viernes, 30 de julio de 2010

REBELDES DOMESTICADOS.

Era un tipo difícil. Pensaba y actuaba de distinto modo que el resto de nosotros. Todo lo cuestionaba. ¿Era un rebelde, o un profeta, o un psicópata, o un héroe? "¿Quién puede establecer la diferencia?", nos decíaos. "Y en último término, ¿a quién le importa?".

De manera que le socializamos. Le enseñamos a ser sensible a la opinión pública y a los sentimientos de los demás. Conseguimos conformarlo. Hicimos de él una persona con la que se covivía a gusto, perfectamente adaptada. En realidad, lo que hicimos fue enseñarle a vivir de acuerdo con nuestras expectativas. Le habíamos hecho manejable y dócil.

Le dijimos que había aprendido a controlarse a sí mismo y le felicitamos por haberlo conseguido. Y él mismo empezó a felicitarse también por ello. No podía ver que éramos nosotros quienes le hablamos comquistado a él.

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Un individuo enorme entró en la abarrotada habitación y gritó: "¿Hay aquí un tipo llamado Murphy?". Se levantó un hombrecillo y dijo: "Yo soy Murphy".

El inmenso individuo casi lo mata. Le rompió cinco costillas, le partió la nariz, le puso los ojos morados y le dejó hecho un guiñapo en el suelo. Después salió pisando fuerte.

Una vez que se hubo marchado, vimos con asombro como el hombrecillo se reía entre dientes. "¡Cómo he engañado a ese tip!", dijo suavemente. "¡Yo no soy Murphy!" ¿ja ja ja!".

Una sociedad que domestica a sus rebeldes ha conquistado su paz, pero ha perdido su futuro.

martes, 27 de julio de 2010

CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO.

ANTHONY DE MELLO.

El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo:
"De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: "Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo".

"A medida que fue haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: "Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho".

"Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: "Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo". Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.

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Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad.
Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

ORACIÓN OFENSIVA Y DEFENSIVA.

ANTHONY DE MELLO.

El equipo de fútbol católico se dirigía a jugar un importante partido. Un periodista subió al mismo tren y entrevistó al entrenador.

"Tengo entendido", le dijo el periodista, "que llevan con ustedes a un capellán para que rece por el triunfo del equipo. ¿Tendría usted inconveniente en presentármelo?".

"Con mucho gusto", respondió el entrenador. "¿A cuál de ellos desea conocer: al capellán ofensivo o al defensivo?".

ODIO RELIGIOSO.

ANTHONY DE MELLO.

Le decía un turista a su guía:
"Tiene usted razón para sentirse orgulloso de su ciudad. Lo que me ha impresionado especialmente es el número de iglesias que tiene. Seguramente la gente de aquí debe de amar mucho al Señor".

"Bueno...", replicó cínicamente el guía, "tal vez amen al Señor, pero de lo que no hay duda es de que se odian a muerte unos a otros".

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Lo cual me recuerda a aquella niña a la que preguntaron:
"¿Quiénes son los paganos?". Y ella respondió: "Los paganos son personas que no se pelean por cuestiones de religión".

JESÚS VA AL FÚTBOL.

ANTHONY DE MELLO.

Jesucristo nos dijo que nunca había visto un partido de fútbol. De manera que mis amigos y yo le llevamos a que viera uno. Fue una feroz batalla entre los "Punchers" protestantes y los "Crusaders" católicos.

Marcaron primero los "Crusaders". Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire su sombrero. Después marcaron los "Punchers". Y Jesús volvió a aplaudir entusiasmado y nuevamente voló su sombrero por los aires.

Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba detrás de nosotros. Dio una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: "¿A qué equipo apoya usted, buen hombre?".

"¿Yo?", respondió Jesús visiblemente excitado por el juego. "¡Ah!, pues yo no animo a ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego".

El hombre se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le susurró: "Humm... ¡un ateo!".

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Cuando regresábamos, le informamos en pocas palabras a Jesús acerca de la situación religiosa del mundo actual. "Es curioso lo que ocurre con las personas religiosas, Señor", le decíamos. "Siempre parecen pensar que Dios está de su parte y en contra de los del otro bando".

Jesús asintió: "Por eso es por lo que Yo no apoyo a las religiones, sino a las personas", nos dijo. "Las personas son más importantes que las religiones. El hombre es más importante que el sábado".

"Deberías tener cuidado con lo que dices", le advirtió muy preocupado uno de nosotros. "Ya fuieste crucificado una vez por decir cosas parecidas, ¿te acuerdas?". Sí... y por personas religiosas precisamente", respondió Jesús con una irónica sonrisa.

DISCRIMINACIÓN.

Volví inmediatamente a la feria de la religión. Esta vez escuché un discurso del sumo sacerdote de la religión Balakri. Se nos dijo que el profeta Balakri, nacido en la Tierra Santa de Mesambia en el Siglo V, era el Mesías.

Aquella noche volví a encontrarme con Dios. "¡Oh, Dios! Eres un gran discriminador; ¿o no? ¿Por qué el siglo V tiene que ser el siglo de la iluminación y por qué Mesambia tiene que ser la Tierra Santa? ¿Por qué discriminas a otros siglos y a otras tierras¿ ¿Qué tiene de malo mi siglo, por ejemplo? ¿O qué tiene de malo mi tierra?

A lo que respondió Dios: "Una fiesta es santa porque revela que todos los días del año son santos. Y un santuario es santo porque revela que todos los lugares están santificados. Así también, Cristo nació para mostrar que todos los hombres son hijos de Dios".

PEDIR UN ESPÍRITU CONTENTADIZO.

ANTHONY DE MELLO.

El Señor Vishnú estaba tan harto de las continuas peticiones de su devoto que un día se apareció a él y le dijo: "He decidido concederte las tres cosas que desees pedirme. Después no volveré a concederte nada más".

Lleno de gozo, el devoto hizo su primera petición sin pensárselo dos veces. Pidió que muriera su mujer para poder casarse con una mejor. Y su petición fue inmediatamente atendida.

Pero cuando sus amigos y parientes se reunieron para el funeral y comenzaron a recordar las buenas cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que había sido un tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente ciego a las virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan buena como ella?

De manera que pidió al Señor que la volviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba una petición que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error, porque esta vez no tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso a pedir consejo a los demás. Algunos de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. Pero ¿de que servía la inmortalidad -le dijeron otros- si no tenía salud? ¿Y de qué servía la salud si no tenía dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía amigos?

Pasaban los años y no podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿vida, salud, riquezas, poder, amor...? Al fin suplicó al Señor: "Por favor, aconséjame lo que debo pedir".

El Señor se rio al ver los apuros del pobre hombre y le dijo: "Pide ser capaz de contentarte con todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea".

¡QUÍEN PUDIERA ROBAR LA LUNA!

El maestro Zen, Ryokan, llevaba una vida sencillísima en una pequeña cabaña al pie de la montaña. Una noche, estando fuera el maestro, irrumpió un ladrón en la cabaña y se llevó un chasco al descubrir que no había allí nada que robar.

Cuando regresó Ryokan, sorprendió al ladrón. "Te has tomado muchas molestias para visitarme", le dijo al ratero.
"No deberías marcharte con las manos vacías. Por favor, llévate como regalo mis vestidos y mi manta".

Completamente desconcertado, el ladrón tomó las ropas y se largó.

Ryokan se sentó desnudo y se puso a mirar la luna. "Pobre hombre", pensó para sí mismo, "me habría gustado poder regalarle la maravillosa luz de la luna".

EL CIELO Y EL CUERVO.

ANTHONY DE MELLO.

Un cuento del Bhagawat Purana:

Una vez volaba un cuervo por el cielo llevando en su pico un torzo de carne. Otros veinte cuervos se pusieron a perseguirle y le atacaron sin piedad.

El cuervo tuvo que acabar por soltar su presa. Entonces, los que le perseguían le dejaron en paz y corrieron, graznando, en pos del trozo de carne.

Y se dijo el cuervo: "¡Que tranquilidad...! Ahora todo el cielo me pertenece".

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Decía un monje Zen:

"Cuando se incendió mi casa pude disfrutar por las noches de una visión sin obstáculos de la luna".

lunes, 26 de julio de 2010

HOFETZ CHAIM

En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Hofetz Chaim.

Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta.

"Rabino, ¿dónde están tus muebles?", preguntó el turista.

"¿Dónde están los tuyos?", replicó Hofetz.

"¿Los míos? Pero si yo sólo soy un visitante... Estoy aquí de paso...", dijo el americano.

"Lo mismo que yo", dijo el rabino.

Cuando alguien comienza a vivir más y más profundamente, vive también más sencillamente.

Por desgracia, la vida sencilla no siempre conlleva profundidad.

PARÁBOLA SOBRE LA VIDA MODERNA.

ANTHONY DE MELLO.

Los animales se reunieron en asamblea y comenzaron a quejarse de que los humanos no hacían más que quitarles cosas.

"Se llevan mi leche", dijo la vada.
"Se llevan mis huevos", dijo la gallina.
"Se llevan mi carne y mi tocino", dijo el cerdo.
"Me persiguen para llevarse mi grasa"; dijo la ballena.

Y así sucesivamente.

Por fin habló el caracol: "Yo tengo algo que les gustaría tener más que cualquier otra cosa. Algo que ciertamente me arrebatarían si pudieran: TIEMPO.".

Tienes todo el tiempo del mundo. Sólo hace falta que quieras tomártelo. ¿Qué te detiene?

domingo, 25 de julio de 2010

LOS SIETE TARROS DE ORO.

ANTHONY DE MELLO.

Al pasar un barbero bajo un árbol embrujado, oyó una voz que le decía: "¿Te gustaría tener los siete tarros de oro?". El barbero miró en torno suyo y no vio a nadie. Pero su codicia se había despertado y respondió anhelante: "Sí, me gustaría mucho". "Entonces ve a tu casa en seguida", dijo la voz, "y allí los encontrarás".

El barbero fue corriendo a su casa. Y en efecto: allí estaban los siete tarros, todos ellos llenos de oro, excepto uno que sólo estaba medio lleno. Entonces el barbero no pudo soportar la idea de que un tarro no estuviera lleno del todo. Sintió un violento deseo de llenarlo; de lo contario no sería feliz.

Fundió todas las joyas de la familia en monedas de oro y las echó en el tarro. Pero éste seguía igual que antes: medio lleno. ¡Aquello le exasperó! Se puso a ahorrar y a economizar como un loco, hasta el punto de hacer pasar hambre a su familia. Todo inútil. Por mucho oro que introdujera en el tarro, éste seguía estando medio lleno.

De modo que un día pidió al Rey que le aumentara el sueldo. El sueldo le fue doblado y reanudó su lucha por llenar el tarro. Incluso llegó a mendigar. Y el tarro engullía cada moneda de oro que en él introducía, pero seguía estando obstinadamente a medio llenar.

El Rey cayó en la cuenta del miserable y famélico aspecto del barbero. Y le preguntó: "¿Qué es lo que te ocurre? Cuando tu sueldo era menor, parecías tan feliz y satisfecho. Y ahora que te ha sido doblado el sueldo estás destrozado y abatido. ¿No será que tienes en tu poder los siete tarros de oro?".

El barbero quedó estupefacto: "¿Quién os lo ha contado, Majestad?", preguntó.

El Rey ser rio. "Es que es obvio que tienes los síntomas de la persona a quien el fantasma ha ofrecido los siete tarros. Una vez me los ofreció a mí y yo le pregunté si el oro podía ser gastado o era únicamente para ser atesorado; y él se esfumó sin decir una palabra. Lo único que ocasiona es el vehemente impulso de amontonar cada vez más. Anda, ve y devuélvelo al fantasma ahora mismo y volverás a ser feliz".

sábado, 24 de julio de 2010

RICOS.

ANTHONY DE MELLO.

El marido: "¿Sabes, querida? Voy a trabajar duro y algún día seremos ricos".

La mujer: "Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero".

MÚSICA PARA SORDOS.

ANTHONY DE MELLO.

Yo antes estaba copletamente sordo. Y veía a la gente, de pie yd anto toda clase de vueltas. Lo llamaban baile. A mí me parecía absurdo... hasta que un día oí la música. Entonces comprendí lo hermosa que era la música.

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Ahora veo la absurda conducta de los santos.
Pero sé que mi espíritu está muerto. De manera que suspendo mi juicio hasta que esté vivo. Tal vez entonces comprenda.

Veo también el disparatado comportamiento de los que aman.
Pero sé que mi corazón está muerto.
De modo que, en lugar de juzgarlos, he comenzado a orar para que un díami corazón llegue a vivir.

GENTE "A RAYAS"

ANTHONY DE MELLO.

Por lo general dividimos a las personas en dos categorías: la de los santos y la de los pecadores. Pero se trata de una división absolutamente imaginaria. Por una parte, nadie sabe realmente quiénes son los santos y quiénes los pecadores; las apariencias engañan. Por otra, todos nosotros, santos y pecadores, somos pecadores.

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En cierta ocasión, un predicador preguntó a un grupo de niños: "Si todas las buenas personas fueran blancas y todas las malas personas fueran negras, ¿de qué color seríais vosotros?".

La pequeña Mary Jane respondió "Yo, reverendo, tendría la piel a rayas".

Y así tendría también la piel el Reverendo, y los Mahatmas, y los Papas, y los santos canonizados.

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Un hombre buscaba una buena Iglesia a la que asistir y sucedió que un día entró en una Iglesia en la que toda la gente y el propio sacerdote estaban leyendo el libro de oraciones y decían: "Hemos dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho, y hemos hecho cosas que deberíamos haber dejado de hacer".

El hombre se sentó con verdadero alivio en un banco y, tras suspirar profundamente, se dijo a sí mismo: "¡Gracias a Dios, al fin he encontrado a los míos!".

Los intentos de nuestras santas gentes por ocultar su piel rayada muchas veces no tienen éxito y siempre son fraudulentos.

miércoles, 21 de julio de 2010

BAYAZID QUEBRANTA LA NORMA.

ANTHONY DE MELLO.

Bayazid, el santo musulmán, actuaba a veces deliberadamente en contra de las formas y ritos externos del Islam.

Sucedió una vez que, volviendo a la Meca, se detuvo en la ciudad iraní de Rey. Los ciudadanos, que le veneraban, acudieron en tropel a darle la bienvenida y ocasionaron un gran revuelo en toda la ciudad. Bayazid, que estaba harto de tanta adulación, aguantó hasta llegar a la plaza del mercado. Una vez allí, compró una hogaza de pan y se puso a comerla a la vista de sus enfervorizados seguidores. Era un día de ayuno del mes de Ramadán, pero Bayazid consideró que su viaje justificaba plenamente la ruptura de la ley religiosa.

Pero no pensaban igual sus seguidores, que de tal modo se escandalizaron de su conducta que inmediatamente le abandonaron y se fueron a sus casas. Bayazid le dijo con satisfacción a uno de sus discípulos: "Fíjate cómo, en el momento en que he hecho algo contrario a lo que esperaban de mí, ha desaparecido la veneración que me profesaban".

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Jesús escandalizó plenamente a sus seguidores por parecidos motivos.

Las multitudes necesitan un santo a quien venerar, un guru a quien consultar.

Existe un contrato tácito: Tú has de responder a nuestras expectativas y, a cambio, nosotros te ofrecemos nuestra veneración.

¡El juego de la santidad!

LA TORTUGA.

ANTHONY DE MELLO.

Era el "líder" de un grupo religioso. Una especie de guru. Venerado, respetado y hasta amado. Pero se me quejaba de que había perdido el calor de la compañía humana. La gente le buscaba para obtener ayuda y consejo, pero no se le acercaba como a un ser humano. No se "relajaba" en su compañía.

¿Y cómo iban a hacerlo? Me fijé en él: era un hombre equilibrado, con perfecto dominio de sí, solemne, perfecto. Y le dije: "Tienes que hacer una difícil elección: ser una persona viva y atractiva o equilibrada y respetada. No puedes ser ambas cosas". Se alejó de mí con tristeza. Me dijo que su situación no le permitía ser una persona activa y vitalista, ser él mismo en definitiva. Tenía que desempeñar un papel y ser respetado.

Parece ser que Jesús fue un hombre vivo y libre, no una persona superequilibrada y respetada. Sabemos con certeza que sus palabras y su conducta chocaban a muchas personas respetables.

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El emperador de China oyó hablar de la sabiduría de un eremita que vivía en las montañas del Norte y envió a él mensajeros para ofrecerle el cargo de Primer Ministro del reino.

Al cabo de muchos días de viaje, llegaron allá los mensajeros y encontraron al eremita medio desnudo, sentado sobre una roca y enfrascado en la pesca. Al principio dudaron de que pudiera ser aquél el hombre a quien en tan alto concepto tenía el emperador, pero, tras inquirir en la aldea cercana, se convencieron de que realmente se trataba de él. De modo que se presentaron en la ribera del río y lo llamaron cn sumo respeto.

El eremita caminó por el agua hasta la orilla, recibió los ricos presentes de los mensajeros y escuchó su extraña petición. Cuando, al fin, comprendió que el emperador le requería del reino, echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas. Y una vez que consiguió refrenar sus risas, dijo a los desconcertados mensajeros: "¿Veis aquella tortuga, cómo mueve su cola en el estiércol?".

"Sí, venerable señor", respondieron los mensajeros.

"Pues bien, decidme: ¿es cierto que cada día se reúne la corte del emperador en la capilla real para rendir homenaje a una tortuga disecada que se halla encerrada encima del altar mayor, una tortuga divina cuyo caparazón está incrustado de diamantes, rubíes y otras piedras preciosas?".

"Sí, es cierto, honorable señor", dijeron los mensajeros.

"Pues bien, ¿pensáis que aquel pobre bicho que mueve su cola en el estiércol podría reemplezar a la divina tortuga?".

"No, venerable señor", respondieron los mensajeros.

"Entonces ide a decirle al emperador que tampoco yo puedo. Prefiero mil veces estar vivo entre estas montañas que muerto en su palacio. Porque nadie puede vivir en un palacio y estar vivo".

viernes, 16 de julio de 2010

EL LOTO.

ANTHONY DE MELLO.

Mi amigo me tenía totalmente asombrado. Estaba decidido a demostrar a toda la vecindad lo santo que era. Incluso se había puesto un ropaje adecuado a dicho propósito. Yo siempre había creído que cuando un hombre es auténticamente santo, resulta evidente para los demás, sin necesidad de ayudarles a que lo vean. Pero mi amigo estaba determinado a proporcionar esta ayuda a sus vecinos. Llegó incluso a organizar un pequeño grupo de discípulos que demostraban ante todo el mundo esa pretendida santidad. Lo llamaban "dar testimonio".

Al pasar por el estanque, vi un loto en flor e instintivamente le dije:
"¡Qué hermoso eres, querido loto! ¡Y qué hermoso debe ser Dios, que te ha creado!".

El loto se ruborizó, porque jamás había tenido la menor conciencia de su gran hermosura. Pero le encantó que Dios fuera glorificado.

Era mucho más hermoso por el hecho de ser tan inconsciente de su belleza. Y me atraía irresistiblemente porque en modo alguno pretendía impresionarme.

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En otro estanque situado un poco más allá pude ver cómo otro loto desplegaba sus pétalos ante mí con absoluto descaro y me decía: ¡Fíjate en mi belleza y glorifica a mi Hacedor".

Y me marché con mal sabor de boca.

Cuando trato de edificar, estoy tratando de impresionar a los demás. ¡Cuidado con el fariseo bienintencionado.

LA FALTA DE MEMORIA DEL AMOR.

ANTHONY DE MELLO.

"¿Por qué no dejas nunca de hablar de mis pasados errores?", le preguntó el marido a su mujer. "Yo pensaba que habías perdonado y olvidado".

"Y es cierto. He perdonado y olvidado", respondió la mujer. "Pero quiero estar segura de que tú no olvides que yo he perdonado y olvidado".

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Un diálogo:

El discípulo: "¡No te acuerdes de mis pecados, Señor!".

El Señor: "¿Pecados? ¿Qué pecados? Como tú no me los recuerdes... Yo los he olvidado
hace siglos".


El amor no lleva cuenta de las ofensas.

LA RELIGIÓN DE LA VIEJA DAMA.

ANTHONY DE MELLO.

A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión.

Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un día: "¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de su criada?".

La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: "Bueno... de la pobre María no estoy tan segura".

LA BUENA NOTICIA.

ANTHONY DE MELLO.

Esta es la Buena Noticia proclamada por Nuestro Señor Jesucristo:

Jesús enseñaba a sus discípulos en parábolas: Y les decía:

El Reino de los cielos es semejante a dos hermanos que vivían felices y contentos; hasta que recibieron la llamada de Dios a hacerse discípulos.

El de más edad respondió con generosidad a la llamada, aunque tuvo que ver cómo se desgarraba su corazón al separarse de su familia y de la muchacha que amaba y con la que soñaba casarse. Pero, al fin, se marchó a un país lejano, donde gastó su propia vida al servicio de los más pobres de entre los pobres. Se desató en aquel país una persecución, de resultas de la cual fue detenido, falsamente acusado, torturado y condenado a muerte.

Y el Señor le dijo: "Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por el valor de mil talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!

La respuesta del más joven fue mucho menos generosa. Decició ignorar la llamada, seguir su camino y casarse con la muchacha a la que amaba. Disfrutó de un feliz matrimonio, le fue bien en los negocios y llegó a ser rico y próspero. De vez en cuando daba una limosna a algún mendigo o se mostraba bondadoso con su mujer y sus hijos. También de vez en cuando enviaba una pequeña suma de dinero a su hermano mayor, que se hallaba en un remoto país, adjuntándole una nota en la que decía: "Tal vez con esto puedas ayudar mejor a aquellos pobres diablos".

Cuando le llegó la hora, el Señor le dijo: "Muy bien, siervo fiel y cumplidor. Me has servido por valor de diez talentos. Voy a recompensarte con mil millones de talentos. ¡Entra en el gozo de tu Señor!".

El hermano mayor se sorprendió al oír que su hermano iba a recibir la misma recompensa que él. Pero le agradó sobremanera. Y dijo: "Señor, aún sabiendo esto, si tuviera que nacer de nuevo y volver a vivir, haría por ti exactamente lo mismo que he hecho".

Eso sí que es una Buena Noticia: un Señor generoso y un discípulo que le sirve por el mero gozo de servir con amor.

EL HUEVO DE ORO.

ANTHONY DE MELLO.

Un pasaje de un texto sagrado:

Esto dice el Señor: Había una vez una gansa que ponía cada día un huevo de oro. La mujer del propietario de la gansa se deleitaba en las riquezas que aquellos huevos le procuraban. Pero era una mujer avariciosa y no podía soportar esperar pacientemente día tras día para conseguir el huevo. De modo que decidió matar a la gansa y hacerse con todos los huevos de una vez. Y así lo hizo: mató a la gansa y lo único que consiguió fue un huevo a medio formar y una gansa muerta que ya no podría poner más huevos.

¡Hasta aquí la palabra de Dios!

Un ateo oyó este relato y se burló: "¿Esto es lo que llamáis palabra de Dios? ¿Una gansa que pone huevos de oro? Eso, lo único que demuestra es el crédito que podéis dar a eso que llamáis Dios...".

Cuando leyó el texto un sujeto versado en asuntos religiosos, reaccionó de la siguiente manera: "El Señor nos dice claramente que hubo una gansa que ponía huevos de oro. Y si el Señor lo dice, tiene que ser cierto, por muy absurdo que pueda parecer a nuestras pobres mentes humanas. De hecho, los estudios arqueológicos nos proporcionan algunos vagos indicios de que, en algún momento de la historia antigua, existió realmente una misteriosa gansa que ponía huevos de oro. Ahora bien, preguntaréis, y con razón, cómo puede un huevo, sin dejar de ser huevo, ser al mismo tiempo de oro. Naturalmente que no hay respuesta para ello. Diversas escuelas de pensamiento religioso intentan explicarlo de distintos modos. Pero lo quie se requiere, en último término, es un acto de fe en este misterio que desconcierta a la mente humana".

Hubo incluso un predicador que, después de leer el texto, anduvo viajando por pueblos y ciudades, urgiendo celosamente a la gente a aceptar el hecho de que Dios había creado huevos de oro en un determinado momento de la historia.

Pero ¿no habría empleado mejor su tiempo si se hubiera dedicado a enseñar las funestas consecuencias de la avaricia, en lugar de fomentar la creencia en los huevos de oro? Porque ¿no es acaso infinitamente menos importante decir "¡Señor, Señor!", que hacer la voluntad de nuestro Padre de los cielos?

LA MIRADA DE JESÚS.

ANTHONY DE MELLO.

En el Evangelio de Lucas leemos lo siguiente:

Le dijo Pedro: "¡Hombre, no sé de que hablas!".
Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.

Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con Él, cantaba sus alabanzas, le daba gracias...

Pero siempre tuve la incómoda sensación de que Él deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que Él me estaba mirando.

Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche por algún pecado del que no me hubiera arrepentido. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que Él deseaba de mí.

Al fin, un día, reuní, el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: "Te quiero". Me quedé mirando fijamente durante largo tiempo. Y allí seguía el mismo mensaje: "Te quiero".

Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.

lunes, 12 de julio de 2010

EL MONJE Y LA MUJER.

ANTHONY DE MELLO.

De camino hacia su monasterio, dos monjes budistas se encontraron con una bellísima mujer a la orilla de un río. Al igual que ellos, quería ella cruzar el río, pero éste bajaba demasiado crecido. De modo que uno de los monjes se la echó a la espalda y la pasó a la otra orilla.

El otro monje estaba absolutamente escandalizado y por espacio de dos horas estuvo censurando su negligencia en la observancia de la Santa Regla: "¿Había olvidado que era un monje? ¿Cómo se había atrevido a tocar a una mujer y a transportarla al otro lado del río? ¿Qué diría la gente? ¿No había desacreditado la Santa Religión? Etcétera.

El acusado escuchó pacientemente el interminable sermón. Y al final estalló: "Hermano, yo he dejado a aquella mujer en el río. ¿Eres tú quien la lleva ahora?".


Dice el místico árabe Abu Hassan Bushanja: "El acto de pecar es mucho menos nocivo que el deseo y la idea de hacerlo. Una cosa es condescender con el cuerpo en un placentero acto momentáneo y otra cosa muy distinta que la mente y el corazón lo estén rumiando constantemente".

Cuando las personas religiosas no dejan de darle vueltas a los pecados de los demás, uno sospecha que esa insistencia les proporciona más placer del que el pecado proporciona al pecador.

CONSUELO PARA EL DEMONIO.

ANTHONY DE MELLO.

Una antigua leyenda cristiana:

Cuando el Hijo de Dios fue clavado en la cruz y entregó su Espíritu, descendió inmediatamente a los infiernos y liberó a todos los pecadores que allí sufrían tormentos.

Y el demonio se afligió y lloró, porque creía que ya no conseguiría más pecadores para el infierno.

Entonces le dijo Dios: "No llores, que yo he de enviarte a todas esas santas personas que se complacen en la autoconciencia de su bondad y de su santurronería y en la condenación de los pecadores. Y el infierno volverá a llenarse una vez más, durante generaciones, hasta que decida yo regresar de nuevo".