ALFONSO FRANCIA.
Había un río caudaloso y bello como pocos. Los árboles creyeron que era un bonito lugar para colocarse en los alrededores; por ello se reunieron y decidieron situarse cada uno donde quisiera, eso sí, lejitos de las aguas. Unos prefirieron estar juntos, otros solitarios, aquellos junto a unas rocas, éstos en la explanada. Había espacio para todos. Ninguno explicó su elección.
Cuando ya cada cual estaba en su sitio, echaron una ojeada para ver a los otros, y... todos se dieron cuenta de que habúa uno en un lugar peligroso. Estaba a tres metros del río, un poco inclinado hacia él; y con las raíces no muy sólidamente agarradas a la tierra, pues había también rocas y piedras.
Los otros, al ver la peligrosidad del lugar, no pudieron menos de gritarle:
- Quítate de ahí, le dice uno, un pequeño corrimiento de tierra, y no lo cuentas.
- ¿A dónde vas tú con esas raíces? No aguantas ni dos meses.
- Oye, novato, ¿qué te crees, que por estar cerca del agua, vas a crecer más? El agua va a ser tu perdición, ya verás.
- Ahí, un vendaval por pequeño que sea, te llevan por delante.
- O un niño que se siente en tus ramas, y caes al agua.
Mil razones le dieron, pero no lo convencieron y no hizo caso. Y, cuando acabaron de decirle cosas, él también empezó a decir lo que pensaba sobre cada uno:
- ¿Por qué os ponéis juntos? ¿Es que no sois maduros?
- Como hagan un camino por ahí, veréis dónde vais a parar.
- Cualquier día hay fuego y no tenéis defensa.
- Tú no has pensado en los excursionistas... ¡Qué mal lo vas a pasar!
- Vosotros muy fuertes y creciditos, pero, como necesiten leña para calentarse o vigas o tablas para la construcción, ya os veo en el suelo.
Cuando terminaron sus argumentaciones, uno miró allá y no pudo contenerse, lanzó un grito señalando con el dedo a aquel chiquitajo, que nadie había visto, entretenidos en lo suyo como estaban. Aquello era el colmo: a sólo un metro del río, además inclinado hacia él y con algunas raíces al aire... ¡Quítate de ahí!, gritaron todos al unísono con una fuerza increíble, y sin esperar más, nuevamente gritaron todos: "¡Inmediatamente!" En seguida le cayó una lluvia de insultos: "Eres un irresponsable", "imprudente", "Te las quieres dar de listo", "Mira el original", "Se cree que tiene más personalidad", "No eres más que un adolescente", "Cuatro ramuchas que tienes y tanto quieres lucirlas"...
Al ver que no hacía caso, comenzaron a reírse de él, a hacer chistes cada vez más humillantes... El pobrecito no podía decir ni palabra. Todos contra él, lo tenía acorralado. Demasiados y graves insultos para tanta debilidad...
Apenas pudo, compungido y con la voz temblorosa, les dijo como pidiendo perdón: "Yo he visto que cada cual se colocaba donde mejor le parecía. Yo me quise poner aquí porque me dije: - Aquí doy elegancia al río y al paisaje. Quién sabe si alguno en peligro de ahogarse puede agarrarse a una rama. SI sirvo para hacer leña o hacer alguna herramienta, pues estupendo. Y si vienen niños a subirse y divertirse, o turistas a sacarse fotos, o pájaros a pararse cerca de las aguas, también estupendo. Si..."
No lo dejaron seguir. Todos empezaron a gritar. "¡Estás como una regadera. Necesitas psiquíatra. Dejémoslo, que se fastidie. Ya aprenderá con los años. Otro idealista utópico...!" Una carcajada imponente resonó en todos aquellos contornos. Avergonzado, no se atrevió a mirar a los compañeros, y se puso a mirar al río, y ¡oh maravilla!, el río agradecido le devolvió su linda imagen y le regaló el espejo de sus aguas.
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