MANUEL PLIEGO.
Érase una vez un gato que, perseguido por un perro, arribó misteriosamente a la copa de una palmera. Tan alta era la palmera que, al irse el perro, le dio miedo bajar por el vértigo que sentía.
Acurrucado pasó una hora, dos horas... llegó la noche. Y sintió hambre y frío. Y se puso a llorar con maullidos lastimeros. Toda la noche fue de llanto. Al amanecer, pasó por allí el panadero que llevaba pan caliente para los vecinos de la casa cercana. Pero el panadero ni miró. Hacía mucho frío como para sacar la cara de la bufanda.
Un poco más tarde, se acercaron un grupo de niños que caminaban hacia el colegio. Uno de los niños venía comiendo un soberbio bocadillo de sardinas. Al olor de las sardinas, el gato sintió que los ojos se le salían de sus órbitas. Su maullido fue muy agudo... Los niños se pusieron a mirar la copa de la palmera y comenzaron a tirar piedras. El gato se tapó la cabeza entre las patas y se dijo para sí: "¿Qué les habré hecho yo?". El toque de una campana lejana hizo cesar automáticamente el bombardeo. El gato debería seguir esperando...
Pasadas unas dos horas, oyó el gato un rumor de voces. Varias personas estaban hablando al pie de la palmera. Aguzó el oído y le pareció que estaban hablando de él. Uno de los que hablaban decía pertenecer a la Sociedad Protectora de Animales y discutía acaloradamente sobre la manera más efectiva de hacerlo bajar de la palmera. Hablaron de llamar a los bomberos, de buscar una escalera, de montar un puente, de poner sardinas... etc, etc... Todo se quedó en palabras. Tras dos horas discutiendo, el pobre gato seguía siendo inquilino de la palmera... Y el gato pensó para sí: "¡Pobrecitos! con lo sencillo que es..."
Llegó la hora de la comida, volvió a quedar la palmera solitaria. Y de nuevo el hambre se hizo dueña del estómago del gato, que, por los resultados obtenidos, veía que, sin remedio, la muerte se le acercaba... Relamiendo la tristeza de su próximo fin, sintió varios golpes. Dos jóvenes, con largas varas, golpeaban las ramas de la palmera. Una de ellas, lo alcanzó y le hizo caer arriba desde arriba bruscamente. Tras el golpe, el gato huyó presa del miedo y, mientras se alejaba, escuchó: "¡Para otra vez, mira dónde te subes!".
Mientras corría sin rumbo fijo, al gato le sobrevino la película de los acontecimientos. "¿Qué distintos son los hombres?" pensó para sí. Unos ni se enteran, otros son violentos, otros pierden el tiempo hablando, y los que solucionan las cosas, no lo arreglan del todo bien...! ¡Y se las dan de inteligentes!...
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