SI EL RÍO CAMBIARA.
(Del libro “112 dinámicas” de Alejandro Landoño.)
Allá, abajo del río, vi a un hombre cuyo nombre no importa. Tendría unos ochenta años, y su paso era poco firme, temblaban sus manos, sus ojos lloraban y se reía a solas como si supiera algo muy cómico acerca del resto de la humanidad.
En su época era el mejor pescador de la comarca. “Yo los agarro hasta donde no hay”, solía decir. Sabía coger las carnadas más convenientes para toda ocasión, conocía la profundidad exacta donde nadaban las diferentes clases de peces y el tamaño preciso que debía tener el anzuelo.
A poca distancia de la choza donde habitaba el pescador, el río hacía una vuelta cerrada, y era allí (en aguas profundas y tranquilas) donde le encantaba sentarse sobre un tronco, que estaba en la orilla, y lanzar su cuerda al agua. Allí nada más, ningún otro sitio le gustaba.
Pero la naturaleza no respetaba las costumbres del hombre. Sucedió que, durante el invierno, hubo una crecida espantosa. Cuando las aguas volvieron a bajar, el río no había abandonado su viejo cauce y se había alejado unos cincuenta metros hacia el oeste, formando un canal completamente nuevo. En el recodo, donde nuestro pescador solía coger su presa, ya no quedaba sino un banco de arena.
Un hombre cuerdo, en su caso, se habría adaptado a las nuevas condiciones y habría buscado también otro lugar para pescar. No así nuestro pescador. Si uno quiere tomarse el trabajo de visitar el lugar, puede ver al viejo sentado sobre el mismo tronco y pescando en el mismo banco de arena.
UN MINUTO PARA EL ABSURDO.
lunes, 30 de marzo de 2009
EL ESCLAVO Y EL FILÓSOFO.
EL ESCLAVO Y EL FILÓSOFO.
(PARÁBOLA MUSULMANA)
Un pashá cruzaba el mar en su barco cuando se levantó una terrible tormenta. Uno de sus esclavos persas, quien nunca se había alejado de tierra antes, empezó a llorar, gemir y gritar con tal terror que nadie le podía consolar.
Al fin el pashá gritó enojado: “¿No hay nadie a bordo que pueda callar a este cobarde?” Un filósofo observó un momento al esclavo y luego llamó a varios marineros. “Tírenlo al agua”. Así lo hicieron, y empezó a ahogarse, agitándose desesperado, y sus gritos eran terribles de escuchar. “Ahora recójanlo”, ordenó el filósofo. El esclavo subió en silencio, sin llantos ni gritos.
“¿Cómo explica usted esto?” A lo cual contestó el hombre sabio: “Antes de sentirse ahogar no podía apreciar la hermosa seguridad del barco”.
Para los ángeles del Paraíso, Purgatorio es infierno. Pero para los condenados al infierno, Purgatorio es Paraíso.
(PARÁBOLA MUSULMANA)
Un pashá cruzaba el mar en su barco cuando se levantó una terrible tormenta. Uno de sus esclavos persas, quien nunca se había alejado de tierra antes, empezó a llorar, gemir y gritar con tal terror que nadie le podía consolar.
Al fin el pashá gritó enojado: “¿No hay nadie a bordo que pueda callar a este cobarde?” Un filósofo observó un momento al esclavo y luego llamó a varios marineros. “Tírenlo al agua”. Así lo hicieron, y empezó a ahogarse, agitándose desesperado, y sus gritos eran terribles de escuchar. “Ahora recójanlo”, ordenó el filósofo. El esclavo subió en silencio, sin llantos ni gritos.
“¿Cómo explica usted esto?” A lo cual contestó el hombre sabio: “Antes de sentirse ahogar no podía apreciar la hermosa seguridad del barco”.
Para los ángeles del Paraíso, Purgatorio es infierno. Pero para los condenados al infierno, Purgatorio es Paraíso.
PARÁBOLA PARA TIEMPOS OSCUROS.
PARÁBOLA PARA TIEMPOS OSCUROS.
(MANUEL VICENT “EL PAÍS”)
Deseaba tener una habitación limpia individual, un armario lleno de ropa, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien. También soñaba con sentirse amparado por una institución del Estado y vivir entre camaradas en una residencia de volúmenes modernos donde hubiera una biblioteca, campos de deporte, una cafetería con barajas y una sala de televisión que diera a un patio o tal vez a un jardín cubierto de flores de nieve. Para eso necesitaba un buen cuchillo y el dinero del billete de avión. Era un sujeto hambriento y desamparado, que en Madrid iba como un perro por los semáforos con la mano tendida pendiente de la caridad automovilística. Sabía que si lograba realizar aquella hazaña toda su miseria acabaría de repente. Sólo trataba de recobrar la dignidad. Tampoco exigía demasiado. Pedía comida, trabajo, tiempo libre, aseo personal, un pequeño espacio para soñar, algún compañero de fatigas con el que pudiera hablar del pasado, pero ese paraíso estaba lejos de aquí. Antes tenía que liquidar a un prójimo. Por fin se decidió a hacerlo.
Este “perro” madrileño primero cometió un atraco logístico a un estanco, sacó el pasaporte y compró un billete de avión con destino a Suecia. No llevaba consigo la navaja todavía. La consiguió en el mismo aeropuerto de Estocolmo, y después de pasar la aduana, puestos ya los pies en una tierra tan amable, comenzó por acuchillar a un nativo, y no mató a uno, sino a tres, porque sabía que cuantos más crímenes cometiera, más firme sería su porvenir. Se entregó enseguida, lo metieron en una cárcel del país y, durmió en una celda con calefacción; al día siguiente, tomó varias sopas humeantes; luego le atendió un psicólogo y, a continuación, inició una vida respetable y deportiva dentro de los muros; y no le faltaba cada dos semanas aquella mujer que le ofrecía el cuerpo con un poco de amor durante unas horas de visita. Su sueño ya nunca tendría final.
(MANUEL VICENT “EL PAÍS”)
Deseaba tener una habitación limpia individual, un armario lleno de ropa, una cama muy blanca, un lavabo resplandeciente, una mesa con una lámpara de luz suave. Pero debía matar a alguien. También soñaba con sentirse amparado por una institución del Estado y vivir entre camaradas en una residencia de volúmenes modernos donde hubiera una biblioteca, campos de deporte, una cafetería con barajas y una sala de televisión que diera a un patio o tal vez a un jardín cubierto de flores de nieve. Para eso necesitaba un buen cuchillo y el dinero del billete de avión. Era un sujeto hambriento y desamparado, que en Madrid iba como un perro por los semáforos con la mano tendida pendiente de la caridad automovilística. Sabía que si lograba realizar aquella hazaña toda su miseria acabaría de repente. Sólo trataba de recobrar la dignidad. Tampoco exigía demasiado. Pedía comida, trabajo, tiempo libre, aseo personal, un pequeño espacio para soñar, algún compañero de fatigas con el que pudiera hablar del pasado, pero ese paraíso estaba lejos de aquí. Antes tenía que liquidar a un prójimo. Por fin se decidió a hacerlo.
Este “perro” madrileño primero cometió un atraco logístico a un estanco, sacó el pasaporte y compró un billete de avión con destino a Suecia. No llevaba consigo la navaja todavía. La consiguió en el mismo aeropuerto de Estocolmo, y después de pasar la aduana, puestos ya los pies en una tierra tan amable, comenzó por acuchillar a un nativo, y no mató a uno, sino a tres, porque sabía que cuantos más crímenes cometiera, más firme sería su porvenir. Se entregó enseguida, lo metieron en una cárcel del país y, durmió en una celda con calefacción; al día siguiente, tomó varias sopas humeantes; luego le atendió un psicólogo y, a continuación, inició una vida respetable y deportiva dentro de los muros; y no le faltaba cada dos semanas aquella mujer que le ofrecía el cuerpo con un poco de amor durante unas horas de visita. Su sueño ya nunca tendría final.
CRISÁLIDA.
CRISÁLIDA.
(ALEXIS ZORBA)
Recuerdo una mañana
en que yo había descubierto una crisálida
en la corteza de un árbol,
en el momento en que la mariposa rompía la envoltura
y se preparaba a salir.
Esperé un largo rato,
pero tardaba demasiado, y yo tenía prisa.
Nervioso, me incliné y me puse a calentarla con mi aliento.
Yo la calentaba, impaciente,
y el milagro empezó a realizarse ante mí,
a un ritmo más rápido que el natural.
La envoltura se abrió,
la mariposa salió arrastrándose,
y no olvidaré jamás el horror que experimenté entonces:
sus alas no estaban todavía desplegadas
y con su pequeño cuerpo tembloroso,
se esforzaba en desplegarlas.
Inclinado sobre ella, la ayudaba con mi aliento…
En vano.
Era necesaria una paciente maduración
y el despliegue de las alas
debía hacerse lentamente al sol;
ahora era demasiado tarde,
mi aliento había obligado a la mariposa a mostrarse,
completamente arrugada, antes de hora. Se agitó desesperada
y, algunos segundos más tarde,
murió en la palma de mi mano.
Yo creo que este pequeño cadáver
es el mayor peso que tengo sobre mi conciencia.
Pues, hoy lo comprendo bien,
forzar las grandes leyes es un pecado mortal.
No debemos apresurarnos, no debemos impacientarnos.
Seguir con confianza el ritmo externo.
(ALEXIS ZORBA)
Recuerdo una mañana
en que yo había descubierto una crisálida
en la corteza de un árbol,
en el momento en que la mariposa rompía la envoltura
y se preparaba a salir.
Esperé un largo rato,
pero tardaba demasiado, y yo tenía prisa.
Nervioso, me incliné y me puse a calentarla con mi aliento.
Yo la calentaba, impaciente,
y el milagro empezó a realizarse ante mí,
a un ritmo más rápido que el natural.
La envoltura se abrió,
la mariposa salió arrastrándose,
y no olvidaré jamás el horror que experimenté entonces:
sus alas no estaban todavía desplegadas
y con su pequeño cuerpo tembloroso,
se esforzaba en desplegarlas.
Inclinado sobre ella, la ayudaba con mi aliento…
En vano.
Era necesaria una paciente maduración
y el despliegue de las alas
debía hacerse lentamente al sol;
ahora era demasiado tarde,
mi aliento había obligado a la mariposa a mostrarse,
completamente arrugada, antes de hora. Se agitó desesperada
y, algunos segundos más tarde,
murió en la palma de mi mano.
Yo creo que este pequeño cadáver
es el mayor peso que tengo sobre mi conciencia.
Pues, hoy lo comprendo bien,
forzar las grandes leyes es un pecado mortal.
No debemos apresurarnos, no debemos impacientarnos.
Seguir con confianza el ritmo externo.
EL GRANO DE ARENA.
EL GRANO DE ARENA.
(MITO ÁRABE)
Dios estaba fabricando el mundo. Después de los astros, la tierra, el mar, fabricó también a las personas. Eran bellas criaturas, con los ojos espléndidos, pero sin alma.
-“Es necesaria el alma”, sugirió el arcángel que lo ayudaba.
-“Cierto”, dijo Dios. “Ahora la hacemos.”
Y se puso a preparar las almas. Estaba contento, trabajaba con entusiasmo. Amasó rayos de sol con perfume de jardines, zafiros de montaña con susurro de olas marinas… y las almas salían del laboratorio todas adornadas y brillantes. Entonces el Padre bajó a la tierra y distribuyó un alma a cada persona.
Pero como aquel día llovía, algún alma llegó a destino un poco deteriorada. Y un día una persona –una de aquellas que había recibido un alma algo estropeada- tuvo el impulso de decir una mentira, una mentira de nada, así de pequeña; pero era el primer hijo de la inmensa red de engaños.
Dios, que lo sabe todo, se dio cuenta. Reunió a sus hijos de la Tierra y les dijo que no se debe mentir.
-“Por cada mentira que digáis, arrojaré sobre la Tierra un granito de arena.”
Los hombres no hicieron caso. En aquel tiempo no había arena sobre la Tierra; y con todo aquel verde, ¿qué importancia podía tener un granito de arena? Así fue como, después de la primera mentira vino la segunda, y tras ésta la tercera y la cuarta… La lealtad iba desapareciendo, el fraude y el engaño invadían el mundo.
Dios por cada mentira arrojaba un granito de arena; pero a un cierto punto, ya no pudo más, y tuvo que ser ayudado por un ejército de ángeles y de arcángeles.
Cayeron del cielo torrentes de arena, y la Tierra, el bello jardín florido, empezó a ajarse. Vastas zonas terrestres se cubrieron de arena: era el desierto. Sólo aquí y allá, donde todavía vivía alguna buena persona, quedaron restos de oasis. Pero como la calamidad continúa difundiéndose, no está excluido que un día, por culpa de las mentiras, la Tierra se convierta toda en un inmenso desierto…
(MITO ÁRABE)
Dios estaba fabricando el mundo. Después de los astros, la tierra, el mar, fabricó también a las personas. Eran bellas criaturas, con los ojos espléndidos, pero sin alma.
-“Es necesaria el alma”, sugirió el arcángel que lo ayudaba.
-“Cierto”, dijo Dios. “Ahora la hacemos.”
Y se puso a preparar las almas. Estaba contento, trabajaba con entusiasmo. Amasó rayos de sol con perfume de jardines, zafiros de montaña con susurro de olas marinas… y las almas salían del laboratorio todas adornadas y brillantes. Entonces el Padre bajó a la tierra y distribuyó un alma a cada persona.
Pero como aquel día llovía, algún alma llegó a destino un poco deteriorada. Y un día una persona –una de aquellas que había recibido un alma algo estropeada- tuvo el impulso de decir una mentira, una mentira de nada, así de pequeña; pero era el primer hijo de la inmensa red de engaños.
Dios, que lo sabe todo, se dio cuenta. Reunió a sus hijos de la Tierra y les dijo que no se debe mentir.
-“Por cada mentira que digáis, arrojaré sobre la Tierra un granito de arena.”
Los hombres no hicieron caso. En aquel tiempo no había arena sobre la Tierra; y con todo aquel verde, ¿qué importancia podía tener un granito de arena? Así fue como, después de la primera mentira vino la segunda, y tras ésta la tercera y la cuarta… La lealtad iba desapareciendo, el fraude y el engaño invadían el mundo.
Dios por cada mentira arrojaba un granito de arena; pero a un cierto punto, ya no pudo más, y tuvo que ser ayudado por un ejército de ángeles y de arcángeles.
Cayeron del cielo torrentes de arena, y la Tierra, el bello jardín florido, empezó a ajarse. Vastas zonas terrestres se cubrieron de arena: era el desierto. Sólo aquí y allá, donde todavía vivía alguna buena persona, quedaron restos de oasis. Pero como la calamidad continúa difundiéndose, no está excluido que un día, por culpa de las mentiras, la Tierra se convierta toda en un inmenso desierto…
LA CERÁMICA DEL EMPERADOR.
LA CERÁMICA DEL EMPERADOR.
(CUENTO CHINO)
El Emperador de China tuvo como regalo cincuenta y cinco magníficos vasos de porcelana. Eran estupendos y de gran valor. El color dominante era el azul, con gradaciones violeta. ¡Una maravilla!
El Emperador andaba orgulloso, tanto que hasta hizo construir un palacio para ambientar dignamente aquellas obras de arte. Y encargó a un Mandarín cuidar de ellos: él sólo podía tocar los vasos y quitarles el polvo delicadamente. “Y, ¡ay de aquel que los dañase!”, dijo severamente al dar la consigna.
-“¡Si alguno raya un vaso, le cortaré las manos, y si alguno rompiera uno, lo pagará con la cabeza!”
El mandarín puso todo el empeño, pero una tarde tropezó contra un vaso que cayó a tierra y se rompió. Y al día siguiente, rodó por tierra también la cabeza del Mandarín. Un segundo y tercer guardián corrieron la misma suerte. Los riesgos de aquel encargo, evidentemente, eran superiores a las ventajas; de manera que nadie en la corte tenía el coraje de aceptarlo.
Al fin, se presentó un viejo sabio, vivo y sonriente.
-“Yo”, dijo, “tengo ya setenta años, y aun si me va mal, pierdo poco.”
Sus modales agradaron tanto al Emperador que lo aceptó, a pesar de las acostumbradas exhortaciones y amenazas. Al recibir el encargo, el viejo se puso en acción: tomó un grueso palo y con el ímpetu de un energúmeno, dando golpes a lo loco, en pocos instantes rompió todos los vasos. Una montaña de cascotes.
Fuera de sí, por la cólera, el Emperador se lanzó contra él:
-“Maldito salvaje, ¿qué has hecho?”.
-“Hijo del Cielo”, respondió el viejo Sabio con imperturbable calma: “He salvado la vida a cincuenta y uno de vuestros mejores súbditos”.
El Emperador pensó en ello durante algún segundo… después comprendió, y lo hizo su consejero.
(CUENTO CHINO)
El Emperador de China tuvo como regalo cincuenta y cinco magníficos vasos de porcelana. Eran estupendos y de gran valor. El color dominante era el azul, con gradaciones violeta. ¡Una maravilla!
El Emperador andaba orgulloso, tanto que hasta hizo construir un palacio para ambientar dignamente aquellas obras de arte. Y encargó a un Mandarín cuidar de ellos: él sólo podía tocar los vasos y quitarles el polvo delicadamente. “Y, ¡ay de aquel que los dañase!”, dijo severamente al dar la consigna.
-“¡Si alguno raya un vaso, le cortaré las manos, y si alguno rompiera uno, lo pagará con la cabeza!”
El mandarín puso todo el empeño, pero una tarde tropezó contra un vaso que cayó a tierra y se rompió. Y al día siguiente, rodó por tierra también la cabeza del Mandarín. Un segundo y tercer guardián corrieron la misma suerte. Los riesgos de aquel encargo, evidentemente, eran superiores a las ventajas; de manera que nadie en la corte tenía el coraje de aceptarlo.
Al fin, se presentó un viejo sabio, vivo y sonriente.
-“Yo”, dijo, “tengo ya setenta años, y aun si me va mal, pierdo poco.”
Sus modales agradaron tanto al Emperador que lo aceptó, a pesar de las acostumbradas exhortaciones y amenazas. Al recibir el encargo, el viejo se puso en acción: tomó un grueso palo y con el ímpetu de un energúmeno, dando golpes a lo loco, en pocos instantes rompió todos los vasos. Una montaña de cascotes.
Fuera de sí, por la cólera, el Emperador se lanzó contra él:
-“Maldito salvaje, ¿qué has hecho?”.
-“Hijo del Cielo”, respondió el viejo Sabio con imperturbable calma: “He salvado la vida a cincuenta y uno de vuestros mejores súbditos”.
El Emperador pensó en ello durante algún segundo… después comprendió, y lo hizo su consejero.
EL LEÓN, EL ZORRO Y EL CIERVO.
EL LEÓN, EL ZORRO Y EL CIERVO.
(ESOPO)
El león, enfermo en una cueva, dijo al Zorro, su amigo predilecto:
-“Si quieres que yo cure, si mi vida te importa, anda en busca del Ciervo que vive en el bosque, y, halagándolo con palabras melosas, tráelo aquí entre mis garras, que yo me muero de las ganas de comer sus vísceras y su corazón”.
El Zorro obedeció y encontró al Ciervo que saltaba gozoso en el bosque:
-“Traigo buenas noticias”, le dice. “El León, nuestro Rey, está enfermo, próximo a morir. Ha pensado qué animal podría sucederle en el reino, y ha dicho: el Jabalí es un necio, el Oso un tonto, el Tigre un fanfarrón. Sólo el Ciervo es digno de tomar mi puesto, por su aspecto imponente. En pocas palabras: el Rey serás tú. Ven pronto, y estate cerca, hasta que haya muerto.”
Todo hinchado de orgullo, e ignorante de lo que le esperaba, el Ciervo se fue hasta la cueva real.
Apenas lo tuvo a un tiro de piedra, el León se le fue encima; pero le rasgó solamente una oreja, y el Ciervo huyó veloz al bosque.
Rabioso y hambriento, el León se dirige de nuevo al Zorro:
-“¡Encuentra una nueva astucia, y tráemelo aquí!”, le ordenó.
El Zorro corrió detrás de las huellas ensangrentadas del Ciervo. Lo encontró tomando aliento, y se le puso delante con descaro. El Ciervo fue preso de un ímpetu de cólera:
-“Maldito canalla”, le dijo, “no me tentarás más. Si te acercas, te mato de un porrazo. Anda, anda a raposear a quien no te conoce; anda a calentar a otro la cabeza y a darle el reino a otro animal”.
Pero el Zorro responde:
-“¿Así tan tímido y vil eres? ¿Verdaderamente? ¿Tú? ¿Qué te ha hecho el León? Te ha cogido por la oreja porque quería darte instrucciones, como quien está para morir, sobre tu próximo cargo. ¡Y tú no soportas siquiera el rasguño de una pata debilitada!... Y ahora el León, más rabioso que tú, se propone elegir Rey al Lobo… ¿Entiendes? El Lobo… No, ven, ven, y no temas nada. Juro que el León no te hará ningún daño. Yo no quiero otro soberano que el Ciervo”.
Así caído una vez más en la trampa, regresó a la cueva del León. Y el León tuvo su comida: huesos, médula, vísceras, todo devoró ávidamente. El Zorro estaba mirando. Se dio cuenta de que el corazón había resbalado en el suelo, lo agarró a escondidas y se lo comió, como remuneración por sus buenos servicios.
(ESOPO)
El león, enfermo en una cueva, dijo al Zorro, su amigo predilecto:
-“Si quieres que yo cure, si mi vida te importa, anda en busca del Ciervo que vive en el bosque, y, halagándolo con palabras melosas, tráelo aquí entre mis garras, que yo me muero de las ganas de comer sus vísceras y su corazón”.
El Zorro obedeció y encontró al Ciervo que saltaba gozoso en el bosque:
-“Traigo buenas noticias”, le dice. “El León, nuestro Rey, está enfermo, próximo a morir. Ha pensado qué animal podría sucederle en el reino, y ha dicho: el Jabalí es un necio, el Oso un tonto, el Tigre un fanfarrón. Sólo el Ciervo es digno de tomar mi puesto, por su aspecto imponente. En pocas palabras: el Rey serás tú. Ven pronto, y estate cerca, hasta que haya muerto.”
Todo hinchado de orgullo, e ignorante de lo que le esperaba, el Ciervo se fue hasta la cueva real.
Apenas lo tuvo a un tiro de piedra, el León se le fue encima; pero le rasgó solamente una oreja, y el Ciervo huyó veloz al bosque.
Rabioso y hambriento, el León se dirige de nuevo al Zorro:
-“¡Encuentra una nueva astucia, y tráemelo aquí!”, le ordenó.
El Zorro corrió detrás de las huellas ensangrentadas del Ciervo. Lo encontró tomando aliento, y se le puso delante con descaro. El Ciervo fue preso de un ímpetu de cólera:
-“Maldito canalla”, le dijo, “no me tentarás más. Si te acercas, te mato de un porrazo. Anda, anda a raposear a quien no te conoce; anda a calentar a otro la cabeza y a darle el reino a otro animal”.
Pero el Zorro responde:
-“¿Así tan tímido y vil eres? ¿Verdaderamente? ¿Tú? ¿Qué te ha hecho el León? Te ha cogido por la oreja porque quería darte instrucciones, como quien está para morir, sobre tu próximo cargo. ¡Y tú no soportas siquiera el rasguño de una pata debilitada!... Y ahora el León, más rabioso que tú, se propone elegir Rey al Lobo… ¿Entiendes? El Lobo… No, ven, ven, y no temas nada. Juro que el León no te hará ningún daño. Yo no quiero otro soberano que el Ciervo”.
Así caído una vez más en la trampa, regresó a la cueva del León. Y el León tuvo su comida: huesos, médula, vísceras, todo devoró ávidamente. El Zorro estaba mirando. Se dio cuenta de que el corazón había resbalado en el suelo, lo agarró a escondidas y se lo comió, como remuneración por sus buenos servicios.
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domingo, 29 de marzo de 2009
LOS GIGANTES SE DESTRUYEN SOLOS.
LOS GIGANTES SE DESTRUYEN SOLOS
(ALFONSO FRANCIA)
La liebre, conocedora de su agilidad, no hacía más que burlarse de la tortuga que se aloja en aquellas rocas del río. Cuando había animales delante, la humillaba más; qué patas y pies tan bonitos, ¿para qué los quieres, si eres tan lenta? Esto y más lo decía siempre con mucho “recochineo”. La pobre tortuga estaba tan harta ya que un día desafió a la liebre a ver cuál llegaba primero allí donde estaba aquel grueso árbol. La liebre soltó una enorme carcajada, al escuchar tal ocurrencia. Casi todos los animales se lo tomaron a broma, pero la tortuga insistió con enorme enfado, creyendo en sus facultades de constancia y amor propio; ella podría ser el David que venciera al Goliat.
-Ya que te empeñas, campeona de la lentitud, en apostar, corramos; bueno, tú, inténtalo, porque tú, con esa barriga tan pesada que tienes… Que la zorra haga de juez; ella corre mucho y, al mismo tiempo, es muy astuta.
La zorra dio la orden de salida, la tortuga se lanza, mientras la liebre se queda riendo, segura de que en unos segundos la adelanta. Comienza a contar a todos sus hazañas: cómo escapó de los perros que ya casi la tenían atrapada, cuántas veces esquivó a los cazadores, otras carreras que había hecho, las maneras de defenderse del lobo y de todas las aves rapaces.
Nada le había salido mal, siempre había triunfado. Habló y habló largo tiempo. Tenía muchas experiencias, muchas apuestas ganadas en su vida. Nadie había podido con ella.
Precisamente cuando dijo que nunca había perdido ante nadie, se acordó de la tortuga, quiso correr inmediatamente, pero… llegó tarde. La tortuga ya lo estaba celebrando con otros muchos animales.
(ALFONSO FRANCIA)
La liebre, conocedora de su agilidad, no hacía más que burlarse de la tortuga que se aloja en aquellas rocas del río. Cuando había animales delante, la humillaba más; qué patas y pies tan bonitos, ¿para qué los quieres, si eres tan lenta? Esto y más lo decía siempre con mucho “recochineo”. La pobre tortuga estaba tan harta ya que un día desafió a la liebre a ver cuál llegaba primero allí donde estaba aquel grueso árbol. La liebre soltó una enorme carcajada, al escuchar tal ocurrencia. Casi todos los animales se lo tomaron a broma, pero la tortuga insistió con enorme enfado, creyendo en sus facultades de constancia y amor propio; ella podría ser el David que venciera al Goliat.
-Ya que te empeñas, campeona de la lentitud, en apostar, corramos; bueno, tú, inténtalo, porque tú, con esa barriga tan pesada que tienes… Que la zorra haga de juez; ella corre mucho y, al mismo tiempo, es muy astuta.
La zorra dio la orden de salida, la tortuga se lanza, mientras la liebre se queda riendo, segura de que en unos segundos la adelanta. Comienza a contar a todos sus hazañas: cómo escapó de los perros que ya casi la tenían atrapada, cuántas veces esquivó a los cazadores, otras carreras que había hecho, las maneras de defenderse del lobo y de todas las aves rapaces.
Nada le había salido mal, siempre había triunfado. Habló y habló largo tiempo. Tenía muchas experiencias, muchas apuestas ganadas en su vida. Nadie había podido con ella.
Precisamente cuando dijo que nunca había perdido ante nadie, se acordó de la tortuga, quiso correr inmediatamente, pero… llegó tarde. La tortuga ya lo estaba celebrando con otros muchos animales.
LA MENDIGA.
LA MENDIGA.
(PARÁBOLA HINDÚ)
Manos vacías…
Para encontrar a Dios, renuncié al mundo.
Años de penitencia encorvaron mi cuerpo.
Horas de meditación surcaron arrugas mi frente.
Mis ojos se hundieron a fuerza de no mirar.
Y, por fin, me atreví a llamar a las puertas del templo, a extender delante de Dios mis manos cansadas de pedir limosna a los hombres…
Mis manos vacías.
¿Vacías?
Pero ¡si están llenas de orgullo!
Y volví a salir del templo en busca de humildad.
Era verdad… ¡era verdad! Yo había llevado una vida de penitencia, los hombres lo sabían y me honraban… y a mí me complacía. Ahora procuré hacerme despreciar de todos. Busqué humillaciones sin cuento. Hice que me trataran como al polvo del camino.
¡Mira mis manos!
Todavía están llenas… llenas de tu humildad…
No quiero ni tu humildad ni tu orgullo…
¡Quiero tu nada!
Y volví a salir para desprenderme de mi humildad.
Y ando por el mundo, tratando de aprender la lección de mi nada…
Y entonces, cuando mis manos estén vacías de todo… sí, de todo… vacías de mí misma… volveré al templo y Dios depositará en mis manos vacías la limosna infinita de su divinidad.
(PARÁBOLA HINDÚ)
Manos vacías…
Para encontrar a Dios, renuncié al mundo.
Años de penitencia encorvaron mi cuerpo.
Horas de meditación surcaron arrugas mi frente.
Mis ojos se hundieron a fuerza de no mirar.
Y, por fin, me atreví a llamar a las puertas del templo, a extender delante de Dios mis manos cansadas de pedir limosna a los hombres…
Mis manos vacías.
¿Vacías?
Pero ¡si están llenas de orgullo!
Y volví a salir del templo en busca de humildad.
Era verdad… ¡era verdad! Yo había llevado una vida de penitencia, los hombres lo sabían y me honraban… y a mí me complacía. Ahora procuré hacerme despreciar de todos. Busqué humillaciones sin cuento. Hice que me trataran como al polvo del camino.
¡Mira mis manos!
Todavía están llenas… llenas de tu humildad…
No quiero ni tu humildad ni tu orgullo…
¡Quiero tu nada!
Y volví a salir para desprenderme de mi humildad.
Y ando por el mundo, tratando de aprender la lección de mi nada…
Y entonces, cuando mis manos estén vacías de todo… sí, de todo… vacías de mí misma… volveré al templo y Dios depositará en mis manos vacías la limosna infinita de su divinidad.
EL ESPANTAPÁJAROS
EL ESPANTAPÁJAROS.
Un labrador muy avaro, que vivía en un lejano pueblo, se dio a conocer, precisamente, por su avaricia. Esta era tal que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía tan furioso que se pasaba el día oteando su huerto para que nadie lo tocara.
Tanto pensó en el latrocinio de los pájaros que al fin concibió una idea: construir un espantapájaros que le ayudara eficazmente en el cuidado del huerto.
Con tres cañas hizo los brazos y las piernas, con paja configuró el cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz puso para los ojos, una fresca zanahoria conformaba su nariz y una hilera de granos de trigo componían su dentadura.
Cuando el cuerpo del espantapájaros estuvo a punto, le colocó un ropaje poco atractivo y lo hincó en tierra. Le echó una mirada escrutadora y se percató de que le faltaba un corazón. Cogió el más sazonado fruto del granado y se lo colocó en el pecho.
El espantapájaros quedó en el huerto, sometido al movimiento caprichoso del viento. Sin tardar mucho, un gorrión necesitado sobrevolaba muy bajito para buscar trigo en el huerto. El espantapájaros quiso cumplir con su oficio y trató de ahuyentarlo con sus desacompasados movimientos, pero el pájaro se colocó en el árbol y dijo:
-¡Qué buen trigo tienes. Dame algo para mis hijos!
-No es posible –dijo el espantapájaros-. Sin embargo, buscó una solución y la encontró: le ofreció sus dientes de trigo.
El gorrión, contento y conmovido, recogió los granos de trigo. El espantapájaros quedó satisfecho de su acción, aunque sin dientes.
A los pocos días, entró en el huerto un nuevo visitante muy interesado. Esta vez se trataba de un conejo. ¡Con qué ojos miró la zanahoria! El espantapájaros quiso cumplir con su deber de ahuyentarlo, pero el conejo, fijando su mirada, dijo:
-Quiero una zanahoria, tengo hambre.
El espantapájaros tuvo una corazonada y le ofreció su zanahoria. Luego dio rienda suelta a su alegría y quiso entonar una canción, pero no tenía boca ni nariz para cantarla.
Una mañana apareció el gallo madrugador, lanzando al aire su alegre quiriquiquí. Acto seguido, le dijo:
-Voy a prohibir a la gallina que alimente con sus huevos el estómago y la avaricia del amo, pues él les daba poco de comer.
No le pareció bien al espantapájaros la decisión del gallo y le mandó que cogiera sus ojos formados por granos de maíz.
-Bien –dijo el gallo- y se fue agradecido.
A la hora del crepúsculo, oye una voz humana que le cuenta el despido que le ha hecho el labrador.
-Soy un vagabundo, le dice.
-Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
-¡Oh, gracias, espantapájaros!
Ese mismo día, un poco más tarde, oyó llorar a un niño que buscaba comida para su madre. El dueño de la huerta lo había despedido, sin atender a su necesidad.
-Hermano –exclamó el espantapájaros-, te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza.
Al amanecer, el labrador fue al huerto y, cuando vio el estado en que había quedado el espantapájaros, se enfadó tanto que le prendió fuego. Por fin cayó al suelo su corazón de granada. El labrador, riéndose, dijo: “Esto me lo como yo”. Pero al morder experimentó un cambio, su corazón de piedra se había convertido en corazón de carne.
En adelante, el huerto del labrador será un vergel y una canción donde todos podrán recrearse con la armoniosa nota del calor humano.
Un labrador muy avaro, que vivía en un lejano pueblo, se dio a conocer, precisamente, por su avaricia. Esta era tal que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía tan furioso que se pasaba el día oteando su huerto para que nadie lo tocara.
Tanto pensó en el latrocinio de los pájaros que al fin concibió una idea: construir un espantapájaros que le ayudara eficazmente en el cuidado del huerto.
Con tres cañas hizo los brazos y las piernas, con paja configuró el cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz puso para los ojos, una fresca zanahoria conformaba su nariz y una hilera de granos de trigo componían su dentadura.
Cuando el cuerpo del espantapájaros estuvo a punto, le colocó un ropaje poco atractivo y lo hincó en tierra. Le echó una mirada escrutadora y se percató de que le faltaba un corazón. Cogió el más sazonado fruto del granado y se lo colocó en el pecho.
El espantapájaros quedó en el huerto, sometido al movimiento caprichoso del viento. Sin tardar mucho, un gorrión necesitado sobrevolaba muy bajito para buscar trigo en el huerto. El espantapájaros quiso cumplir con su oficio y trató de ahuyentarlo con sus desacompasados movimientos, pero el pájaro se colocó en el árbol y dijo:
-¡Qué buen trigo tienes. Dame algo para mis hijos!
-No es posible –dijo el espantapájaros-. Sin embargo, buscó una solución y la encontró: le ofreció sus dientes de trigo.
El gorrión, contento y conmovido, recogió los granos de trigo. El espantapájaros quedó satisfecho de su acción, aunque sin dientes.
A los pocos días, entró en el huerto un nuevo visitante muy interesado. Esta vez se trataba de un conejo. ¡Con qué ojos miró la zanahoria! El espantapájaros quiso cumplir con su deber de ahuyentarlo, pero el conejo, fijando su mirada, dijo:
-Quiero una zanahoria, tengo hambre.
El espantapájaros tuvo una corazonada y le ofreció su zanahoria. Luego dio rienda suelta a su alegría y quiso entonar una canción, pero no tenía boca ni nariz para cantarla.
Una mañana apareció el gallo madrugador, lanzando al aire su alegre quiriquiquí. Acto seguido, le dijo:
-Voy a prohibir a la gallina que alimente con sus huevos el estómago y la avaricia del amo, pues él les daba poco de comer.
No le pareció bien al espantapájaros la decisión del gallo y le mandó que cogiera sus ojos formados por granos de maíz.
-Bien –dijo el gallo- y se fue agradecido.
A la hora del crepúsculo, oye una voz humana que le cuenta el despido que le ha hecho el labrador.
-Soy un vagabundo, le dice.
-Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
-¡Oh, gracias, espantapájaros!
Ese mismo día, un poco más tarde, oyó llorar a un niño que buscaba comida para su madre. El dueño de la huerta lo había despedido, sin atender a su necesidad.
-Hermano –exclamó el espantapájaros-, te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza.
Al amanecer, el labrador fue al huerto y, cuando vio el estado en que había quedado el espantapájaros, se enfadó tanto que le prendió fuego. Por fin cayó al suelo su corazón de granada. El labrador, riéndose, dijo: “Esto me lo como yo”. Pero al morder experimentó un cambio, su corazón de piedra se había convertido en corazón de carne.
En adelante, el huerto del labrador será un vergel y una canción donde todos podrán recrearse con la armoniosa nota del calor humano.
LOS ROPAJES.
LOS ROPAJES.
(KAHLIL GIBRAN)
Cierto día, la Hermosura y la Fealdad se juntaron en la orilla del mar. Y decidieron una y otra: “Vamos a remojarnos en el mar”.
Después, se despojaron de sus ropajes y se sumergieron en las aguas del mar.
Y, después de un rato, la Fealdad salió hacia la playa, se colocó los ropajes de la Hermosura, y continuó su itinerario.
Y la hermosura, igualmente, salió del mar y, al no hallar su ropaje y, siendo muy tímida para caminar desnuda, se colocó el ropaje de la Fealdad. Y la Hermosura, igualmente, continuó su itinerario.
Y, desde aquel momento, los seres humanos las confunden y mezclan la una con la otra.
A pesar de lo cual, hay personas que han contemplado la cara de la Hermosura, y que la reconocen sin importar los ropajes que lleva puestos. Y hay otras que reconocen la cara de la Fealdad, sin que el tejido se la esconda a sus ojos.
(KAHLIL GIBRAN)
Cierto día, la Hermosura y la Fealdad se juntaron en la orilla del mar. Y decidieron una y otra: “Vamos a remojarnos en el mar”.
Después, se despojaron de sus ropajes y se sumergieron en las aguas del mar.
Y, después de un rato, la Fealdad salió hacia la playa, se colocó los ropajes de la Hermosura, y continuó su itinerario.
Y la hermosura, igualmente, salió del mar y, al no hallar su ropaje y, siendo muy tímida para caminar desnuda, se colocó el ropaje de la Fealdad. Y la Hermosura, igualmente, continuó su itinerario.
Y, desde aquel momento, los seres humanos las confunden y mezclan la una con la otra.
A pesar de lo cual, hay personas que han contemplado la cara de la Hermosura, y que la reconocen sin importar los ropajes que lleva puestos. Y hay otras que reconocen la cara de la Fealdad, sin que el tejido se la esconda a sus ojos.
EL CUENTO DE LA CEBOLLA.
EL DESIERTO.
Un término que puede prestarse y que de hecho se ha prestado a equívocos es el de “desierto”. A veces se propone como característica cristiana una “espiritualidad del desierto”, resucitando viejos ideales anacoréticos. Hay que investigar, por tanto, en qué sentido hablan los evangelios sinópticos (no Juan) de un “desierto” en el que estuvo Jesús.
En Marcos, Mateo y Lucas aparece el desierto en primer término como el lugar desde donde Juan Bautista hace su llamada (Mc 1,4 par.) y, a continuación, como el lugar donde Jesús pasa cuarenta días después de su bautismo, tentado por Satanás (Mc 1,12s par.).
En la tradición del AT, “el desierto” evoca varias ideas. Unas veces se le ve como el lugar de la juventud del pueblo, las primicias de Israel en su encuentro con Dios. Por eso, a menudo utilizan los profetas la imagen del desierto para recordar a Israel el antiguo tiempo y exhortarlo a ser fiel a la alianza (Os 2,16). Este es el sentido del desierto en que se encuentra Juan Bautista (Mt 3,1), situado más allá del Jordán (Lc 3,3: “[Juan] recorrió entonces toda la comarca lindante con el desierto se convierte en el polo opuesto a la institución judía, representada por Jerusalén y por el templo. Frente a la injusticia que domina la sociedad judía del tiempo de Juan Bautista, se presenta el desierto como recuerdo del antiguo ideal y como ofrecimiento renovado de la gracia de Dios.
Otras veces se considera el desierto como el lugar de las penalidades que llevaron a la posesión de una tierra prometida. Fueron cuarenta años de peregrinación (Dt 8,2) por un lugar inhóspito y deshabitado, donde no había sociedad humana. Este es el sentido del desierto en el que aparece Jesús. Pero no se trata ya de un desierto geográfico, sino figurado. Los cuarenta días que pasa Jesús en él (Mc 1,12 par.) remiten a los cuarenta años de la peregrinación de Israel hasta llegar a la tierra: representan, por tanto, la duración de la vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, que le abre la existencia definitiva.
Por otra parte, la elección del desierto como figura de la vida pública de Jesús caracteriza a ésta como vivida en el aislamiento e incomunicación. Se indica de este modo la ruptura, la incompatibilidad entre Jesús y los valores profesados por la sociedad judía.
En correspondencia con el carácter figurado de este “desierto”, Marcos, que había presentado a Juan Bautista completamente solo, describe el desierto donde está Jesús poblándolo de extraños moradores: En primer lugar, en él se encuentra Satanás, que tienta a Jesús durante los cuarenta días. Además, Jesús “estaba entre las fieras”, alusión al libro de Daniel (Dn 7), donde “las fieras” representan a los imperios o poderes que sometían y destrozaban a la humanidad; pero ahora estos poderes destructores no hay que buscarlos fuera, existen dentro de la sociedad judía. Por último, se encuentran en este desierto “los ángeles” o mensajeros, que prestan servicio a Jesús.
Estos tres rasgos describen lo que va a ser la vida pública. “Satanás” es una figura simbólica, una personificación del poder que tienta la ambición del hombre; por eso, cuando Pedro, imbuido de la ideología del judaísmo, propugnaba un Mesías de poder y se opuso al destino anunciado por Jesús, éste lo llamó “Satanás” (Mc 8,33: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres”).
“Las fieras”, por su parte, representan a los grupos influyentes y círculos dirigentes, continuamente hostiles a Jesús, que pretenden destruirlo (3,6; 11,16; 12,12; 14,1s) y acaban dándole muerte.
Finalmente, “los ángeles”, cuyo primer representante es Juan Bautista (Mc 1,2: “Yo envío mi ángel/mi mensajero delante de ti”), son los que colaboran con la obra de Jesús, y aparecen en el evangelio como gente anónima que lo informa sobre casos que necesitan su intervención (1,30) o le lleva enfermos para que los cure (1,32; 7,32; 8,22b).
Marcos utiliza el término “desierto” solamente con referencia a Juan Bautista y a los cuarenta días de Jesús (Mc 1,4.12.13). En otros pasajes, sin embargo, utiliza la expresión “un lugar desierto” o “despoblado”, que prolonga la idea del desierto mismo; señala, pues, en cada ocasión, la ruptura con los valores de la sociedad existente.
De este modo, Jesús, ante el entusiasmo de los habitantes de Cafarnaún, que desean hacer de él el líder de un movimiento popular judío, se marcha a orar, es decir, a pedir a Dios, a un lugar desierto (Mc 1,35; cf, Lc 4,42). Esta localización indica la inamovible ruptura de Jesús, que no cede a la tentación de poder (1,37: “¡Todo el mundo te busca!”).
Por su contacto con el leproso (Mc 1,41), que había violado el código social y religioso judío, Jesús se coloca en la categoría de “impuro” o marginado de la sociedad y no puede entrar abiertamente en ninguna ciudad; “se quedaba fuera, en despoblado” (Mc 1,45), lugar que sigue siendo expresión de su ruptura.
En cierta ocasión, Jesús lleva a sus discípulos “a un lugar desierto”, “a despoblado” (6, 31-32); con esto indica el texto que Jesús desea llevarlos a la ruptura con los valores de la sociedad. La expresión usada por los discípulos mismos: “El lugar es un despoblado y es ya tarde; despídelos, que vayan… y se compren de comer” (Mc 6,354 par.), hace ver que los discípulos no han entendido la idea de la ruptura y quieren que la gente se integre de nuevo en la sociedad de la que han salido para encontrarse con Jesús.
Mateo y Marcos, que relatan un segundo reparto de los panes, dirigido a los paganos, utilizan un término griego diferente, pero muy parecido al que usan con los judíos (Mt 15, 33 y Mc 8,4: eremía, “descampado”, en vez de éremos, “despoblado”), indicando, por un lado, que la obra mesiánica de Jesús, el éxodo o liberación, se extiende también a los paganos, y por otro, que éste no tiene precedentes en el AT.
El hecho de retirarse Jesús a orar a un lugar desierto (Mc 1,35; Lc 5,16) muestra que la petición a Dios se realiza desde la ruptura con los valores de la sociedad. También la huida del endemoniado geraseno a lugares desiertos indica su ruptura con la sociedad que lo oprime (Lc 8,29).
“Desierto” no significa, pues, alejamiento local de la sociedad, como en el caso de Juan Bautista, sino alejamiento interior, ruptura individual y comunitaria con la injusticia de una sociedad y, en consecuencia, con todos los falsos valores que ella propone y que inspiran su práctica. El evangelio de Juan expresa la misma idea de otro modo: “Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo” (Jn 17,14).
En este texto, como otras muchas veces en Juan, “el mundo” no designa simplemente a la humanidad, sino a ésta organizada en un orden social y religioso en el que está en vigor una escala de valores o ideología que consagra la injusticia (en Juan, la ideología llamada “la tiniebla” [1,5; 6,17; 12,35] o “la mentira” [8,44]); la praxis de esa sociedad es necesariamente injusta. Como Jesús mismo, sus seguidores, que siguen el mensaje del Padre, “no pertenecen a ese mundo”, es decir, no comparten sus categorías ni su práctica. Pero esto no significa una huida de la sociedad; Jesús lo dice expresamente: “[Padre,] mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo” (17,11); “[Padre,] no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso” (17,15). La comunidad cristiana ha de permanecer en la sociedad en que vive, pero sin dejarse contagiar por la injusticia que ésta profesa y practica.
Un término que puede prestarse y que de hecho se ha prestado a equívocos es el de “desierto”. A veces se propone como característica cristiana una “espiritualidad del desierto”, resucitando viejos ideales anacoréticos. Hay que investigar, por tanto, en qué sentido hablan los evangelios sinópticos (no Juan) de un “desierto” en el que estuvo Jesús.
En Marcos, Mateo y Lucas aparece el desierto en primer término como el lugar desde donde Juan Bautista hace su llamada (Mc 1,4 par.) y, a continuación, como el lugar donde Jesús pasa cuarenta días después de su bautismo, tentado por Satanás (Mc 1,12s par.).
En la tradición del AT, “el desierto” evoca varias ideas. Unas veces se le ve como el lugar de la juventud del pueblo, las primicias de Israel en su encuentro con Dios. Por eso, a menudo utilizan los profetas la imagen del desierto para recordar a Israel el antiguo tiempo y exhortarlo a ser fiel a la alianza (Os 2,16). Este es el sentido del desierto en que se encuentra Juan Bautista (Mt 3,1), situado más allá del Jordán (Lc 3,3: “[Juan] recorrió entonces toda la comarca lindante con el desierto se convierte en el polo opuesto a la institución judía, representada por Jerusalén y por el templo. Frente a la injusticia que domina la sociedad judía del tiempo de Juan Bautista, se presenta el desierto como recuerdo del antiguo ideal y como ofrecimiento renovado de la gracia de Dios.
Otras veces se considera el desierto como el lugar de las penalidades que llevaron a la posesión de una tierra prometida. Fueron cuarenta años de peregrinación (Dt 8,2) por un lugar inhóspito y deshabitado, donde no había sociedad humana. Este es el sentido del desierto en el que aparece Jesús. Pero no se trata ya de un desierto geográfico, sino figurado. Los cuarenta días que pasa Jesús en él (Mc 1,12 par.) remiten a los cuarenta años de la peregrinación de Israel hasta llegar a la tierra: representan, por tanto, la duración de la vida pública de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte, que le abre la existencia definitiva.
Por otra parte, la elección del desierto como figura de la vida pública de Jesús caracteriza a ésta como vivida en el aislamiento e incomunicación. Se indica de este modo la ruptura, la incompatibilidad entre Jesús y los valores profesados por la sociedad judía.
En correspondencia con el carácter figurado de este “desierto”, Marcos, que había presentado a Juan Bautista completamente solo, describe el desierto donde está Jesús poblándolo de extraños moradores: En primer lugar, en él se encuentra Satanás, que tienta a Jesús durante los cuarenta días. Además, Jesús “estaba entre las fieras”, alusión al libro de Daniel (Dn 7), donde “las fieras” representan a los imperios o poderes que sometían y destrozaban a la humanidad; pero ahora estos poderes destructores no hay que buscarlos fuera, existen dentro de la sociedad judía. Por último, se encuentran en este desierto “los ángeles” o mensajeros, que prestan servicio a Jesús.
Estos tres rasgos describen lo que va a ser la vida pública. “Satanás” es una figura simbólica, una personificación del poder que tienta la ambición del hombre; por eso, cuando Pedro, imbuido de la ideología del judaísmo, propugnaba un Mesías de poder y se opuso al destino anunciado por Jesús, éste lo llamó “Satanás” (Mc 8,33: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la de los hombres”).
“Las fieras”, por su parte, representan a los grupos influyentes y círculos dirigentes, continuamente hostiles a Jesús, que pretenden destruirlo (3,6; 11,16; 12,12; 14,1s) y acaban dándole muerte.
Finalmente, “los ángeles”, cuyo primer representante es Juan Bautista (Mc 1,2: “Yo envío mi ángel/mi mensajero delante de ti”), son los que colaboran con la obra de Jesús, y aparecen en el evangelio como gente anónima que lo informa sobre casos que necesitan su intervención (1,30) o le lleva enfermos para que los cure (1,32; 7,32; 8,22b).
Marcos utiliza el término “desierto” solamente con referencia a Juan Bautista y a los cuarenta días de Jesús (Mc 1,4.12.13). En otros pasajes, sin embargo, utiliza la expresión “un lugar desierto” o “despoblado”, que prolonga la idea del desierto mismo; señala, pues, en cada ocasión, la ruptura con los valores de la sociedad existente.
De este modo, Jesús, ante el entusiasmo de los habitantes de Cafarnaún, que desean hacer de él el líder de un movimiento popular judío, se marcha a orar, es decir, a pedir a Dios, a un lugar desierto (Mc 1,35; cf, Lc 4,42). Esta localización indica la inamovible ruptura de Jesús, que no cede a la tentación de poder (1,37: “¡Todo el mundo te busca!”).
Por su contacto con el leproso (Mc 1,41), que había violado el código social y religioso judío, Jesús se coloca en la categoría de “impuro” o marginado de la sociedad y no puede entrar abiertamente en ninguna ciudad; “se quedaba fuera, en despoblado” (Mc 1,45), lugar que sigue siendo expresión de su ruptura.
En cierta ocasión, Jesús lleva a sus discípulos “a un lugar desierto”, “a despoblado” (6, 31-32); con esto indica el texto que Jesús desea llevarlos a la ruptura con los valores de la sociedad. La expresión usada por los discípulos mismos: “El lugar es un despoblado y es ya tarde; despídelos, que vayan… y se compren de comer” (Mc 6,354 par.), hace ver que los discípulos no han entendido la idea de la ruptura y quieren que la gente se integre de nuevo en la sociedad de la que han salido para encontrarse con Jesús.
Mateo y Marcos, que relatan un segundo reparto de los panes, dirigido a los paganos, utilizan un término griego diferente, pero muy parecido al que usan con los judíos (Mt 15, 33 y Mc 8,4: eremía, “descampado”, en vez de éremos, “despoblado”), indicando, por un lado, que la obra mesiánica de Jesús, el éxodo o liberación, se extiende también a los paganos, y por otro, que éste no tiene precedentes en el AT.
El hecho de retirarse Jesús a orar a un lugar desierto (Mc 1,35; Lc 5,16) muestra que la petición a Dios se realiza desde la ruptura con los valores de la sociedad. También la huida del endemoniado geraseno a lugares desiertos indica su ruptura con la sociedad que lo oprime (Lc 8,29).
“Desierto” no significa, pues, alejamiento local de la sociedad, como en el caso de Juan Bautista, sino alejamiento interior, ruptura individual y comunitaria con la injusticia de una sociedad y, en consecuencia, con todos los falsos valores que ella propone y que inspiran su práctica. El evangelio de Juan expresa la misma idea de otro modo: “Yo les he entregado tu mensaje, y el mundo les ha cobrado odio porque no pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo” (Jn 17,14).
En este texto, como otras muchas veces en Juan, “el mundo” no designa simplemente a la humanidad, sino a ésta organizada en un orden social y religioso en el que está en vigor una escala de valores o ideología que consagra la injusticia (en Juan, la ideología llamada “la tiniebla” [1,5; 6,17; 12,35] o “la mentira” [8,44]); la praxis de esa sociedad es necesariamente injusta. Como Jesús mismo, sus seguidores, que siguen el mensaje del Padre, “no pertenecen a ese mundo”, es decir, no comparten sus categorías ni su práctica. Pero esto no significa una huida de la sociedad; Jesús lo dice expresamente: “[Padre,] mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo” (17,11); “[Padre,] no te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del Perverso” (17,15). La comunidad cristiana ha de permanecer en la sociedad en que vive, pero sin dejarse contagiar por la injusticia que ésta profesa y practica.
sábado, 28 de marzo de 2009
EL RUBÍ.
EL RUBÍ.
(POPULAR JUDÍO)
Un matrimonio israelita se dedicaba al servicio del Señor renunciando a los bienes del mundo. Pobres de bienes materiales, vivían al día fabricando sencillos objetos de artesanía que después vendían en plazas y mercados.
Pero un día en que la venta había resultado infructuosa, le dice la mujer al marido:
-“Ven, recemos al Altísimo; quizás Él nos conceda algún beneficio que nos libre de la fatiga que tenemos que hacer para sobrevivir, ¡así nos podremos dedicar exclusivamente a servirlo!”.
El marido aprobó y oró al Señor en ese sentido; la mujer dijo: “Amén” a su oración. Y he aquí que el techo se abrió, y del agujero descendió una piedra preciosa que con su luz iluminaba toda la casa. Con gran alegría y agradecimiento los dos dieron gracias al Señor, después se acostaron y se durmieron.
Al final de la noche, la mujer tuvo un sueño. Le parecía ver el Paraíso, y muchas sillas colocadas en fila.
-“¿Para qué son estas sillas?”, preguntó.
-“Son las sillas de los justos y de los buenos”, se le respondió.
-“¿Y dónde está la silla de mi marido?”
Le respondieron:
-“Es esta”.
La mujer la miró y vio que la silla estaba agrietada.
-“¿Qué pasó con esta grieta?”, preguntó.
-“¡Es el hueco hecho por la piedra preciosa que descendió sobre vosotros desde el techo de vuestra casa!”, le respondieron.
La mujer se despertó llorando, y enseguida le dijo al marido:
-“Marido, reza a tu Señor que ponga de nuevo en su puesto aquel rubí, porque el hambre y la miseria de pocos días son preferibles al defecto de tu silla en la gloria de los bienaventurados!”.
El marido rezó como ella quería, y he aquí que el rubí voló hacia el techo, mientras los dos lo seguían con la mirada, alabando a Dios por haber reconquistado de nuevo su pobreza.
(POPULAR JUDÍO)
Un matrimonio israelita se dedicaba al servicio del Señor renunciando a los bienes del mundo. Pobres de bienes materiales, vivían al día fabricando sencillos objetos de artesanía que después vendían en plazas y mercados.
Pero un día en que la venta había resultado infructuosa, le dice la mujer al marido:
-“Ven, recemos al Altísimo; quizás Él nos conceda algún beneficio que nos libre de la fatiga que tenemos que hacer para sobrevivir, ¡así nos podremos dedicar exclusivamente a servirlo!”.
El marido aprobó y oró al Señor en ese sentido; la mujer dijo: “Amén” a su oración. Y he aquí que el techo se abrió, y del agujero descendió una piedra preciosa que con su luz iluminaba toda la casa. Con gran alegría y agradecimiento los dos dieron gracias al Señor, después se acostaron y se durmieron.
Al final de la noche, la mujer tuvo un sueño. Le parecía ver el Paraíso, y muchas sillas colocadas en fila.
-“¿Para qué son estas sillas?”, preguntó.
-“Son las sillas de los justos y de los buenos”, se le respondió.
-“¿Y dónde está la silla de mi marido?”
Le respondieron:
-“Es esta”.
La mujer la miró y vio que la silla estaba agrietada.
-“¿Qué pasó con esta grieta?”, preguntó.
-“¡Es el hueco hecho por la piedra preciosa que descendió sobre vosotros desde el techo de vuestra casa!”, le respondieron.
La mujer se despertó llorando, y enseguida le dijo al marido:
-“Marido, reza a tu Señor que ponga de nuevo en su puesto aquel rubí, porque el hambre y la miseria de pocos días son preferibles al defecto de tu silla en la gloria de los bienaventurados!”.
El marido rezó como ella quería, y he aquí que el rubí voló hacia el techo, mientras los dos lo seguían con la mirada, alabando a Dios por haber reconquistado de nuevo su pobreza.
EL MOSQUITO Y LA LUCIÉRNAGA.
EL MOSQUITO Y LA LUCIÉRNAGA.
(GASPARE GOZZI)
Una noche, el mosquito le decía a la luciérnaga:
-“Yo no creo que haya en el mundo una criatura más útil y al mismo tiempo más noble que yo. Si el hombre no fuere por naturaleza un ingrato, debería estarme eternamente agradecido; de hecho, no podría tener mejor maestra de comportamiento moral. Porque mis agudas picaduras le ofrecen la posibilidad de ejercitarse en la noble virtud de la paciencia. Y con el fin de que se sacuda de su inepto sueño, de día y de noche, en cuanto se acuesta para dormir, enseguida me ocupo de picarle ya sea en la frente, en la nariz, o en otras partes del cuerpo. También poseo en la boca una trompetilla, con la cual, a modo de guerrero, voy tocando y proclamando mis gestas. Pero tú, luciérnaga, ¿qué bien reportas al mundo?”.
Respondió la luciérnaga:
-“Amigo mío, temo que tú te equivocas al juzgar entre nosotros dos. Todo aquello que crees hacer en beneficio de los demás, en realidad lo haces pensando tan sólo en ti. Al picar a las personas, chupas su sangre, la cual te ayuda a nutrir tu vientre; y tocando la trompetilla, tratas de exaltar tu acción ante tus ojos y a la vista de los otros. En realidad sólo te quieres a ti mismo. En cuanto a mí, no tengo otras cualidades fuera de esta lucecita que arde en mi corazón. Con eso procuro iluminar el camino a quien está envuelto en las tinieblas de la noche. Sé que esta lucecita mía es bien pequeña, y quisiera hacer más, pero mi naturaleza no lo permite. El poco bien que hago, lo hago en silencio, sin vocearlo alrededor. ¡Que las personas juzguen quién de nosotros dos les es de mayor provecho!”.
(GASPARE GOZZI)
Una noche, el mosquito le decía a la luciérnaga:
-“Yo no creo que haya en el mundo una criatura más útil y al mismo tiempo más noble que yo. Si el hombre no fuere por naturaleza un ingrato, debería estarme eternamente agradecido; de hecho, no podría tener mejor maestra de comportamiento moral. Porque mis agudas picaduras le ofrecen la posibilidad de ejercitarse en la noble virtud de la paciencia. Y con el fin de que se sacuda de su inepto sueño, de día y de noche, en cuanto se acuesta para dormir, enseguida me ocupo de picarle ya sea en la frente, en la nariz, o en otras partes del cuerpo. También poseo en la boca una trompetilla, con la cual, a modo de guerrero, voy tocando y proclamando mis gestas. Pero tú, luciérnaga, ¿qué bien reportas al mundo?”.
Respondió la luciérnaga:
-“Amigo mío, temo que tú te equivocas al juzgar entre nosotros dos. Todo aquello que crees hacer en beneficio de los demás, en realidad lo haces pensando tan sólo en ti. Al picar a las personas, chupas su sangre, la cual te ayuda a nutrir tu vientre; y tocando la trompetilla, tratas de exaltar tu acción ante tus ojos y a la vista de los otros. En realidad sólo te quieres a ti mismo. En cuanto a mí, no tengo otras cualidades fuera de esta lucecita que arde en mi corazón. Con eso procuro iluminar el camino a quien está envuelto en las tinieblas de la noche. Sé que esta lucecita mía es bien pequeña, y quisiera hacer más, pero mi naturaleza no lo permite. El poco bien que hago, lo hago en silencio, sin vocearlo alrededor. ¡Que las personas juzguen quién de nosotros dos les es de mayor provecho!”.
EL TESTAMENTO DEL ÁGUILA.
EL TESTAMENTO DEL ÁGUILA.
(LEONARDO DA VINCI. FÁBULAS)
Cuando el Águila Real, solitaria sobre una altísima roca, se da cuenta de que se acerca el momento de su muerte, reúne a sus hijos, los mira uno por uno, y les dice:
-“Yo os he nutrido y criado para que seáis capaces de fijar los ojos en el sol. Aquellos de vuestros hermanos, que no han soportado la mirada del sol, ya han muerto. Pero vosotros sois dignos de volar más alto que cualquier otro pájaro. Ahora, yo voy a dejaros, pero no moriré en mi nido. Volaré alto, hasta donde me lleven mis alas; me lanzaré hacia el sol, lo más cerca posible. Y sus rayos encendidos quemarán mis viejas alas; y yo me precipitaré a tierra, caeré en el agua del torrente impetuoso. Pero mi espíritu resucitará desde el agua, presto a recomenzar una existencia nueva en cada uno de vosotros. El Águila Real no muere hasta que queda un Aguilucho Real…”
Dicho esto, el Águila emprendió el vuelo en presencia de sus hijos admirados y sorprendidos; dio vueltas entorno a la roca, después apuntó derecha hacia el altísimo azul, para quemar en el sol sus alas majestuosas.
Hijos del Águila, grande es vuestro compromiso en el mundo…
(LEONARDO DA VINCI. FÁBULAS)
Cuando el Águila Real, solitaria sobre una altísima roca, se da cuenta de que se acerca el momento de su muerte, reúne a sus hijos, los mira uno por uno, y les dice:
-“Yo os he nutrido y criado para que seáis capaces de fijar los ojos en el sol. Aquellos de vuestros hermanos, que no han soportado la mirada del sol, ya han muerto. Pero vosotros sois dignos de volar más alto que cualquier otro pájaro. Ahora, yo voy a dejaros, pero no moriré en mi nido. Volaré alto, hasta donde me lleven mis alas; me lanzaré hacia el sol, lo más cerca posible. Y sus rayos encendidos quemarán mis viejas alas; y yo me precipitaré a tierra, caeré en el agua del torrente impetuoso. Pero mi espíritu resucitará desde el agua, presto a recomenzar una existencia nueva en cada uno de vosotros. El Águila Real no muere hasta que queda un Aguilucho Real…”
Dicho esto, el Águila emprendió el vuelo en presencia de sus hijos admirados y sorprendidos; dio vueltas entorno a la roca, después apuntó derecha hacia el altísimo azul, para quemar en el sol sus alas majestuosas.
Hijos del Águila, grande es vuestro compromiso en el mundo…
EL MARIDO MENTIROSO
EL MARIDO MENTIROSO.
(AL-QUSCIAN)
Una joven muchacha enfermó de la viruela pocos días antes de casarse con un chico bueno y amable que vivía en la ciudad. La viruela le dejó señalada toda la cara y ella se entristeció grandemente, pensando que ya no agradaría a su marido nunca.
El joven, enterado de lo que sucedía, antes de ver a su prometida, le mandó un recado diciéndole:
-“Me duelen mucho los ojos y veo todo borroso”.
Y unos días más tarde le envió otro recado en que le decía:
-“Estoy ciego”.
Se celebró la boda y vivieron juntos en paz y armonía muchos años.
Cuando, después de veinte años de matrimonio, ella murió, el marido abrió los ojos y comenzó a ver con toda normalidad. Cuando sus vecinos le pidieron explicaciones de aquella curación tan extraña, él respondió:
-“No era ciego, pero fingí serlo para que mi mujer no se entristeciese, pensando que yo la veía desfigurada por la viruela”.
(AL-QUSCIAN)
Una joven muchacha enfermó de la viruela pocos días antes de casarse con un chico bueno y amable que vivía en la ciudad. La viruela le dejó señalada toda la cara y ella se entristeció grandemente, pensando que ya no agradaría a su marido nunca.
El joven, enterado de lo que sucedía, antes de ver a su prometida, le mandó un recado diciéndole:
-“Me duelen mucho los ojos y veo todo borroso”.
Y unos días más tarde le envió otro recado en que le decía:
-“Estoy ciego”.
Se celebró la boda y vivieron juntos en paz y armonía muchos años.
Cuando, después de veinte años de matrimonio, ella murió, el marido abrió los ojos y comenzó a ver con toda normalidad. Cuando sus vecinos le pidieron explicaciones de aquella curación tan extraña, él respondió:
-“No era ciego, pero fingí serlo para que mi mujer no se entristeciese, pensando que yo la veía desfigurada por la viruela”.
GESTOS DE ESPERANZA.
GESTOS DE ESPERANZA
(DE LAS MIL Y UNA NOCHES)
Se cuenta que el Príncipe de los Creyentes, Omar, estaba un día sentado y administraba la justicia a sus súbditos, cuando se presentaron ante él dos hermanos, arrastrando por la fuerza a un apuesto joven de aspecto noble y altivo:
-“Señor de los Creyentes”, le dijeron, “nosotros teníamos un padre, y este malvado lo ha matado lanzándole una piedra mientras paseaba en su jardín. Nosotros pedimos que se lea aplicada la ley del Talión”.
Aquel joven de corazón sano, se defiende así:
-“La piedra con la cual he golpeado aquel pobre anciano, había sido arrojada por él contra mi caballo, que he visto caer muerto a mi lado. El hombre ha sido asesinado por su propio instrumento de muerte”.
Dice entonces el califa:
-“Te has reconocido culpable, por lo tanto, no puedes evitar la ley del Talión”.
-“Oigo y obedezco”, respondió el joven, “porque el juicio está en conformidad con la ley. Permíteme solamente que me ausente por tres días, para poder atender a un sobrino pequeño que ha perdido a sus padres y me ha sido confiado”.
-“¿Y quién me garantiza tu regreso?”, preguntó el juez volviéndose ante los presentes.
-“Yo respondo por él”, dijo uno de los presentes.
El califa dio permiso al condenado para alejarse.
Terminaba el tiempo de la prórroga sin que el condenado apareciese; y los dos acusadores imprecaban, jurando que no se marcharían sin antes haber llevado a término su venganza.
Respondió el que se había ofrecido como garante:
-“Estad en paz, que si el culpable no se presenta, yo estoy aquí para ocupar su lugar”.
Pero, mientras la gente se alborotaba como un mar en borrasca, he aquí que aparece el culpable, todo jadeante y bañado de sudor:
-“Aquí estoy”, dice, “he arreglado todo, y vengo para cumplir mi deber. He querido ser fiel a los pactos, a fin de que no se diga: ¡La buena fe ha desaparecido entre los hombres!”.
-“En cuanto a mí”, añadió el hombre que había sustituido al condenado, “he querido hacerme garante por él, a fin de que no se diga: ¡La generosidad ha cesado entre las personas!”.
A este punto, los dos hermanos acusadores exclamaron a su vez:
-“Príncipe de los Creyentes, nosotros perdonamos a este joven de la muerte de nuestro padre, a fin de que no se diga: ¡Los hombres han olvidado la virtud del perdón!”.
Se alegró el soberano de la feliz conclusión y todos juntos alabaron a Dios que les había inspirado la generosidad.
(DE LAS MIL Y UNA NOCHES)
Se cuenta que el Príncipe de los Creyentes, Omar, estaba un día sentado y administraba la justicia a sus súbditos, cuando se presentaron ante él dos hermanos, arrastrando por la fuerza a un apuesto joven de aspecto noble y altivo:
-“Señor de los Creyentes”, le dijeron, “nosotros teníamos un padre, y este malvado lo ha matado lanzándole una piedra mientras paseaba en su jardín. Nosotros pedimos que se lea aplicada la ley del Talión”.
Aquel joven de corazón sano, se defiende así:
-“La piedra con la cual he golpeado aquel pobre anciano, había sido arrojada por él contra mi caballo, que he visto caer muerto a mi lado. El hombre ha sido asesinado por su propio instrumento de muerte”.
Dice entonces el califa:
-“Te has reconocido culpable, por lo tanto, no puedes evitar la ley del Talión”.
-“Oigo y obedezco”, respondió el joven, “porque el juicio está en conformidad con la ley. Permíteme solamente que me ausente por tres días, para poder atender a un sobrino pequeño que ha perdido a sus padres y me ha sido confiado”.
-“¿Y quién me garantiza tu regreso?”, preguntó el juez volviéndose ante los presentes.
-“Yo respondo por él”, dijo uno de los presentes.
El califa dio permiso al condenado para alejarse.
Terminaba el tiempo de la prórroga sin que el condenado apareciese; y los dos acusadores imprecaban, jurando que no se marcharían sin antes haber llevado a término su venganza.
Respondió el que se había ofrecido como garante:
-“Estad en paz, que si el culpable no se presenta, yo estoy aquí para ocupar su lugar”.
Pero, mientras la gente se alborotaba como un mar en borrasca, he aquí que aparece el culpable, todo jadeante y bañado de sudor:
-“Aquí estoy”, dice, “he arreglado todo, y vengo para cumplir mi deber. He querido ser fiel a los pactos, a fin de que no se diga: ¡La buena fe ha desaparecido entre los hombres!”.
-“En cuanto a mí”, añadió el hombre que había sustituido al condenado, “he querido hacerme garante por él, a fin de que no se diga: ¡La generosidad ha cesado entre las personas!”.
A este punto, los dos hermanos acusadores exclamaron a su vez:
-“Príncipe de los Creyentes, nosotros perdonamos a este joven de la muerte de nuestro padre, a fin de que no se diga: ¡Los hombres han olvidado la virtud del perdón!”.
Se alegró el soberano de la feliz conclusión y todos juntos alabaron a Dios que les había inspirado la generosidad.
sábado, 14 de marzo de 2009
EL SASTRE, SU FAMILIA Y SU CORDERO.
EL SASTRE, SU FAMILIA Y EL CORDERO.
(CUENTO POPULAR ALEMÁN)
Había una vez un mago que daba sabios consejos.
Un día fue donde él un pobre sastre, el cual tenía mujer y siete hijos para mantener. Toda la familia vivía en una buhardilla que le dejaban por caridad. Pero los niños eran pequeños, la mujer estaba cansada y la buhardilla era demasiado estrecha. Un desorden, un ruido, una suciedad que no se podía más. ¡No podía ni siquiera coser un traje! Un niño le robaba la aguja, otro el hilo, un tercero le ensuciaba la tela: ¡Un desastre!
El mago escuchó los lamentos del sastre y después le dijo:
-“Vete al mercado, compra un cordero y súbelo a casa, a tu buhardilla”.
El sastre pensó que aquel consejero era un poco tonto. Sin embargo, quiso probar y obedeció. Recogió sus ahorros, fue al mercado, compró el cordero y se lo llevó a casa.
El cordero tomó posesión de la casa, como uno más… Saltaba de un lado a otro, esparcía su olor y su estiércol … Al cabo de pocos días la buhardilla estaba reducida a un establo, y allí había tal hedor que el sastre, más desesperado que nunca, corrió de nuevo donde el mago a pedirle ayuda.
-“Regresa al mercado y vende el cordero”, sentenció el mago.
El sastre no esperó que selo dijera dos veces. Corrió a casa y, en un abrir y cerrar de ojos, se deshizo de la bestia maloliente. Regresando después a su buhardilla, le parecía un milagro encontrarla tan tranquila. La mujer había lavado el piso, y, en comparación con los balidos del cordero, los chillidos de los niños parecían una música.
Jamás se había sentido tan feliz.
(CUENTO POPULAR ALEMÁN)
Había una vez un mago que daba sabios consejos.
Un día fue donde él un pobre sastre, el cual tenía mujer y siete hijos para mantener. Toda la familia vivía en una buhardilla que le dejaban por caridad. Pero los niños eran pequeños, la mujer estaba cansada y la buhardilla era demasiado estrecha. Un desorden, un ruido, una suciedad que no se podía más. ¡No podía ni siquiera coser un traje! Un niño le robaba la aguja, otro el hilo, un tercero le ensuciaba la tela: ¡Un desastre!
El mago escuchó los lamentos del sastre y después le dijo:
-“Vete al mercado, compra un cordero y súbelo a casa, a tu buhardilla”.
El sastre pensó que aquel consejero era un poco tonto. Sin embargo, quiso probar y obedeció. Recogió sus ahorros, fue al mercado, compró el cordero y se lo llevó a casa.
El cordero tomó posesión de la casa, como uno más… Saltaba de un lado a otro, esparcía su olor y su estiércol … Al cabo de pocos días la buhardilla estaba reducida a un establo, y allí había tal hedor que el sastre, más desesperado que nunca, corrió de nuevo donde el mago a pedirle ayuda.
-“Regresa al mercado y vende el cordero”, sentenció el mago.
El sastre no esperó que selo dijera dos veces. Corrió a casa y, en un abrir y cerrar de ojos, se deshizo de la bestia maloliente. Regresando después a su buhardilla, le parecía un milagro encontrarla tan tranquila. La mujer había lavado el piso, y, en comparación con los balidos del cordero, los chillidos de los niños parecían una música.
Jamás se había sentido tan feliz.
EL CORDERO Y LA LIBERTAD.
EL CORDERO Y LA LIBERTAD
(SALTYKOV SHEDRIN)
Una vez, a un cordero le sucedió un gran desastre. Mientras dormía, tuvo un sueño… Que fuera un sueño el cordero no lo podía comprender: sólo comprendía que este sueño hacía referencia a su vida, y por este motivo se sentía triste e inquieto. El redil era siempre el mismo, también el alimento; la misma grey de ovejas, pero él parecía no preocuparse en absoluto. Andaba por el redil como perdido, balando:
-“¡ Ovejas, eh ovejas!, he tenido un sueño muy extraño que hablaba de nuestra vida…”.
Pero las ovejas no sentían ninguna simpatía por sus preocupaciones, y hasta se le burlaban llamándolo “filósofo”, que en el lenguaje ovejuno equivale al peor insulto.
Desde aquel momento los sueños no lo abandonaron más; y sin embargo, despierto no le era posible reconstruir aquello que había soñado.
Recordaba una serie de visiones que desfilaban ante sus ojos procurándole sensaciones deliciosas, pero al despertar las imágenes se desvanecían, y él volvía a sentirse un cordero común, con la diferencia de que antes desempeñaba su función de cordero alegremente, mientras que ahora vagaba como un tonto, buscando quién sabe qué cosa…
El cordero había intuido que el mundo no termina con los muros de un redil; había entrevisto la luz, el espacio, la libertad, pero no llegaba a comprender qué cosa es la luz, el espacio, la libertad.
A medida que continuaban los sueños, el cordero se volvía cada vez más inquieto. No encontraba ni piedad, ni simpatía a su alrededor. Día tras día empezó a adelgazar; dormía cada vez más, y después de un sueño a otro no se despertó más. Los pastores hablaban entre sí de aquel extraño cordero, ya muerto, afortunadamente.
-Antes era un cordero como todos los demás, y después de un golpe, ¡es como si se hubiese vuelto loco! Nikita, tú eres pastor desde hace cincuenta ñaos, ¿qué crees que le haya sucedido?”
-Seguramente habrá visto en sueños cómo es la vida de un cordero “libre”, respondió NIkita. Nos sucede alguna vez también a nosotros los hombres.”
-Es mejor permanecer como un cordero estúpido, como los otros, ¿no? Entonces no le faltará nada: Tendrás hierba, heno, un lugar en el redil y las ovejas serán amigas… ¿Digo bien, Nikita?”
-“Dices bien Iván.”
… (Pero de vez en cuando hay un cordero que prefiere morir…)
(SALTYKOV SHEDRIN)
Una vez, a un cordero le sucedió un gran desastre. Mientras dormía, tuvo un sueño… Que fuera un sueño el cordero no lo podía comprender: sólo comprendía que este sueño hacía referencia a su vida, y por este motivo se sentía triste e inquieto. El redil era siempre el mismo, también el alimento; la misma grey de ovejas, pero él parecía no preocuparse en absoluto. Andaba por el redil como perdido, balando:
-“¡ Ovejas, eh ovejas!, he tenido un sueño muy extraño que hablaba de nuestra vida…”.
Pero las ovejas no sentían ninguna simpatía por sus preocupaciones, y hasta se le burlaban llamándolo “filósofo”, que en el lenguaje ovejuno equivale al peor insulto.
Desde aquel momento los sueños no lo abandonaron más; y sin embargo, despierto no le era posible reconstruir aquello que había soñado.
Recordaba una serie de visiones que desfilaban ante sus ojos procurándole sensaciones deliciosas, pero al despertar las imágenes se desvanecían, y él volvía a sentirse un cordero común, con la diferencia de que antes desempeñaba su función de cordero alegremente, mientras que ahora vagaba como un tonto, buscando quién sabe qué cosa…
El cordero había intuido que el mundo no termina con los muros de un redil; había entrevisto la luz, el espacio, la libertad, pero no llegaba a comprender qué cosa es la luz, el espacio, la libertad.
A medida que continuaban los sueños, el cordero se volvía cada vez más inquieto. No encontraba ni piedad, ni simpatía a su alrededor. Día tras día empezó a adelgazar; dormía cada vez más, y después de un sueño a otro no se despertó más. Los pastores hablaban entre sí de aquel extraño cordero, ya muerto, afortunadamente.
-Antes era un cordero como todos los demás, y después de un golpe, ¡es como si se hubiese vuelto loco! Nikita, tú eres pastor desde hace cincuenta ñaos, ¿qué crees que le haya sucedido?”
-Seguramente habrá visto en sueños cómo es la vida de un cordero “libre”, respondió NIkita. Nos sucede alguna vez también a nosotros los hombres.”
-Es mejor permanecer como un cordero estúpido, como los otros, ¿no? Entonces no le faltará nada: Tendrás hierba, heno, un lugar en el redil y las ovejas serán amigas… ¿Digo bien, Nikita?”
-“Dices bien Iván.”
… (Pero de vez en cuando hay un cordero que prefiere morir…)
EL ÁRBOL DE LA EXPERIENCIA.
EL ÁRBOL DE LA EXPERIENCIA.
(CUENTO AFRICANO)
Un padre bueno, sintiendo que se acercaba su última hora, deseó transmitir a su hijo lo que más apreciaba: el patrimonio de todas las experiencias adquiridas en el curso de la vida. Por eso lo llamó a la cabecera de su cama para comunicarle sus últimas voluntades. Dijo así:
-“Hijo, escucha mis palabras. Cuando haya muerto, deseo que me cortes un dedo de la mano derecha, el índice, y que lo entierres en el huerto. Haciendo así, espero salvaguardar la propiedad mágica de un tesoro incomunicable, y que yo deseo transmitirte”.
Dicho esto, cerró los ojos y murió.
El joven siguió puntualmente los mandatos del padre. Después de algún tiempo, en el punto preciso en que había sido enterrado el dedo, creció un magnífico árbol, con abundantes hojas y flores muy perfumadas. Era una especie nueva en el país y nadie podía imaginar de dónde provenía esa planta singular.
Pero la cosa más bella era ésta: los frutos que producía, además de ser fragantes y exquisitos, bastaban para saciar el hambre, de modo que el que se alimentaba cada día, quedaba lleno, y no tenía necesidad de preocuparse por el propio sustento.
Habría que creer que una planta semejante debiese lograr un aplauso universal. En cambio, no.
-“¿Qué nos importan los frutos de aquella planta?”, decía la gente. “A nosotros nos parecen insípidos, sin sabor. Queremos alimentarnos con frutos de nuestro propio huerto, no con el fruto de quien vivió antes que nosotros.”
Algunos querían imitar al padre bueno, pero no queriendo cortarse un dedo en vida, empezaron a plantar en la tierra patas de gallinas muertas y de otros animales, que no crecieron ni dieron fruto. Hasta el hijo del padre bueno, poco a poco, terminó pensando como muchos de sus vecinos: -“¿Por qué debo seguir el índice de mi padre?”. Pensaba. “Un dedo índice lo tengo también yo.”
En el mismo momento en que pensó esto, volvió la mirada al árbol mágico. Pero el árbol ya se había marchitado para siempre. Jamás nadie probaría sus frutos.
Y el hijo debió aprender a reconstruir, por cuenta propia y día tras día, la planta preciosa e incomunicable de la Experiencia.
(CUENTO AFRICANO)
Un padre bueno, sintiendo que se acercaba su última hora, deseó transmitir a su hijo lo que más apreciaba: el patrimonio de todas las experiencias adquiridas en el curso de la vida. Por eso lo llamó a la cabecera de su cama para comunicarle sus últimas voluntades. Dijo así:
-“Hijo, escucha mis palabras. Cuando haya muerto, deseo que me cortes un dedo de la mano derecha, el índice, y que lo entierres en el huerto. Haciendo así, espero salvaguardar la propiedad mágica de un tesoro incomunicable, y que yo deseo transmitirte”.
Dicho esto, cerró los ojos y murió.
El joven siguió puntualmente los mandatos del padre. Después de algún tiempo, en el punto preciso en que había sido enterrado el dedo, creció un magnífico árbol, con abundantes hojas y flores muy perfumadas. Era una especie nueva en el país y nadie podía imaginar de dónde provenía esa planta singular.
Pero la cosa más bella era ésta: los frutos que producía, además de ser fragantes y exquisitos, bastaban para saciar el hambre, de modo que el que se alimentaba cada día, quedaba lleno, y no tenía necesidad de preocuparse por el propio sustento.
Habría que creer que una planta semejante debiese lograr un aplauso universal. En cambio, no.
-“¿Qué nos importan los frutos de aquella planta?”, decía la gente. “A nosotros nos parecen insípidos, sin sabor. Queremos alimentarnos con frutos de nuestro propio huerto, no con el fruto de quien vivió antes que nosotros.”
Algunos querían imitar al padre bueno, pero no queriendo cortarse un dedo en vida, empezaron a plantar en la tierra patas de gallinas muertas y de otros animales, que no crecieron ni dieron fruto. Hasta el hijo del padre bueno, poco a poco, terminó pensando como muchos de sus vecinos: -“¿Por qué debo seguir el índice de mi padre?”. Pensaba. “Un dedo índice lo tengo también yo.”
En el mismo momento en que pensó esto, volvió la mirada al árbol mágico. Pero el árbol ya se había marchitado para siempre. Jamás nadie probaría sus frutos.
Y el hijo debió aprender a reconstruir, por cuenta propia y día tras día, la planta preciosa e incomunicable de la Experiencia.
EL SEMÁFORO AZUL
EL SEMÁFORO AZUL.
(GIANNI RODARI. CUENTOS POR TELÉFONO)
Una vez el semáforo que está en Milán, en la plaza de la Catedral, hizo algo extraño. Todas sus luces se tiñeron de azul, y la gente no sabía qué hacer:
-“¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos quedamos o no?”.
De todos sus círculos, en todas las direcciones, el semáforo difundía la insólita señal azul, de un azul que jamás tan azul había estado el cielo de Milán.
En espera de entender algo, los automovilistas echaban pestes y tocaban las bocinas, los motoristas hacían rugir las máquinas y los peatones más corpulentos gritaban:
-“¡Usted no sabe quién soy yo!”.
Los más ocurrentes hacían chistes:
-“El color verde se lo habrá comido el alcalde, para hacerse un chalet en el campo. El rojo lo han usado para teñir los peces de los jardines. Con el amarillo, ¿saben qué hacen? Diluyen el aceite de oliva”.
Finalmente, llegó un fiscal y se puso en medio del cruce a dirigir el tráfico. Otro fiscal buscó la caja de empalme para reparar el daño, y quitó la corriente. Antes de apagarse el semáforo azul alcanzó a pensar:
-“¡Pobrecitos! Yo había dado la señal de “vía libre” para el cielo. Si me hubiesen entendido, ahora todos sabrían volar. Pero quizás les ha faltado el valor”.
(GIANNI RODARI. CUENTOS POR TELÉFONO)
Una vez el semáforo que está en Milán, en la plaza de la Catedral, hizo algo extraño. Todas sus luces se tiñeron de azul, y la gente no sabía qué hacer:
-“¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos quedamos o no?”.
De todos sus círculos, en todas las direcciones, el semáforo difundía la insólita señal azul, de un azul que jamás tan azul había estado el cielo de Milán.
En espera de entender algo, los automovilistas echaban pestes y tocaban las bocinas, los motoristas hacían rugir las máquinas y los peatones más corpulentos gritaban:
-“¡Usted no sabe quién soy yo!”.
Los más ocurrentes hacían chistes:
-“El color verde se lo habrá comido el alcalde, para hacerse un chalet en el campo. El rojo lo han usado para teñir los peces de los jardines. Con el amarillo, ¿saben qué hacen? Diluyen el aceite de oliva”.
Finalmente, llegó un fiscal y se puso en medio del cruce a dirigir el tráfico. Otro fiscal buscó la caja de empalme para reparar el daño, y quitó la corriente. Antes de apagarse el semáforo azul alcanzó a pensar:
-“¡Pobrecitos! Yo había dado la señal de “vía libre” para el cielo. Si me hubiesen entendido, ahora todos sabrían volar. Pero quizás les ha faltado el valor”.
LA SERENIDAD PUESTA A PRUEBA.
LA SERENIDAD PUESTA A PRUEBA.
(ANTHONY DE MELLO)
El pueblo se vio sacudido por un terremoto. En esta pequeña población había un Maestro que instruía a varios discípulos. Durante el terremoto el Maestro aparentó serenidad. Quedó muy pagado de sí mismo al comprobar la impresión que produjo en sus discípulos la falta de miedo que él había demostrado.
Cuando los discípulos, unos días más tarde, le preguntaron qué significaba vender al miedo, él les hizo recordar su propio ejemplo:
“¿No visteis cómo, cuando todos corrían aterrorizados de un lado para otro, yo seguí tranquilamente sentado bebiendo agua? ¿Y acaso alguno de vosotros vio que mi mano temblara mientras sostenía el vaso?”
“No”, dijo un discípulo. “Pero no era agua lo que bebíais, señor, sino salsa de soja…”
(ANTHONY DE MELLO)
El pueblo se vio sacudido por un terremoto. En esta pequeña población había un Maestro que instruía a varios discípulos. Durante el terremoto el Maestro aparentó serenidad. Quedó muy pagado de sí mismo al comprobar la impresión que produjo en sus discípulos la falta de miedo que él había demostrado.
Cuando los discípulos, unos días más tarde, le preguntaron qué significaba vender al miedo, él les hizo recordar su propio ejemplo:
“¿No visteis cómo, cuando todos corrían aterrorizados de un lado para otro, yo seguí tranquilamente sentado bebiendo agua? ¿Y acaso alguno de vosotros vio que mi mano temblara mientras sostenía el vaso?”
“No”, dijo un discípulo. “Pero no era agua lo que bebíais, señor, sino salsa de soja…”
EL MOTIVO DE UNA HUIDA.
EL MOTIVO DE UNA HUIDA.
(APOTEGMA DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Nistero el Grande, uno de los siete padres egipcios del desierto, iba un día paseando en compañía de un gran número de discípulos, que le veneraban como a un hombre de Dios.
De pronto, apareció ante ellos un gigantesco dragón, que parecía echar humo y fuego por sus vivos ojos. Aterrorizados todos salieron corriendo y huyeron a esconderse tras unas grandes rocas que allí cerca había… Nistero también corrió en busca de un refugio seguro.
Cuando el dragón desapareció, salieron de sus escondites y estuvieron mucho tiempo comentando lo ocurrido.
Muchos años más tarde, cuando Nistero yacía agonizante, uno de sus discípulos le dijo:
“Padre, siempre os hemos conocido como persona sabia y de gran entereza, capaz de afrontar hasta la misma muerte, pero ¿también vos os asustasteis el día que vimos el dragón?”
“No”, respondió Nistero.
“Entonces, ¿por qué salisteis corriendo como todos?”
Sin pensarlo un momento, como quien ha madurado largo tiempo la respuesta, el santo dijo:
“Pensé que era mejor huir del dragón que no tener que huir, más tarde, del espíritu de vanidad que me hubiera producido hacer ostentación de mi valentía en aquel momento”.
(APOTEGMA DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Nistero el Grande, uno de los siete padres egipcios del desierto, iba un día paseando en compañía de un gran número de discípulos, que le veneraban como a un hombre de Dios.
De pronto, apareció ante ellos un gigantesco dragón, que parecía echar humo y fuego por sus vivos ojos. Aterrorizados todos salieron corriendo y huyeron a esconderse tras unas grandes rocas que allí cerca había… Nistero también corrió en busca de un refugio seguro.
Cuando el dragón desapareció, salieron de sus escondites y estuvieron mucho tiempo comentando lo ocurrido.
Muchos años más tarde, cuando Nistero yacía agonizante, uno de sus discípulos le dijo:
“Padre, siempre os hemos conocido como persona sabia y de gran entereza, capaz de afrontar hasta la misma muerte, pero ¿también vos os asustasteis el día que vimos el dragón?”
“No”, respondió Nistero.
“Entonces, ¿por qué salisteis corriendo como todos?”
Sin pensarlo un momento, como quien ha madurado largo tiempo la respuesta, el santo dijo:
“Pensé que era mejor huir del dragón que no tener que huir, más tarde, del espíritu de vanidad que me hubiera producido hacer ostentación de mi valentía en aquel momento”.
EL TEMPLO DE DIOS.
EL TEMPLO DE DIOS.
(ANTHONY DE MELLO)
El maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad.
“Primero, Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años.”
“Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de todo afecto desordenado”.
“Pasado un tiempo me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba de mi egoísmo. Tras todo ello, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la vida y de la muerte.”
“¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?” le preguntaron los discípulos.
“No”, respondió el Maestro.
“Un día dijo Dios: Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al “mismo corazón de Dios”, Y fui conducido al País de la Alegría.”
(ANTHONY DE MELLO)
El maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad.
“Primero, Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años.”
“Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de todo afecto desordenado”.
“Pasado un tiempo me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba de mi egoísmo. Tras todo ello, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la vida y de la muerte.”
“¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?” le preguntaron los discípulos.
“No”, respondió el Maestro.
“Un día dijo Dios: Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al “mismo corazón de Dios”, Y fui conducido al País de la Alegría.”
LA MANO DEL SABIO.
LA MANO DEL SABIO.
(CUENTO JAPONÉS)
Un sabio vivía santamente, distribuyendo enseñanzas y consejos a sus discípulos y a quien quiera que se dirigiera a él.
Un día, uno de sus seguidores vino a su cabaña y se lamentó de la avaricia de su mujer. El sabio fue a visitar a la mujer del discípulo y le puso delante de la nariz, sin palabras, el puño cerrado.
-¿Qué quieres decir con esto?, -preguntó sorprendida la mujer.
-Supón que mi puño fuese siempre así. ¿Cómo lo definirías? –le pregunta el sabio.
-Deforme, -respondió ella.
Entonces él abrió la mano totalmente ante la cara de la mujer y dijo:
-Y ahora supón que fuese siempre así. ¿Qué cosa dirías?
-Que es otro tipo de deformidad, -dijo la mujer.
-Si entiendes esto –concluyó el sabio-, eres una buena mujer y estás en el buen camino, continúa por él.
Y se marchó. Después de aquella visita, la mujer ayudó al marido no sólo a ahorrar, sino también a distribuir a los necesitados.
(CUENTO JAPONÉS)
Un sabio vivía santamente, distribuyendo enseñanzas y consejos a sus discípulos y a quien quiera que se dirigiera a él.
Un día, uno de sus seguidores vino a su cabaña y se lamentó de la avaricia de su mujer. El sabio fue a visitar a la mujer del discípulo y le puso delante de la nariz, sin palabras, el puño cerrado.
-¿Qué quieres decir con esto?, -preguntó sorprendida la mujer.
-Supón que mi puño fuese siempre así. ¿Cómo lo definirías? –le pregunta el sabio.
-Deforme, -respondió ella.
Entonces él abrió la mano totalmente ante la cara de la mujer y dijo:
-Y ahora supón que fuese siempre así. ¿Qué cosa dirías?
-Que es otro tipo de deformidad, -dijo la mujer.
-Si entiendes esto –concluyó el sabio-, eres una buena mujer y estás en el buen camino, continúa por él.
Y se marchó. Después de aquella visita, la mujer ayudó al marido no sólo a ahorrar, sino también a distribuir a los necesitados.
EL CHACAL Y LAS NUTRIAS
EL CHACAL Y LAS NUTRIAS.
(PARÁBOLA BUDISTA)
Si tenéis necesidad de un juez para resolver cualquier disputa, dirigiros únicamente a un hombre honrado y leal.
Mirad lo que les sucedió a dos nutrias que queriendo repartir entre ellas un grueso salmón, se dirigieron nada menos que a un chacal –o sea, a una criatura conocida por egoísta e infiel- con la finalidad de proceder a una recta distribución de la presa.
-¿Os atendréis a mi decisión?, -preguntó el chacal.
Sí, ciertamente, -respondieron las dos nutrias litigantes.
Entonces el chacal cortó la cabeza y la cola del pez, y las apartó. Después dijo a las nutrias.
-Amigas, aquélla de vosotras que corra a lo largo de la ribera del río, tendrá la cola; y aquélla que pesca en las aguas profundas, tendrá la cabeza. En cuanto a la parte del medio ésa me pertenece por derecho, por el hecho de que yo soy el juez.
Dicho esto, el chacal tomó la parte mejor del salmón, y se fue con ella, mientras que, las dos pobres nutrias, desilusionadas y disgustadas, lo seguían con la mirada.
(PARÁBOLA BUDISTA)
Si tenéis necesidad de un juez para resolver cualquier disputa, dirigiros únicamente a un hombre honrado y leal.
Mirad lo que les sucedió a dos nutrias que queriendo repartir entre ellas un grueso salmón, se dirigieron nada menos que a un chacal –o sea, a una criatura conocida por egoísta e infiel- con la finalidad de proceder a una recta distribución de la presa.
-¿Os atendréis a mi decisión?, -preguntó el chacal.
Sí, ciertamente, -respondieron las dos nutrias litigantes.
Entonces el chacal cortó la cabeza y la cola del pez, y las apartó. Después dijo a las nutrias.
-Amigas, aquélla de vosotras que corra a lo largo de la ribera del río, tendrá la cola; y aquélla que pesca en las aguas profundas, tendrá la cabeza. En cuanto a la parte del medio ésa me pertenece por derecho, por el hecho de que yo soy el juez.
Dicho esto, el chacal tomó la parte mejor del salmón, y se fue con ella, mientras que, las dos pobres nutrias, desilusionadas y disgustadas, lo seguían con la mirada.
EL MONJE Y EL CÁNTARO.
EL MONJE Y EL CÁNTARO.
(DE LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Había un monje que vivía hacía años en un monasterio: joven exuberante y valioso, había dejado todo para hacerse santo. Antes tenía manos como el marfil, ahora encallecidas como las escamas de los cocodrilos; antes su rostro era liso y sus cabellos brillantes por los ungüentos; su toga adornada con broches de plata: ahora, trasquilado como una oveja, llevaba bajo el hábito un duro cilicio. Había dominado el cuerpo; pero todavía una pasión se resistía con tenacidad; la tentación de airarse y enfadarse.
Si un hermano en la cosecha dejaba atrás una espiga, en seguida le quitaba de la mano la hoz, con gesto iracundo. Si al vecino de asiento se le escapaba una nota falsa en el coro le largaba un codazo. Un día se presentó al Abad:
-Padre –le dijo-, veo con claridad que no estoy hecho para vivir con los hermanos: encuentro en ellos continuas ocasiones de pecado. Yo me imaginaba que los monjes fueran todos perfectos, pero en cambio me he desengañado. Me retiraré al desierto, al otro lado del río. No tendré ocasión de airarme.
Y desoyendo los consejos del Abad, tomó consigo un cántaro para coger agua del río y se fue. Tendido sobre la tibia arena durmió profundamente. Después cantó sus doce salmos sin ninguna nota desentonada, y rezó con fervor. ¡Qué tranquilo y feliz estaba en aquella soledad, en aquel silencio!
Era necesario ir al río para coger el agua. Fue y regresó, rezando, casi en éxtasis. Pero –qué es, que no es- el cántaro se cayó y toda el agua se derramó por la arena. “¡Paciencia!”, dijo el monje, y rehízo todo el camino, tranquilo como el aceite.
Posó en tierra el cántaro, y aquél de nuevo se le fue de la mano. Allí quedó un poco de humedad, pero dentro ni siquiera una gota.
-¡Maldición! El diablo me quiere tentar. ¡Vamos, paciencia!
Jadeante, emprende el camino, coge el agua y regresa. Y el cántaro rueda por tierra por tercera vez.
-¡Maldito seas!¡Vete al diablo!
Da una patada furiosa y el cántaro se rompe en cien pedazos. Dispara patadas a los pedazos y levanta una pequeña nube de arena. Cuando se le pasa el enfado, el joven reflexiona y regresa al monasterio.
-¡Padre mío!- dice al Abad-, he roto el cántaro con la furia de las patadas: he aquí los pedazos. La causa de mis cóleras no es la compañía de los otros monjes: ¡el defecto está aquí adentro!
(DE LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Había un monje que vivía hacía años en un monasterio: joven exuberante y valioso, había dejado todo para hacerse santo. Antes tenía manos como el marfil, ahora encallecidas como las escamas de los cocodrilos; antes su rostro era liso y sus cabellos brillantes por los ungüentos; su toga adornada con broches de plata: ahora, trasquilado como una oveja, llevaba bajo el hábito un duro cilicio. Había dominado el cuerpo; pero todavía una pasión se resistía con tenacidad; la tentación de airarse y enfadarse.
Si un hermano en la cosecha dejaba atrás una espiga, en seguida le quitaba de la mano la hoz, con gesto iracundo. Si al vecino de asiento se le escapaba una nota falsa en el coro le largaba un codazo. Un día se presentó al Abad:
-Padre –le dijo-, veo con claridad que no estoy hecho para vivir con los hermanos: encuentro en ellos continuas ocasiones de pecado. Yo me imaginaba que los monjes fueran todos perfectos, pero en cambio me he desengañado. Me retiraré al desierto, al otro lado del río. No tendré ocasión de airarme.
Y desoyendo los consejos del Abad, tomó consigo un cántaro para coger agua del río y se fue. Tendido sobre la tibia arena durmió profundamente. Después cantó sus doce salmos sin ninguna nota desentonada, y rezó con fervor. ¡Qué tranquilo y feliz estaba en aquella soledad, en aquel silencio!
Era necesario ir al río para coger el agua. Fue y regresó, rezando, casi en éxtasis. Pero –qué es, que no es- el cántaro se cayó y toda el agua se derramó por la arena. “¡Paciencia!”, dijo el monje, y rehízo todo el camino, tranquilo como el aceite.
Posó en tierra el cántaro, y aquél de nuevo se le fue de la mano. Allí quedó un poco de humedad, pero dentro ni siquiera una gota.
-¡Maldición! El diablo me quiere tentar. ¡Vamos, paciencia!
Jadeante, emprende el camino, coge el agua y regresa. Y el cántaro rueda por tierra por tercera vez.
-¡Maldito seas!¡Vete al diablo!
Da una patada furiosa y el cántaro se rompe en cien pedazos. Dispara patadas a los pedazos y levanta una pequeña nube de arena. Cuando se le pasa el enfado, el joven reflexiona y regresa al monasterio.
-¡Padre mío!- dice al Abad-, he roto el cántaro con la furia de las patadas: he aquí los pedazos. La causa de mis cóleras no es la compañía de los otros monjes: ¡el defecto está aquí adentro!
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