domingo, 28 de noviembre de 2010

EN LA RIBERA DEL OKA.

LEÓN TOLSTOI

En la ribera del Oka vivían numerosos campesinos; la tierra no era fértil, pero, labrada con tesón, producía lo necesario para vivir con holgura y aun para guardar algo de reserva.

Iván, uno de los labradores, estuvo una vez en la feria de Tula y compró una hermosísima pareja de perros sabuesos para que cuidaran su casa. Los animalitos, al poco tiempo, se hicieron conocidos en todos los campos de la vega del Oka por sus continuas correrías en las que ocasionaban destrozos en los sembrados, y las ovejas y los terneros no solían quedar bien parados. Nicolás, vecino de Iván, en la primera feria de Tula compró otra pareja de perros para que le defendieran su casa, sus campos y sus tierras.

Pero, a la vez que cada campesino -para estar mejor defendido - aumentaba el número de perros, éstos se hacían más exigentes. Ya no se contentaban con los huesos y demás sobras de la casa, sino que había que reservarles los mejores trozos de las matanzas y hubo que construirles recintos cubiertos y dedicar más tiempo a su cuidado.

Al principio, los nuevos guardianoes riñeron con los antiguos, pero pronto se hicieron amigos y los cuatro hicieron juntos las correrías. Los otros vecinos, cuando vieron aumentar el peligro, se proporcionaron también sabuesos y así, al cabo de pocos años, cada labrador era dueño de una jauría de 10 o 15 perros. Apenas oscurecía, al más leve ruido, los sabuesos corrían furiosos y con estrépito tal que parecía que un ejército de bandidos fuera a asaltar la casa. Los amos, asustados, atrancaban bien sus puertas y decían:

- "Dios mío, qué sería de nosotros sin esos valientes sabuesos que abnegadamente defienden nuestras casas".

Entre tanto, la miseria se había asentado en la aldea; los niños, cubiertos de harapos, palidecían de frío y de hambre, y los hombres, por más que trabajaban de la mañana a la noche, no conseguían arrancar del suelo el sustento necesario para su familia. Un día se quejaban de su suerte ante el hombre más viejo y sabio del lugar y, como culpaban de ella al cielo, el anciano les dijo:

- "La culpa la tenéis vosotros: os lamentáis de que en vuestra casa falta el pan para vuestros hijos que languidecen delgados y descoloridos, y veo que todos mantenéis docenas de perros gordos y lustrosos".

- "Son los defensores de nuestros hogares" -exclamaron los labradores-.

- "¿Los defensores? ¿De quién os defienden?"

- "Señor, si no fuera por ellos, los perros extraños acabarían con nuestros ganados y hasta con nosotros mismos".

- "¡Ciegos, ciegos! -dijo el anciano-. ¿No comprendéis que los perros os defienden a cada uno de vosotros de los perros de los demás, y que si nadie tuviera perros, no necesitaríais defensores que se comen todo el pan que debiera alimentar a vuestros hijos? Suprimid los sabuesos y la paz y la abundancia volverán a vuestros hogares".

Y, siguiendo el consejo del anciano se deshicieron de sus defensores y, un año más tarde, sus graneros y despensas no bastaban para contener las provisiones y en el rostro de sus hijos sonreía a la salud y la prosperidad.

martes, 23 de noviembre de 2010

LA HISTORIA DE UN DÍA.

LEARNING FOR CHANGE IN WORLD.

Una vez a media noche, los hombres tuvieron el mundo a su disposición. Durante mucho tiempo, habida cuenta de lo que sabemos, permanecieron muy tranquilos: durante la mañana y la tarde ese día se limitaron a vagabundear en pequeños grupos, a cazar animales con lanzas y flechas, a refugiarse en cavernas y a vestirse con pieles. Hacia las seis de la tarde, empezaron a aprender algo sobre semillas y agricultura, sobre el pastoreo y cosas semejantes. Hacia las siete y media, se había establecido en grandes ciudades, especialmente en Egipto y la India y en los países comprendidos entre estas dos naciones.

Después llegó Moisés, que partió a la búsqueda de la tierra prometida, a las nueve menos cuarto. Tras él vinieron Buda en la India, Sócrates en Grecia y Confucio en China, que se reunieron y se fueron todos juntos, aunque sin llegar a conocerse, hacia las diez y diez. En torno a las diez y media, apareció Cristo, algo después de la Gran Muralla China y de Julio César. A las once fue el movimiento de Mahoma.

Hacia las once y media surgieron las primeras grandes ciudades en Europa del Norte. A partir de las doce menos cuarto los hombres salieron de estas grandes ciudades y saquearon el resto del mundo por doquier. Primero expoliaron América del Norte y del Sur, luego la India y, finalmente, cuando solo faltaban cuatro minutos para media noche, le llegó el turno a África.

Dos minutos antes de medianoche se desencadenó una gran guerra entre ellos, a la que siguió otra semjante sólo cincuenta segundos después.

En el último minuto del día, esos hombres del Norte de Europa fueron expulsados de la India, de África y de muchos otros países, pero no de Norteamérica, donde se habían instalado de forma estable. En ese último minuto, además, inventaron las armas nucleares, desembarcaron en la Luna, fueron responsables de doblar prácticamente la población mundial y consumieron más petróleo y metales de los que se habían utilizado en las precedentes veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos.

Volvió a ser medianoche, el inicio de un nuevo día.

domingo, 21 de noviembre de 2010

LA OVEJA NEGRA DE LA FAMILIA.

ALFONSO FRANCIA.

Había un río caudaloso y bello como pocos. Los árboles creyeron que era un bonito lugar para colocarse en los alrededores; por ello se reunieron y decidieron situarse cada uno donde quisiera, eso sí, lejitos de las aguas. Unos prefirieron estar juntos, otros solitarios, aquellos junto a unas rocas, éstos en la explanada. Había espacio para todos. Ninguno explicó su elección.

Cuando ya cada cual estaba en su sitio, echaron una ojeada para ver a los otros, y... todos se dieron cuenta de que habúa uno en un lugar peligroso. Estaba a tres metros del río, un poco inclinado hacia él; y con las raíces no muy sólidamente agarradas a la tierra, pues había también rocas y piedras.

Los otros, al ver la peligrosidad del lugar, no pudieron menos de gritarle:

- Quítate de ahí, le dice uno, un pequeño corrimiento de tierra, y no lo cuentas.

- ¿A dónde vas tú con esas raíces? No aguantas ni dos meses.

- Oye, novato, ¿qué te crees, que por estar cerca del agua, vas a crecer más? El agua va a ser tu perdición, ya verás.

- Ahí, un vendaval por pequeño que sea, te llevan por delante.

- O un niño que se siente en tus ramas, y caes al agua.

Mil razones le dieron, pero no lo convencieron y no hizo caso. Y, cuando acabaron de decirle cosas, él también empezó a decir lo que pensaba sobre cada uno:

- ¿Por qué os ponéis juntos? ¿Es que no sois maduros?

- Como hagan un camino por ahí, veréis dónde vais a parar.

- Cualquier día hay fuego y no tenéis defensa.

- Tú no has pensado en los excursionistas... ¡Qué mal lo vas a pasar!

- Vosotros muy fuertes y creciditos, pero, como necesiten leña para calentarse o vigas o tablas para la construcción, ya os veo en el suelo.

Cuando terminaron sus argumentaciones, uno miró allá y no pudo contenerse, lanzó un grito señalando con el dedo a aquel chiquitajo, que nadie había visto, entretenidos en lo suyo como estaban. Aquello era el colmo: a sólo un metro del río, además inclinado hacia él y con algunas raíces al aire... ¡Quítate de ahí!, gritaron todos al unísono con una fuerza increíble, y sin esperar más, nuevamente gritaron todos: "¡Inmediatamente!" En seguida le cayó una lluvia de insultos: "Eres un irresponsable", "imprudente", "Te las quieres dar de listo", "Mira el original", "Se cree que tiene más personalidad", "No eres más que un adolescente", "Cuatro ramuchas que tienes y tanto quieres lucirlas"...

Al ver que no hacía caso, comenzaron a reírse de él, a hacer chistes cada vez más humillantes... El pobrecito no podía decir ni palabra. Todos contra él, lo tenía acorralado. Demasiados y graves insultos para tanta debilidad...

Apenas pudo, compungido y con la voz temblorosa, les dijo como pidiendo perdón: "Yo he visto que cada cual se colocaba donde mejor le parecía. Yo me quise poner aquí porque me dije: - Aquí doy elegancia al río y al paisaje. Quién sabe si alguno en peligro de ahogarse puede agarrarse a una rama. SI sirvo para hacer leña o hacer alguna herramienta, pues estupendo. Y si vienen niños a subirse y divertirse, o turistas a sacarse fotos, o pájaros a pararse cerca de las aguas, también estupendo. Si..."

No lo dejaron seguir. Todos empezaron a gritar. "¡Estás como una regadera. Necesitas psiquíatra. Dejémoslo, que se fastidie. Ya aprenderá con los años. Otro idealista utópico...!" Una carcajada imponente resonó en todos aquellos contornos. Avergonzado, no se atrevió a mirar a los compañeros, y se puso a mirar al río, y ¡oh maravilla!, el río agradecido le devolvió su linda imagen y le regaló el espejo de sus aguas.