El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependían de que aquellas personas no vieran el río. Cuando, al fin, lo vieron, él cerró el negocio.
El predicador tuvo un enorme éxito. Venían a él por millares a adquirir sabiduría. Cuando obtuvieron la sabiduría, dejaron de acudir a sus sermones. Y el predicador no podía ocultar su satisfacción, pues había logrado su propósito, que no era sino el de retirarse lo antes posible, porque en el fondo sabía que él tan sólo ofrecía a la gente lo que ésta ya poseía, con tal de que fuera capaz de abrir los ojos y mirar. "Si yo no me voy", dijo Jesús a sus discípulos, "no vendrá a vosotros el Espíritu Santo".
Si hubieras dejado tan resueltamente de vender agua, la gente habría tenido más posibilidades de ver el río.
GRITAR PARA QUEDAR A SALVO... E INCÓLUME.
ANTHONY DE MELLO.
Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara las palabras del profeta.
Cierto día, un viajante le dijo al profeta: "¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es imposible?".
Y el profeta le respondió:
"Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí".
Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara las palabras del profeta.
Cierto día, un viajante le dijo al profeta: "¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es imposible?".
Y el profeta le respondió:
"Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí".
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GRITAR PARA QUEDAR A SALVO... E INCÓLUME
EL HUEVO.
ANTHONY DE MELLO.
Nasruddin se ganaba la vida vendiendo huevos. Entró una persona en su tienda y le dijo: "Adivina lo que llevo en la mano".
"Dame una pista", dijo Nasruddin.
"Te daré más de una: Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un huevo. Parece un huevo, sabe como un huevo y huele como un huevo. Por dentro es blanco y amarillo. Antes de cocerlo es líquido y, una vez cocido, es espeso. Además, ha sido puesto por una gallina...".
"¡Ya lo tengo!" dijo Nasruddin,
"¡es una clase de pastel!".
El experto tiene el don de no acertar con lo evidente.
El sumo sacerdote tiene el don de no reconocer al Mesías.
Nasruddin se ganaba la vida vendiendo huevos. Entró una persona en su tienda y le dijo: "Adivina lo que llevo en la mano".
"Dame una pista", dijo Nasruddin.
"Te daré más de una: Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un huevo. Parece un huevo, sabe como un huevo y huele como un huevo. Por dentro es blanco y amarillo. Antes de cocerlo es líquido y, una vez cocido, es espeso. Además, ha sido puesto por una gallina...".
"¡Ya lo tengo!" dijo Nasruddin,
"¡es una clase de pastel!".
El experto tiene el don de no acertar con lo evidente.
El sumo sacerdote tiene el don de no reconocer al Mesías.
EL NIÑO DEJA DE LLORAR.
ANTHONY DE MELLO.
Afirmaba aquel hombre que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí mismo y era honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión le enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los que resolvía; la vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras y la tradición habían causado tanto mal como bien. Todas estas cosas habían sido inventadas por el hombre para mitigar la soledad y la desesperación que él observaba en la existencia humana.
Lo mejor era dejarle en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis de crecimiento y evolución.
Una vez le preguntó el discípulo a su Maestro:
"¿Qué es Buda?".
Y el Maestro le respondió:
"La mente es Buda".
Volvió otro día a hacerle la misma pregunta
y la respuesta fue:
"No hay mente. No hay Buda".
Y el discípulo protestó:
"Pero si el otro día me dijiste:
"La mente es Buda..."
Replicó el Maestro:
"Eso lo dije para que niño dejase de llorar.
Pero, cuando el niño ha dejado de llorar, digo:
No hay mente. No hay Buda".
Tal vez el niño había dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad.
De modo que lo mejor era dejarle solo.
Pero cuando empezó a predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que no estaban preparadas para ello, hubo que frenarle: "Hubo una época, la era pre-científica, en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y los hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera era una persona. Por fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría "hermano" al sol y hablaría con él".
"Tu fe era la de un chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un hombre audaz, la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico y vuelvas a encontrar tu fe".
La fe no se pierde jamás por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que expresan la fe se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se purifican.
Afirmaba aquel hombre que, en la práctica, era ateo. Si realmente pensaba por sí mismo y era honrado, tenía que admitir que no creía de veras las cosas que su religión le enseñaba. La existencia de Dios originaba tantos problemas como los que resolvía; la vida después de la muerte era un espejismo; las escrituras y la tradición habían causado tanto mal como bien. Todas estas cosas habían sido inventadas por el hombre para mitigar la soledad y la desesperación que él observaba en la existencia humana.
Lo mejor era dejarle en paz. No decirle nada. Tal vez estaba atravesando una crisis de crecimiento y evolución.
Una vez le preguntó el discípulo a su Maestro:
"¿Qué es Buda?".
Y el Maestro le respondió:
"La mente es Buda".
Volvió otro día a hacerle la misma pregunta
y la respuesta fue:
"No hay mente. No hay Buda".
Y el discípulo protestó:
"Pero si el otro día me dijiste:
"La mente es Buda..."
Replicó el Maestro:
"Eso lo dije para que niño dejase de llorar.
Pero, cuando el niño ha dejado de llorar, digo:
No hay mente. No hay Buda".
Tal vez el niño había dejado de llorar y ya estaba preparado para la verdad.
De modo que lo mejor era dejarle solo.
Pero cuando empezó a predicar su recién descubierto ateísmo a otras personas que no estaban preparadas para ello, hubo que frenarle: "Hubo una época, la era pre-científica, en que los hombres adoraban al sol. Vino después la era científica y los hombres se dieron cuenta de que el sol no era un dios; ni siquiera era una persona. Por fin, vino la era mística y Francisco de Asís llamaría "hermano" al sol y hablaría con él".
"Tu fe era la de un chiquillo aterrorizado. Y ahora que te has convertido en un hombre audaz, la has perdido. Ojalá llegues algún día a ser un místico y vuelvas a encontrar tu fe".
La fe no se pierde jamás por buscar sin miedo la verdad. Sólo las creencias que expresan la fe se ven nubladas durante algún tiempo; pero, llegado el momento, se purifican.
LA FLECHA ENVENENADA.
ANTHONY DE MELLO.
En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: "¿Sobreviven a la muerte las almas de los justos?".
Como era propio de él, Buda no respondió.
Pero el monje insistía. Y todos los días volvía a hacerle la misma pregunta: y un día tras otro recibía el silencio como respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque ¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio y le dijo: "Eres como un hombre que fue alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus parientes se apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran respuestas a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a recibir todo tipo de asistencia".
El monje se quedó en el monasterio.
Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las propiedades de una medicina que tomarla.
En cierta ocasión se acercó un monje a Buda y le dijo: "¿Sobreviven a la muerte las almas de los justos?".
Como era propio de él, Buda no respondió.
Pero el monje insistía. Y todos los días volvía a hacerle la misma pregunta: y un día tras otro recibía el silencio como respuesta. Hasta que no pudo soportarlo y amenazó con abandonar el monasterio si no le era respondida aquella pregunta de vital importancia para él; porque ¿a santo de qué iba él a sacrificarlo todo para vivir en el monasterio, si las almas de los justos no iban a sobrevivir a la muerte?
Entonces Buda, compadecido, rompió su silencio y le dijo: "Eres como un hombre que fue alcanzado por una flecha envenenada y al poco tiempo estaba agonizando. Sus parientes se apresuraron a llevar a un médico junto a él, pero el hombre se negó a que le extrajeran la flecha o se le aplicara cualquier otro remedio mientras no le dieran respuestas a tres importantes preguntas: Primero, el hombre que le disparó ¿era blanco o negro? Segundo, ¿era un hombre alto o bajo? Y tercero, ¿era un bracmán o un paria? Si no le respondían a estas tres preguntas, el hombre se negaba a recibir todo tipo de asistencia".
El monje se quedó en el monasterio.
Es mucho más placentero hablar del camino que recorrerlo; o discutir acerca de las propiedades de una medicina que tomarla.
LA SOPA DE LA SOPA DE GANSO.
En cierta ocasión un pariente visitó a Nasruddin, llevándole como regalo un ganso.
Nasruddin cocinó el ave y la compartió con su huésped.
No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo "del hombre que te ha traído el ganso". Naturalmente, todos ellos esperaban obtener comida y alojamiento a cuenta del famoso ganso.
Finalmente, Nasruddin no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a casa y dijo: "Yo soy un amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso", Y, al igual que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer.
Nasruddin puso ante él una escudilla llena de agua caliente.
"¿Qué es esto?", preguntó el otro.
"Esto", dijo Nasruddin, "es la sopa de la sopa de ganso que me regaló mi amigo".
A veces se oye hablar de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de los discípulos de un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios.
Es absolutamente imposible enviar un beso a través de un mensajero.
Nasruddin cocinó el ave y la compartió con su huésped.
No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos ser amigos de un amigo "del hombre que te ha traído el ganso". Naturalmente, todos ellos esperaban obtener comida y alojamiento a cuenta del famoso ganso.
Finalmente, Nasruddin no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a casa y dijo: "Yo soy un amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso", Y, al igual que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer.
Nasruddin puso ante él una escudilla llena de agua caliente.
"¿Qué es esto?", preguntó el otro.
"Esto", dijo Nasruddin, "es la sopa de la sopa de ganso que me regaló mi amigo".
A veces se oye hablar de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de los discípulos de un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios.
Es absolutamente imposible enviar un beso a través de un mensajero.
LOS EXPERTOS.
ANTHONY DE MELLO.
Un cuento Sufí:
Un honmbre a quien se consideraba muerto, fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro.
Abrieron el féretro y el hombre se incorporó:
"¿Qué estáis haciendo"?, dijo a los sorprendidos asistentes.
"Estoy vivo. No he muerto".
Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio.
Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: "Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?".
Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debdamente.
Un cuento Sufí:
Un honmbre a quien se consideraba muerto, fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro.
Abrieron el féretro y el hombre se incorporó:
"¿Qué estáis haciendo"?, dijo a los sorprendidos asistentes.
"Estoy vivo. No he muerto".
Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio.
Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: "Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?".
Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debdamente.
LOS PROFESIONALES.
ANTHONY DE MELLO.
Mi vida religiosa ha estado enteramente en manos de profesionales. Si yo quiero aprender a orar, acudo a un director espiritual; si deseo descubrir la voluntad de Dios con respecto a mí, acudo a un retiro dirigido por un experto; para entender la Biblia recurro a un escriturista; para saber si he pecado o no, me dirijo a un moralista; y para que se me perdonen los pecados tengo que echar mano de un sacerdote.
El rey de unas islas de Pacífico Sur daba un banquete en honor de un distinguido huésped occidental.
"
Cuando llegó el momento de pronunciar los elogios del huésped Su Majestad siguió sentado en el suelo mientras un orador profesional, especialmente designado al efecto, se excedía en sus adulaciones.
Tras el elocuente panegírico, el huésped se levantó para decir unas palabras de agradecimiento al rey. Pero Su Majestad le retuvo suavemente: "No se levante, por favor", le dijo. "Ya he encargado a un orador que hable por usted. En nuestra isla pensamos que el hablar en público no debe estar en manos de aficionados".
Yo me pregunto: ¿no preferiría Dios que yo fuera más -aficionado- en mi relación con Él.
Mi vida religiosa ha estado enteramente en manos de profesionales. Si yo quiero aprender a orar, acudo a un director espiritual; si deseo descubrir la voluntad de Dios con respecto a mí, acudo a un retiro dirigido por un experto; para entender la Biblia recurro a un escriturista; para saber si he pecado o no, me dirijo a un moralista; y para que se me perdonen los pecados tengo que echar mano de un sacerdote.
El rey de unas islas de Pacífico Sur daba un banquete en honor de un distinguido huésped occidental.
"
Cuando llegó el momento de pronunciar los elogios del huésped Su Majestad siguió sentado en el suelo mientras un orador profesional, especialmente designado al efecto, se excedía en sus adulaciones.
Tras el elocuente panegírico, el huésped se levantó para decir unas palabras de agradecimiento al rey. Pero Su Majestad le retuvo suavemente: "No se levante, por favor", le dijo. "Ya he encargado a un orador que hable por usted. En nuestra isla pensamos que el hablar en público no debe estar en manos de aficionados".
Yo me pregunto: ¿no preferiría Dios que yo fuera más -aficionado- en mi relación con Él.
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