ADAPTACIÓN DE UN RELATO POPULAR.
Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello negro, largo como hebras brillantes salidas de su rueca. El iba cada día al mercado con algunas frutas. A la sombra de un árbol, se sentaba a esperar, sujetando entre los dientes su pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco.
Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalar a su marido. Y, aemás, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Sintió un escalofrío al pensarlo, pero, al decidirse, todo su cuerpo se estremeció de gozo; vendería su pelo para comprarle tabaco.
Ya imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aromas de incienso y de jazmín darían al dueño del puestecillo la solemnidad y prestigio de un verdadero comerciante.
Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrificio de su pelo.
Al llegar la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer, que acababa de comprar tras vender su vieja pipa... Abrazados, fieron hasta el amanecer.
UN MINUTO PARA EL ABSURDO.
martes, 12 de octubre de 2010
CIELO E INFIERNO DESDE AQUÍ.
DE UNA LEYENDA CHINA.
Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado. Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada, todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.
Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado. Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada, todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.
EN CASA DE UNA PRIMA.
ALFONSO FRANCIA.
Sudores costó a la pobre mujer... salvar a su prima. ¡Hechos tan corrientes como tener un hijo de padre que huye! Allí quedó Isabel destrozada, sin atreverse a decírselo a sus padres, sin poder contarlo a los amigos. Ella estuvo rumiando la desgracia que, en otras circunstancias, le hubiera parecido insoportable. Dígase lo que se diga, feminista o no, en sociedad permisiva o no, tener un hijo en estas circunstancias es una tragedia. Pocos te entienden. Nadie te ayuda. A lo más te dan consejos. Todo se le puso fatal. Venció la tentación: no queda más que eliminar al hijo, abortar ¡vamos!, para salvarse de la vergüenza, de los traumas, de la pobreza.
¿Cómo le llegó la noticia a Mary, su prima? Nadie lo sabe, pero inmediatamente se pone en camino y, en un santiamén, se planta en la casa de su prima. Que si eres tonta, que no sabes lo que vas a hacer, que el niño que nace puede ser premio Nobel, que un hijo es motivo suficiente para llenar la vida de muchas mujeres y cuántas querrían tenerlo... ¡Mil cosas le dijo! Hasta le contó que ella también estaba embarazada, que lo pasaba mal y que... lo pasó fatal, pues su Pepe sospchó... ¡fíjate sospechar de ella!...
- No seas tonta, pecados tiene todo el mundo y más gordos, eso de madre soltera, mujer de la vida y otras cosas que se achacan son condenas injustas en el momento y más si señalan para toda la vida... A menudo condenan los que tienen pecados mucho más graves...
Le habló con tal convicción que la buena de Isabel le dijo: "Mira, si hasta mi niño da saltos de alegría dentro. Casi tú eres su mamá, porque yo... hubiera abortado. ¡Menos mal que has venido! Qué suerte, Mary, verte tan contenta, tan saludable, tan buena. A ver si nos vemos y ayudamos. ¡Qué bien si nuestros niños se crían juntos y se ayudan en la vida! ¡Qué Dios te acompañe, Mary, eres un cielo!".
Sudores costó a la pobre mujer... salvar a su prima. ¡Hechos tan corrientes como tener un hijo de padre que huye! Allí quedó Isabel destrozada, sin atreverse a decírselo a sus padres, sin poder contarlo a los amigos. Ella estuvo rumiando la desgracia que, en otras circunstancias, le hubiera parecido insoportable. Dígase lo que se diga, feminista o no, en sociedad permisiva o no, tener un hijo en estas circunstancias es una tragedia. Pocos te entienden. Nadie te ayuda. A lo más te dan consejos. Todo se le puso fatal. Venció la tentación: no queda más que eliminar al hijo, abortar ¡vamos!, para salvarse de la vergüenza, de los traumas, de la pobreza.
¿Cómo le llegó la noticia a Mary, su prima? Nadie lo sabe, pero inmediatamente se pone en camino y, en un santiamén, se planta en la casa de su prima. Que si eres tonta, que no sabes lo que vas a hacer, que el niño que nace puede ser premio Nobel, que un hijo es motivo suficiente para llenar la vida de muchas mujeres y cuántas querrían tenerlo... ¡Mil cosas le dijo! Hasta le contó que ella también estaba embarazada, que lo pasaba mal y que... lo pasó fatal, pues su Pepe sospchó... ¡fíjate sospechar de ella!...
- No seas tonta, pecados tiene todo el mundo y más gordos, eso de madre soltera, mujer de la vida y otras cosas que se achacan son condenas injustas en el momento y más si señalan para toda la vida... A menudo condenan los que tienen pecados mucho más graves...
Le habló con tal convicción que la buena de Isabel le dijo: "Mira, si hasta mi niño da saltos de alegría dentro. Casi tú eres su mamá, porque yo... hubiera abortado. ¡Menos mal que has venido! Qué suerte, Mary, verte tan contenta, tan saludable, tan buena. A ver si nos vemos y ayudamos. ¡Qué bien si nuestros niños se crían juntos y se ayudan en la vida! ¡Qué Dios te acompañe, Mary, eres un cielo!".
EL BUHÓ Y EL HOMBRE.
Vivía retirado en un granero un búho que se dedicaba a meditar, sin olvidar la tarea de cazar ratones, que era de lo que vivía. Por el día se dejaba ver poco.
El dueño del granero, por casualidad, vio al búho parado en una tabla, callado e inmóvil.
El hombre le miraba y se reía, y jocoso le dijo: "Qué cara de memo tienes ¿habrá por ahí un bicho már raro que tú? ¿por qué no vives como las demás aves? Ellas se levantan alegres por la mañana en cuanto amanece. Jilgueros, calandrias, ruiseñores y otras aves vuelan y van de acá para allá, cantando entre los árboles, bebiendo en las fuentes, disfrutan de la vida". Y el búho contestó con desprecio: - Qué cosa tan tonta estás diciendo. Eres un necio, contempla, mi sabiduría, mi porte, mi retiro, mi silencio, estoy orgullosísimo de mí. Si alguna vez salgo de día, cosa que habrás observado que hago poco, las demás aves me siguen y revolotean a mi alrededor y, claro, como tengo este aspecto tan digno y respetable, vienen trás de mí como aleladas.
-Ah, qué tonto y presumido eres -dijo el hombre-. Las aves que van detrás de tí, no lo hacen para admirarte, sino por todo lo contrario, se burlan de ti y de tu aspecto y piensan que eres un ignorante. Al igual que yo pienso que ignorantes son aquellos hombres que se alejan de los demás, creyendo ser sabios y superiores, y sólo son sabios en la ciencia de aparentar y no en verdad, pues, si fueran sabios, estoy seguro de que no se comportarían así. Y, de esta clase de hombres, hay muchos que son como tú, búho: pura apariencia.
El dueño del granero, por casualidad, vio al búho parado en una tabla, callado e inmóvil.
El hombre le miraba y se reía, y jocoso le dijo: "Qué cara de memo tienes ¿habrá por ahí un bicho már raro que tú? ¿por qué no vives como las demás aves? Ellas se levantan alegres por la mañana en cuanto amanece. Jilgueros, calandrias, ruiseñores y otras aves vuelan y van de acá para allá, cantando entre los árboles, bebiendo en las fuentes, disfrutan de la vida". Y el búho contestó con desprecio: - Qué cosa tan tonta estás diciendo. Eres un necio, contempla, mi sabiduría, mi porte, mi retiro, mi silencio, estoy orgullosísimo de mí. Si alguna vez salgo de día, cosa que habrás observado que hago poco, las demás aves me siguen y revolotean a mi alrededor y, claro, como tengo este aspecto tan digno y respetable, vienen trás de mí como aleladas.
-Ah, qué tonto y presumido eres -dijo el hombre-. Las aves que van detrás de tí, no lo hacen para admirarte, sino por todo lo contrario, se burlan de ti y de tu aspecto y piensan que eres un ignorante. Al igual que yo pienso que ignorantes son aquellos hombres que se alejan de los demás, creyendo ser sabios y superiores, y sólo son sabios en la ciencia de aparentar y no en verdad, pues, si fueran sabios, estoy seguro de que no se comportarían así. Y, de esta clase de hombres, hay muchos que son como tú, búho: pura apariencia.
¡SÍ, PERO QUE SEA REINA!
NAVAS.
Hubo hace muchos, muchísimos siglos, en los tiempos felices de las buenas espadas y de los bravos caballeros, una ciudad muy famosa. Estaba edificada en el fondo de un valle y, como sus habitantes eran hombres decididos y trabajadores, en pocos años, la ciudad creció enormemente. Los caminantes la veían de lejos y quedaban deslumbrados por el brillo de sus mármoles y sus bronces. Era una ciudad muy rica donde todos vivían en paz.
Pero un mal día sus habitantes quisieron elegir un rey. Las trompetas de los heraldos los reunieron a todos delante del palacio de la ciudad. No faltaba nadie. Pobres y ricos, jóvenes y viejos se miraban unos a otros y hacían comentarios en voz baja.
Cuando el toque, largo y agudo, de un clarín de plata logró poner silencio general a la muchedumbre, se adelantó un personaje bajito, muy gordo y muy bien vestido. Era el hombre más rico de la ciudad. Levantó la mano cargada de sortijas y dijo: ¡Ciudadanos! Nosotros somos ya inmensamente ricos. No nos hace falta el dinero. Nuestro rey tiene que ser un hombre noble, un conde, un marqués, un príncipe, para que todos lo respeten por su alta estirpe.
-¡Noooooo! ¡Fuera! ¡Que se calle! -interrumpieron los pobres-. ¡Queremos por rey a un hombre rico y generoso que remedie nuestras necesidades. Al mismo tiempo, los soldados levantaron a hombros a un gigantón de fiera estatura y gritaron agitando por los aires sus espadas -¡Este será nuestro hombre! ¡El más valiente!
Allí nadie se entendía. Se oían gritos, amenazas, aplausos, el chocar de las armas de los guerreros. Aquello amenazaba convertirse en una guerra. Sonó de nuevo el clarín. Poco a poco se acalló la muchedumbre, y un anciano, sereno y prudente, aconsejó: "Amigos, no cometáis la locura de batiros por un rey que no existe todavía. Buscad a un niño inocente y que él elija el rey entre nosotros". Trajeron al niño y, en presencia de todo el pueblo, le preguntó el anciano: -"¿Quién quieres que sea el rey de esta ciudad tan grande? - El chiquillo los miró a todos, se mordió la uña del dedo gordo y contestó: "Los reyes son muy feos. Yo no quiero rey. Quiero que sea reina: mi madre".
Hubo hace muchos, muchísimos siglos, en los tiempos felices de las buenas espadas y de los bravos caballeros, una ciudad muy famosa. Estaba edificada en el fondo de un valle y, como sus habitantes eran hombres decididos y trabajadores, en pocos años, la ciudad creció enormemente. Los caminantes la veían de lejos y quedaban deslumbrados por el brillo de sus mármoles y sus bronces. Era una ciudad muy rica donde todos vivían en paz.
Pero un mal día sus habitantes quisieron elegir un rey. Las trompetas de los heraldos los reunieron a todos delante del palacio de la ciudad. No faltaba nadie. Pobres y ricos, jóvenes y viejos se miraban unos a otros y hacían comentarios en voz baja.
Cuando el toque, largo y agudo, de un clarín de plata logró poner silencio general a la muchedumbre, se adelantó un personaje bajito, muy gordo y muy bien vestido. Era el hombre más rico de la ciudad. Levantó la mano cargada de sortijas y dijo: ¡Ciudadanos! Nosotros somos ya inmensamente ricos. No nos hace falta el dinero. Nuestro rey tiene que ser un hombre noble, un conde, un marqués, un príncipe, para que todos lo respeten por su alta estirpe.
-¡Noooooo! ¡Fuera! ¡Que se calle! -interrumpieron los pobres-. ¡Queremos por rey a un hombre rico y generoso que remedie nuestras necesidades. Al mismo tiempo, los soldados levantaron a hombros a un gigantón de fiera estatura y gritaron agitando por los aires sus espadas -¡Este será nuestro hombre! ¡El más valiente!
Allí nadie se entendía. Se oían gritos, amenazas, aplausos, el chocar de las armas de los guerreros. Aquello amenazaba convertirse en una guerra. Sonó de nuevo el clarín. Poco a poco se acalló la muchedumbre, y un anciano, sereno y prudente, aconsejó: "Amigos, no cometáis la locura de batiros por un rey que no existe todavía. Buscad a un niño inocente y que él elija el rey entre nosotros". Trajeron al niño y, en presencia de todo el pueblo, le preguntó el anciano: -"¿Quién quieres que sea el rey de esta ciudad tan grande? - El chiquillo los miró a todos, se mordió la uña del dedo gordo y contestó: "Los reyes son muy feos. Yo no quiero rey. Quiero que sea reina: mi madre".
lunes, 4 de octubre de 2010
EL ASNO Y LAS RANAS.
F.M DE SAMANIEGO (Adaptación)
Iba caminando por un campo un burro con una gran carga de leña. Este burro era bastante viejo, pues se le veían sólo huesos, pellejo y poco más. Sus huesos, ya cansados por los años, no podían apenas transportar la carga.
El paso que llevaba era muy lento y la carga demasiado pesada. Todo se le volvía en su contra. Y, para colmo de males, fue a caer en una laguna llena de fango y no podía salir.
Al verse allí metido, lleno de agua y lodo, perdió la paciencia y comenzó a quejarse de su destino, diciendo malas y necias expresiones que no eran propias de un burro de su edad.
Unas ranas que había en la laguna, al oírle se taparon los oídos. Otras en cambio, le escuchaban atentamente y le dijeron al burro: "Aprende a sufrir y ten resignación. Fïjate en nosotras, estamos en esta laguna fangosa desde que nacimos, pues estas aguas están estancadas. No podemos siquiera conocer otras aguas, y menos aún el mar, ni tampoco sabemos qué pasa por el mundo. Así que mira si tenemos motivos para quejarnos, pero como sobrellevamos nuestro destino con optimismo, Dios cada día nos premia dándonos salud, comida y alegría".
Iba caminando por un campo un burro con una gran carga de leña. Este burro era bastante viejo, pues se le veían sólo huesos, pellejo y poco más. Sus huesos, ya cansados por los años, no podían apenas transportar la carga.
El paso que llevaba era muy lento y la carga demasiado pesada. Todo se le volvía en su contra. Y, para colmo de males, fue a caer en una laguna llena de fango y no podía salir.
Al verse allí metido, lleno de agua y lodo, perdió la paciencia y comenzó a quejarse de su destino, diciendo malas y necias expresiones que no eran propias de un burro de su edad.
Unas ranas que había en la laguna, al oírle se taparon los oídos. Otras en cambio, le escuchaban atentamente y le dijeron al burro: "Aprende a sufrir y ten resignación. Fïjate en nosotras, estamos en esta laguna fangosa desde que nacimos, pues estas aguas están estancadas. No podemos siquiera conocer otras aguas, y menos aún el mar, ni tampoco sabemos qué pasa por el mundo. Así que mira si tenemos motivos para quejarnos, pero como sobrellevamos nuestro destino con optimismo, Dios cada día nos premia dándonos salud, comida y alegría".
LA PALOMA Y LA HORMIGA.
A la orilla de un claro arroyo, bebía una paloma, cuando, al inclinarse sobre el agua, una infeliz hormiga cayó en la corriente.
En vano la hormiga se esforzaba en aquel "océano" por ganar la orilla. Pero la paloma acude caritativa y lanza al agua una brizna de hierba, asida a la cual la pobre hormiga logra llegar a un promontorio.
Al mismo tiempo, pasaba, con los pies desnudos, un campesino con una ballesta a la cintura. Al ver a la paloma, piensa en cocinarla y comérsela. Pero mientras el campesino se preparaba para matar a la paloma, la hormiga muy oportuna le pica en el talón. El hombre volvió la cabeza y la paloma emprendió el vuelo.
En vano la hormiga se esforzaba en aquel "océano" por ganar la orilla. Pero la paloma acude caritativa y lanza al agua una brizna de hierba, asida a la cual la pobre hormiga logra llegar a un promontorio.
Al mismo tiempo, pasaba, con los pies desnudos, un campesino con una ballesta a la cintura. Al ver a la paloma, piensa en cocinarla y comérsela. Pero mientras el campesino se preparaba para matar a la paloma, la hormiga muy oportuna le pica en el talón. El hombre volvió la cabeza y la paloma emprendió el vuelo.
LA ZORRA Y EL BUSTO.
F. M DE SAMANIEGO (Adaptación).
Una zorra curiosa merodeaba por las cercanías de una pequeña ciudad. En un rincón descubrió algo pareceido a un hombre. Era el busto -cabeza y hombros- de una, sin duda, preciosa estatua.
La zorra olisqueaba y olisqueaba, dando vueltas alrededor, sin encontrar nada que pudiera aliviar su hambre. Cansada ya y ofendida, djo con muhca malicia y coraje: "Tu cabeza será todo lo preciosa que quieras, pero tienes seso".
Una zorra curiosa merodeaba por las cercanías de una pequeña ciudad. En un rincón descubrió algo pareceido a un hombre. Era el busto -cabeza y hombros- de una, sin duda, preciosa estatua.
La zorra olisqueaba y olisqueaba, dando vueltas alrededor, sin encontrar nada que pudiera aliviar su hambre. Cansada ya y ofendida, djo con muhca malicia y coraje: "Tu cabeza será todo lo preciosa que quieras, pero tienes seso".
EL NIÑO Y EL MAESTRO.
JEAN DE LA FONTAINE.
Jugando a orillas del Sena, cayó un niño al agua; mas quiso el cielo que se hallara un sauce, cuyas ramas, por voluntad divina, salvaron al imprudente niño. Acertó a pasar un maestro de escuela, y el infante le grita:
-¡Socorro, que me ahogo!
El maestro se vuelve a tales gritos, y, gravemente y a destiempo, empieza a sermonear al niño:
-¡Mira el bribonzuelo, adónde le ha llevado su locura! ¡Pásate las horas cuidando a tales críos! ¡Desgraciados padres, velando siempre por esta turba indócil! ¡Cuánto padecen y cómo lamento su suerte!
Dicho lo cual sacó al niño a la orilla.
Censuro aquí a muchos más de los que se piensa. Parlantes y criticones y pedantes pueden verse en lo dicho arriba: cada uno de ellos forma un numeroso pueblo. El Creador bendijo la prolífica casta, ¡No hay asunto en que no piensen ejercer su lengua! ¡Pero, amigo, sácame antes del apuro y suelta después tu perorata!
Jugando a orillas del Sena, cayó un niño al agua; mas quiso el cielo que se hallara un sauce, cuyas ramas, por voluntad divina, salvaron al imprudente niño. Acertó a pasar un maestro de escuela, y el infante le grita:
-¡Socorro, que me ahogo!
El maestro se vuelve a tales gritos, y, gravemente y a destiempo, empieza a sermonear al niño:
-¡Mira el bribonzuelo, adónde le ha llevado su locura! ¡Pásate las horas cuidando a tales críos! ¡Desgraciados padres, velando siempre por esta turba indócil! ¡Cuánto padecen y cómo lamento su suerte!
Dicho lo cual sacó al niño a la orilla.
Censuro aquí a muchos más de los que se piensa. Parlantes y criticones y pedantes pueden verse en lo dicho arriba: cada uno de ellos forma un numeroso pueblo. El Creador bendijo la prolífica casta, ¡No hay asunto en que no piensen ejercer su lengua! ¡Pero, amigo, sácame antes del apuro y suelta después tu perorata!
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