miércoles, 27 de enero de 2010

NASRUDDIN HA MUERTO.

ANTHONY DE MELLO.

Se hallaba en cierta ocasión Nasruddin –que tenía su día filosófico- reflexionando en alta voz: “Vida y muerte… ¿quién puede decir lo que son?” Su mujer, que estaba trabajando en la cocina le oyó y dijo: “Los hombres sois todos iguales, absolutamente estúpidos. Todo el mundo sabe que cuando las extremidades de un hombre están rígidas y frías, ese hombre está muerto”.

Nasruddin quedó impresionado por la sabiduría práctica de su mujer. Cuando, en otra ocasión se vio sorprendido por la nieve, sintió cómo sus manos y sus pies se congelaban y se entumecían. “Sin duda estoy muerto”, pensó. Pero otro pensamiento le asaltó de pronto: “¿Y qué hago yo paseando, si estoy muerto? Debería estar tendido, como cualquier muerto respetable”. Y esto fue lo que hizo.

Una hora después, unas personas que iban de viaje pasaron por allí y, al verle tendido junto al camino, se pusieron a discutir si aquel hombre estaba vivo o muerto. Nasruddin deseaba con toda su alma gritar y decirles: “Estáis locos. ¿No veis que estoy muerto? ¿No veis que mis extremidades están frías y rígidas?”. Pero se dio cuenta de que los muertos no deben hablar. De modo que refrenó su lengua.

Por fin, los viajeros decidieron que el hombre estaba muerto y cargaron sobre sus hombros el cadáver para llevarlo al cementerio y enterrarlo. No habían recorrido aún mucha distancia cuando llegaron a una bifurcación. Una nueva disputa surgió entre ellos acerca de cuál sería el camino del cementerio. Nasruddin aguantó cuanto pudo, pero al fin no fue capaz de contenerse y dijo: “Perdón, caballeros, pero el camino que lleva al cementerio es el de la izquierda. Ya sé que se supone que los muertos no deben hablar, pero he roto la norma sólo por esta vez y les aseguro que no volveré a decir una palabra”.


Cuando la realidad choca con una creencia rígidamente afirmada, la que sale perdiendo es la realidad.

domingo, 3 de enero de 2010

EL DIABLO Y SU AMIGO.

ANTHONY DE MELLO.

En cierta ocasión salió el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos a un hombre que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo.

“¿Qué busca ese hombre?”, le preguntó al diablo su amigo.

“Un trozo de Verdad” respondió el diablo.

“¿Y eso no te inquieta?”, volvió a preguntar el amigo.

“Ni lo más mínimo”, respondió el diablo. “Le permitiré que haga de ello una creencia religiosa”.

Una creencia religiosa es como un poste indicador que señala el camino hacia la Verdad. Pero las personas que se obstinan en adherirse al indicador se ven impedidas de avanzar hacia la Verdad, porque tienen la falsa sensación de que ya la poseen.

¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?

ANTHONY DE MELLO.

El Maestro imprime su sabiduría en el corazón de sus discípulos, no en las páginas de un libro. El discípulo habrá de llevar oculta en su corazón esta sabiduría durante treinta o cuarenta años, hasta encontrar a alguien capaz de recibirla. Tal era la tradición del Zen.

El Maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju. Un día le hizo llamar y le dijo: “Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de Maestro a Maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor”.

“Harías mejor en guardarte el libro”, replicó Shoju. “Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo”.

“Lo sé, lo sé…” dijo con paciencia Mu-nan. “Pero aún así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo”.

Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. No le apetecían nada las palabras escritas.

Mu-nan, a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó: “¿Qué disparate estás haciendo?”.

Y Shoju le replicó: “¿Qué disparate estás diciendo?”.

El Guru habla con autoridad de lo que él mismo ha experimentado. Nunca cita un libro.

VIEJOS REFRANES.

(Gianni Rodari. Cuentos por teléfono)

- De noche – sentencia un Viejo Proverbio -, todos los gatos son pardos.
- Y yo soy negro – dijo un gato negro atravesando la carretera.
- Es imposible: los Viejos Proverbios tienen siempre razón.
- Pero yo soy negro igualmente – repitió el gato.
Por la sorpresa y por la amargura el Viejo Proverbio cayó del techo y se rompió una pierna.

Otro Viejo Proverbio fue a ver un partido de fútbol, se alejó con un jugador y le susurró al oído:
- ¡El que juega solo hace por tres!
El jugador intentó jugar el balón solo, pero aquello era un aburrimiento como para morirse, por lo tanto volvió al equipo.
El Viejo Proverbio, por el desatino, se enfermó y tuvieron que quitarle las amígdalas.

Una vez tres Viejos Proverbios se encontraron y apenas habían abierto la boca empezaron a litigar:
- El que empieza bien está a mitad de la obra – dijo el primero.
- En absoluto – dijo el segundo -, la virtud está en el medio.
- Gravísimo error –exclamó el tercero -, lo dulce está en el fondo.
Se agarraron por los pelos y todavía están peleando.

Después está la historia de aquel Viejo Proverbio que tenía ganas de comer una pera, y se puso bajo el árbol, y mientras tanto pensaba: “Cuando la pera está madura cae sola”.
Pero la pera cayó sólo cuando estaba marchita y podrida y se despachurró en la cabeza del Viejo Proverbio, que por disgusto puso la renuncia.

sábado, 2 de enero de 2010

UNA NOTA DE SABIDURÍA.

ANTHONY DE MELLO.

Nadie supo lo que fue de Kakua después de que éste abandonar la presencia del Emperador. Sencillamente, desapareció. He aquí la historia.

Kakua fue el primer japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo único que hacía era meditar asiduamente.

Cuando la gente le encontraba y le pedía que predicara, él decía unas cuantas palabras y se marchaba a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil encontrarle.

Cuando Kakua regresó al Japón, el Emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de que predicara Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó en silencio frente al Emperador. Entonces sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación ante el rey y desapareció.

Dice Confucio: “No enseñar a un hombre que está dispuesto a aprender es desaprovechar a un hombre. Enseñar a quien no está dispuesto a aprender es malgastar palabras”.

EL ESCOZOR DEL DERVICHE.

ANTHONY DE MELLO.

Estaba pacíficamente sentado un derviche a la orilla de un río cuando un transeúnte que pasó por allí, al ver la parte posterior de su cuello desnudo, no pudo resistir la tentación de darle un sonoro golpe. Y quedó encantado del sonido que su golpe había producido en el cuello del derviche, pero éste se dolía del escozor y se levantó para devolverle el golpe.

“Espera un momento”, dijo el agresor. “Puedes devolverme el golpe si quieres, pero respóndeme primero a la pregunta que quiero hacerte. ¿Qué es lo que ha producido el ruido mi mano o tu cuello?

Y replicó el derviche. “Respóndete tú mismo. A mí, el dolor no me permite teorizar. Tú puedes hacerlo porque no sientes lo mismo que yo”.

Cuando se experimenta lo divino, se reducen considerablemente las ganas de teorizar.

TOMÁS DE AQUINO DEJA DE ESCRIBIR.

ANTHONY DE MELLO.

Cuentan las crónicas que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de la historia, hacia el final de su vida dejó de pronto de escribir. Cuando su secretario se le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó: “Hermano Reginaldo, hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté algo de lo Divino. Aquel día perdí todas las ganas que tenía de escribir. En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios me parece ahora como si no fuera más que paja”.

¿Cómo puede ser de otra manera cuando el intelectual se hace místico?

Cuando el místico bajó de la montaña se le acercó el ateo, el cual le dijo con aire sarcástico:
“¿Qué nos has traído del jardín de las delicias en el que has estado?”.

Y el místico le respondió: “En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores para, a mi regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de tal forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta me olvidé del faldón”.

Los maestros de Zen lo expresan más concisamente: “El que sabe no habla. El que habla no sabe”.

EL EXPLORADOR.

ANTHONY DE MELLO.

El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del Amazonas. Pero ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva?

¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río?

Y les dijo: “Id y descubridlo vosotros mismos. Nada puede sustituir el riesgo y a la experiencia personales”. Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas.

Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas, pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas?

El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no haberlo hecho.

Cuentan que Buda se negaba resueltamente a hablar de Dios.

Probablemente sabía los peligros de hacer mapas para expertos en potencia.

EL SECRETO DEL ESCLAVO.

EL SECRETO DEL ESCLAVO.

(POPULAR HINDÚ)

Ayaz era el compañero y esclavo del gran monarca de Ghazna. Había llegado a la corte como un esclavo mendigo, y el rey le había hecho su consejero y amigo.

Los demás cortesanos estaban celosos de Ayaz y observaban todos sus movimientos con la intención de denunciarlo por alguna falta, y así ver su caída. Un día, estos celosos cortesanos, fueron al rey y le dijeron:

- Sombra de Alá sobre la tierra. Debes saber que, infatigables siempre a tu servicio, hemos tenido a tu esclavo Ayaz bajo minuciosa vigilancia, y que todos los días, tan pronto como se retira de la corte, Ayaz va a un cuarto donde a nadie se le permite entrar, pasa algún tiempo allí y después se dirige a sus propios aposentos. Tememos que este hábito suyo pueda estar relacionado con un secreto culpable: quizá trama algo para matar a su Majestad.

Durante largo tiempo el monarca se negó a oír algo en contra de Ayaz, pero el misterio del cuarto cerrado le inquietaba, hasta que decidió que tenía que preguntarle a Ayaz. Un día cuando Ayaz salía de su cuarto misterioso, el rey, rodeado por cortesanos, apareció y ordenó que se le enseñara el cuarto.

- No, - dijo Ayaz.
- Si no me permites entrar en el cuarto, desaparecerá toda mi confianza en ti como persona leal y de confianza, y en adelante nunca podremos seguir en los mismos términos. Escoge –respondió el furioso conquistador.
Ayaz lloró, y después abrió la puerta del cuarto dejando que entraran también los cortesanos. El cuarto estaba vacío. Todo lo que había era un gancho en la pared y del gancho colgaban un manto raído con parches, un bastón y un tazón para mendigar.

El rey y su corte no pudieron comprender el significado de este descubrimiento. Cuando el rey pidió una explicación, Ayaz dijo:

- Majestad, por años he sido tu esclavo, amigo y consejero. He tratado de no olvidar mis orígenes, y por esta razón he venido todos los días a este cuarto a recordar lo que fui. Yo te pertenezco, y todo lo que me pertenece a mí son mis harapos, mi bastón, mi tazón de mendigar y mis travesías por la faz de la tierra.