miércoles, 30 de diciembre de 2009

LA FÓRMULA.

ANTHONY DE MELLO.

El místico regresó del desierto.
“Cuéntanos”, le dijeron con avidez, “¿cómo es Dios?”.

Pero ¿cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?

Al fin les confió una fórmula –inexacta, eso sí, e insuficiente-, en la esperanza de que algunos de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar por sí mismo lo que él había experimentado.

Ellos aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaron el esfuerzo de difundirla por países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.

Y el místico quedó triste. Tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada.

FABRICANTE DE ETIQUETAS.

ANTHONY DE MELLO.

La vida es como una botella de buen vino.
Algunos se contentan con leer la etiqueta.
Otros prefieren probar su contenido.

En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella.
Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio.
Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor.
Otro creó un poema.
Otro ideó una parábola.
Todos tratando de quedar por encima de los demás.

¡Fabricantes de etiquetas!

Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada. Sólo él la había visto.

¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano…!

Pero ¡ay! ¡No tengo tiempo!

Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.

LA PREGUNTA.

ANTHONY DE MELLO.

Preguntaba el monje: “Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas… ¿de dónde vienen?

Y preguntó el Maestro: “¿Y de dónde viene tu pregunta?”.

¡Busca en tu interior!

lunes, 28 de diciembre de 2009

JESÚS

viernes, 25 de diciembre de 2009

BUSCAR EN LUGAR EQUIVOCADO.

ANTHONY DE MELLO.

Un vecino encontró a Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas.

“¿Qué andas buscando, Mullah?”.

“Mi llave. La he perdido”.

Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino”.

“¿Dónde la perdiste?”.

“En casa”.

“¡Santo Dios! Y entonces, ¿por qué la buscas aquí?

“Porque aquí hay más luz”.

¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón?

EL HOMBRE ÍDOLO.

ANTHONY DE MELLO.

Una antigua historia hindú:

Érase una vez un mercader que naufragó y fue arrastrado hasta las costas de Ceylán, donde Vihhishana era el rey de los monstruos.
El mercader fue llevado a presencia del rey. Al verle, Vihhishana quedó extasiado de gozo y dijo: “¡Ah, cómo se parece a mi Rama. Es idéntico a él!”. Entonces cubrió al mercader de ricos vestidos y joyas y le adoró.

Dice el místico hindú Ramakrisha: “La primera vez que escuché esta historia sentí una alegría indescriptible. Si a Dios se le puede adorar a través de una imagen de barro. ¿por qué no se le va a poder adorar a través de un hombre?

LA PALABRA HECHA CARNE.

ANTHONY DE MELLO.

En el Evangelio de San Juan leemos:

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros… Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido creado. Todo lo que llegó a ser estaba lleno de su vida. Y esa vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas jamás la han apagado.

Fíjate en las tinieblas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la luz. Observa silenciosamente todas las cosas. No pasará mucho tiempo antes de que veas la Palabra.

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros…

Resulta penoso comprobar los denodados esfuerzos de quienes tratan de convertir de nuevo la carne en palabra. Palabras, palabras, palabras…

lunes, 21 de diciembre de 2009

LAS CAMPANAS DEL TEMPLO.

ANTHONY DE MELLO.

El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos lo escuchaban.

Pero al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, una joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado en la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…

¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría.

Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar.
Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces; no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.

LA SANTIDAD EN EL INSTANTE PRESENTE.

ANTHONY DE MELLO.

Le preguntaron en cierta ocasión a Buda “¿Quién es un hombres santo?”. Y Buda respondió “Cada hora se divide en cierto número de segundos, y cada segundo en cierto número de fracciones. El santo es en realidad el que es capaz de estar totalmente presente en cada fracción de “segundo”.

El guerrero japonés fue apresado por sus enemigos y encerrado en un calabozo. Aquella noche no podía conciliar el sueño, porque estaba convencido de que a la mañana siguiente habrían de torturarle cruelmente. Entonces recordó las palabras de su Maestro Zen: “El mañana no es real; la única realidad es el presente”.
De modo que volvió al presente y se quedó dormido.

El hombre en el que el futuro ha perdido su influencia se parece a los pájaros del cielo y a los lirios del campo. Fuera preocupaciones por el mañana. Vivir totalmente en el presente: He aquí al hombre santo.

EL MENSAJE DEL PÉTALO DE ROSA.

El Maestro de los Maestros, el Gran Gurú, desbordaba de riqueza interior. Y ya que cabalmente su alma desbordaba, su fin, su deseo, era volcar en los otros la abundancia de su sabiduría, dispensando las tinieblas de la ignorancia.

Pero difícilmente alguien acepta ser objeto sobre el cual se vuelca un desbordamiento. Ante todo, porque todos creen estar ya demasiado llenos hasta decir basta; y después, ser “desbordados”, o sea disturbados, no deja de suscitar un poco de desaliento.

Sucedió que un día el Gran Gurú fue a visitar el lugar de retiro donde varios monjes sufíes vivían en un gran recogimiento espiritual.

La llegada del Maestro levantó gran revuelo. “Misericordia”, decían los monjes, “¿éste querrá todavía hacernos aprender alguna cosa? Ya tenemos bastante con no olvidar lo que ya sabemos. Y después, aquí dentro ya somos demasiados. Cada uno quiere decir lo suyo y se termina por no entendernos. Por lo tanto, hagámosle entender, con alguna señal que no lo ofenda, que nuestro convento está ya completo, que no hay lugar para él”.

Por lo tanto, el jefe de los sufíes le llevó una copa llena de leche, queriendo decirle: “¡Oh vagabundo de la floresta! Este lugar está ya superpoblado de maestros espirituales, ya no hay lugar para ti”.

Cuando le fue presentada la copa, el Gran Gurú la observó, después sonrió, y tomando un pétalo de rosa, lo puso a flotar en la leche.

Esta acción significaba que así como el pétalo de rosa flotaba en la leche, sin hacerla desbordar de la copa, así también en aquel lugar la sabiduría del Maestro podía encontrar sitio sin perturbar las conciencias. El mensaje fue comprendido, y las puertas de la ermita se abrieron de par en par ante el venerable huésped.

LA GRUTA AZUL.

Érase una vez un hombre pobre y sencillo. Por la noche, después del trabajo, volvía a casa cansado y de mal humor. Miraba con asco a la gente que pasaba en coche o a los jóvenes sentados en las terrazas de los bares.

- Esos sí que viven bien, rabiaba el hombre, sentado en el autobús, como una oveja a la que llevan al matadero. No tienen ni idea de lo que quiere decir sufrir… Todo lo ven de color de rosa. ¡Si tuvieran que cargar con la cruz que llevo yo!

El Señor había escuchado siempre con mucha paciencia las lamentaciones de aquel hombre. Y, una noche se quedó esperándolo a la puerta de su casa.

-¡Ah, ¿eres tú, Señor? – dijo el hombre al verlo. No intentes venir a sermonearme. De sobra sabes cómo pesa la cruz que me has echado sobre los hombros.

El hombre estaba malhumorado como nunca.

El Señor le sonrió con bondad.

- Ven conmigo. Te voy a dar otra oportunidad. Podrás hacer una nueva elección, le dijo.

El hombre se encontró de repente en una enorme gruta de paredes azules. La arquitectura era divina. Y estaba llena de cruces: pequeñas, grandes, esmaltadas, con joyas incrustadas, lisas, retorcidas…

- Son las cruces de los hombres, dijo el Señor. Elige la que quieras.

El hombre dejó con torpeza su cruz en un rincón y, frotándose las manos, se puso a escoger.

Probó una cruz ligera: pesaba poco, pero era larga y molesta de llevar. Se colocó al cuello una cruz de obispo, un pectoral, pero era tremendamente pesada de responsabilidad y de sacrificio. Otra lisa y simpática en apariencia. En cuanto se la echó encima empezó a clavársele sobre los hombros, como si estuviera cubierta de clavos. Tomó entonces una cruz de plata que brillaba resplandeciente, pero al tenerla consigo sintió que empezaba a invadirle una sensación de congoja y soledad. La dejó en el acto. Probó una y otra vez, pero cada cruz tenía algún defecto y ofrecía su propia dificultad.

Por fin en un rincón en semipenumbra, encontró una pequeña cruz, desgastada por el uso. No resultaba demasiado pesada, ni demasiado dificultosa de llevar. Parecía hecha a propósito para él.

El hombre la cargó sobre sus hombros, con aire de satisfacción.

- Me quedo con esta – exclamó.

Y salió de la gruta. El Señor lo miró con dulzura, clavando en él los ojos. Había escogido precisamente su vieja cruz: aquella que había arrojado con desgana al entrar en la gruta. La misma que había llevado durante toda su vida.

domingo, 20 de diciembre de 2009

CONSCIENCIA CONSTANTE.

ANTHONY DE MELLO.

Ningún alumno Zen se atrevería a enseñar a los demás hasta haber vivido con su Maestro al menos durante diez años.

Después de diez años de aprendizaje, Tenno se convirtió en maestro.
Un día fue a visitar a su Maestro Man-in. Era un día lluvioso, de modo que Tenno llevaba chanclas de madera y portaba un paraguas.

Cuando Tenno llegó, Nan-in le dijo:
“Has dejado tus chanclas y tu paraguas a la entrada, ¿no es así?
Pues bien: ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de las chanclas?”

Tenno no supo responder y quedó confuso.
Se dio cuenta entonces de que no había sido capaz de practicar la Consciencia Constante. De modo que se hizo alumno de Nan-in y estudió otros diez años hasta obtener la Consciencia Constante.

El hombre que es constantemente consciente, el hombre que está totalmente presente en cada momento: ése es el Maestro.

LOS BAMBÚES.

ANTHONY DE MELLO.

Nuestro perro, Brownie, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un mono. El mono era lo único que en ese momento ocupaba su horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería aquella noche, ni si en realidad tendría algo que comer, ni en dónde iba a dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.

Tal vez tú mismo hayas experimentado algo de esto, por ejemplo cuando te has quedado completamente absorto viendo jugar a un gatito. He aquí una fórmula, tan buena como cualquier otra de las que yo conozco, para la contemplación: Vive totalmente en el presente.

Y un requerimiento absolutamente esencial, por increíble que parezca: Abandona todo pensamiento acerca del futuro y acerca del pasado. Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento, toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.

Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le otorgara la iluminación. El maestro le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: “Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel otro, qué corto es”.
Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación.

Dicen que Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último, se sentó un día bajo un árbol que le dicen “bodhi” y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que pueden parecer enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus pensamientos.: “Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuando respiréis ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente”. Consciencia. Atención. Absorción. Nada más.

Esta forma de quedarse absorto podemos observarla en los niños, que son quienes tienen fácil acceso al Reino de los Cielos.

martes, 8 de diciembre de 2009

¡PUEDO CORTAR MADERA!

ANTHONY DE MELLO.

Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación, escribió lo siguiente para celebrarlo:

“¡Oh, prodigio maravilloso:
Puedo cortar madera
Y sacar agua del pozo!”.

Para la mayoría de la gente no tiene nada de prodigioso actividades tan prosaicas como sacar agua del pozo o cortar madera. Una vez alcanzada la iluminación, en realidad no cambia nada. Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es que entonces el corazón se llena de asombro. El árbol sigue siendo un árbol; la gente no es distinta de cómo era antes; y lo mismo sucede con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente. Puede uno ser tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como antes. Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas las cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello. Y el corazón se llena de asombro.

Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro.

La contemplación se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a “retirarse”. Pero el contemplativo iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La contemplación se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un cuadro o una apuesta de sol) produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra.

Y ésta es prerrogativa del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra tan a sus anchas en el Reino de los Cielos.

¿HAS OÍDO EL CANTO DE ESE PÁJARO?

ANTHONY DE MELLO.

Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su creación. Dios “danza” su Creación. Él es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de Él. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.

En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras… Ruido, ruido, ruido…

Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra… Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al bailarín en persona.


El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: “No haces más que ocultarme el secreto último del Zen”. Y se resistía a creer la consiguientes negativas del Maestro.

Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.

“¿Has oído el canto de ese pájaro”?, le preguntó el Maestro.
“Sí”, respondió el discípulo.
“Bien”; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada”.
“Sí”, asintió el discípulo.

Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol; deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos).

¿Qué dices? ¿Qué has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?

EL PICAPEDRERO.

(POPULAR CHINO)

Durante la época en que se construía la Gran Muralla, vivió un pobre diablo que trabajaba como picapedrero. Chen Ting-Hua, éste era su nombre, pasaba los días renegando de su existencia, con enormes pesares y amarguras. No había noche que antes de dormirse no pidiese a los dioses el poder cambiar su suerte.

Cierta noche, cuando apenas se había quedado dormido, una gran luz inundó la estancia y una imagen gigantesca se le apareció.

- ¿Eres tú Chen Ting-Hua? –preguntó la aparición.
- Yo soy, humilde siervo y picapedrero – respondió Chen.
- He oído tus pensamientos – dijo la imagen-, ¿de qué te quejas?
- Señor… ¡de mi adversa suerte! – contestó -. No soy feliz, con mi pobre sueldo apenas puedo tener una choza donde malvivir y apenas puedo permitirme el lujo de tomar una taza de té. Mientras que otros…
- ¿Y qué deseas ser… dime? – dijo la aparición.
- Un gran Mandarín – contestó Chen -, ellos viven bien y tienen cuanto desean… Pero, perdonad mi osadía gran señor… ¿quién sois vos y cómo podéis ayudarme?
- Soy el dios de la ambición – respondió -, y he venido hasta aquí para resolver tus problemas. Quedarás pues convertido en un gran Mandarín. Al instante, Chen se vio rodeado y atendido por gráciles y bellas doncellas y fornidos eunucos. Vestía hermosos ropajes de seda y poseía un gran palacio.

Al día siguiente, Chen salió a dar un paseo por los jardines de su fastuoso palacio. La mañana era maravillosa y el sol lucía en todo su esplendor. Al ver el sol, Chen pensó: ¡Cómo molesta el Sol!, ¡me abrasa y nada puedo hacer!, ¡quién fuese como él! De pronto se oyó una voz que dijo:
- Ya que ese es tu deseo… ¡conviértete en Sol!

Y así, Chen se convirtió en el Astro Rey del día. Vagaba por el cielo dominándolo todo con su luz, radiante, esplendoroso… Pero una tarde, una densa y plomiza nube se interpuso en su camino, impidiendo que los rayos del sol pasasen a través de ella. Esto irritó enormemente al antiguo picapedrero que pensó: ¿Cómo una indigna nubecilla osa ponerse en mi camino? ¡Quién fuera nube! Y en menos tiempo del que tarda en decirlo, Chen se transformó en una enorme y negra nube, la cual con tremendo trueno se descargó en forma de lluvia torrencial cayendo con enorme violencia sobre la tierra y estrellándose contra las rocas. Chen se asustó tanto al chocar que deseó ser como las rocas. Y al instante se convirtió en una de ellas.

Aquello era otra cosa – pensó – ahora se sentía duro y fuerte, podía resistir, la lluvia, el viento, la fuerza de los elementos… Más de pronto, sintió unos terribles golpes y vio a un hombre que con un pico estaba picando piedras. Un grito surgió de su garganta:

-¡¡Quiero ser picapedrero!! – y al abrir los ojos vio que todo había sido un sueño.

Desde aquel día Chen Ting-Hua no volvió jamás a quejarse de su suerte, ni a desear ser como los otros.

domingo, 6 de diciembre de 2009

POESÍA DE AMOR.

POESÍA DE AMOR.

(ANÓNIMO)

Una chica americana escribió una de las más bellas poesías de amor de los últimos tiempos. La tituló: “Lo que no hiciste”.

¿Te acuerdas del día en que te pedí prestado el coche nuevo y lo dejé hecho un acordeón? Pensé que me matarías, pero no me dijiste una palabra.

¿Te acuerdas del día en que te hice ir casi a rastras conmigo hasta la playa y tú decías que iba a llover, y llovió? Pensé que ibas a decir: “¡Te lo había dicho!”, pero no lo dijiste.

¿Recuerdas aquella vez en que yo coqueteaba con todos para darte celos, y tú te pusiste celoso? Creí que ibas a dejarme, pero no lo hiciste.

¿Te acuerdas cuando se me cayó la tarta de fresas sobre la tapicería nueva de tu coche? Temí que ibas a gritarme: “¡Idiota! ¡Inútil!, pero no lo hiciste.

¿Y te acuerdas de aquel día en que me olvidé decirte que la fiesta era en traje de etiqueta y tú te presentaste con vaqueros? Temí que ibas a ponerme de vuelta y media, pero no lo hiciste.

Sí, hay tantas cosas que no hiciste. Pero tenías paciencia conmigo, y me querías y estabas siempre de mi parte. Había tantas cosas de las que quería pedirte perdón cuando volvieras de Afganistán. Pero tú no volviste.

EL PEQUEÑO PEZ.

ANTHONY DE MELLO.

“Usted perdone”, le dijo un pez a otro, “es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado”.

“El Océano”, respondió el viejo pez, “es donde estás ahora mismo”.

“¿Esto? Pero si no es más que agua…
Lo que yo busco es el Océano”, replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.


Se acercó el Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: “He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres”.

“¿Y lo he encontrado?, le preguntó el Maestro.

“Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?”.

¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar… Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo.

Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.


Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.

LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD.

ANTHONY DE MELLO.

Le preguntaron al Maestro:
“¿Qué es la espiritualidad?”

“La espiritualidad”, respondió, “es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior”.

“Pero si yo aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, ¿no es eso espiritualidad?”.

“No será espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta si no te da calor”.

“¿De modo que la espiritualidad cambia?”.

“Las personas cambian, y también sus necesidades.
De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados”.


Hay que cortar la chaqueta de acuerdo con las medidas de la persona, y no al revés.

jueves, 3 de diciembre de 2009

LA BÚSQUEDA DEL ASNO.

ANTHONY DE MELLO.

Todo el mundo se asustó al ver al Mullah Nasruddin recorrer apresuradamente las calles de la aldea, montado en su asno.

“¿A dónde vas, Mullah?, le preguntaban.

“Estoy buscando a mi asno”, respondía Nasruddin al pasar.


En cierta ocasión vieron a Rinzai, el Maestro Zen, buscando su propio cuerpo. Ello hizo que se rieran mucho sus más estúpidos discípulos.

¡Llega uno a encontrarse con gente seriamente dedicada a buscar a Dios!

EL TAZÓN ROTO.

EL TAZÓN ROTO.

(Popular Chino).

En la antigua China había un hombre que vivía con su mujer, su hijo y su anciano padre. El abuelo, ya muy mayor, no podía evitar que sus manos vacilaran y temblaran, razón por la cual desparramaba la comida cada vez que se sentaba a la mesa y rompía con frecuencia su tazón de arroz.

Un día la esposa le dijo al marido:

- A tu padre siempre se le cae la comida y pone la mesa hecha un asco. Ya no aguanto más, me revuelve tanto el estómago que no puedo tragar ni un grano de arroz.
- Pero es tan viejo el pobre… ¿quién lo cuidará si no somos nosotros? Después de todo, él fue quien me crió y me educó – dijo el marido.

Sin embargo la esposa no compartía sus sentimientos y continuaba insistiendo en que había que hacer algo. El marido, presionado, estuvo de acuerdo en que se sentara en una mesa apartada y usara un tazón barato y algo dañado.

Una tristeza honda embargó al abuelo, pues notaba que le trataban como a un extraño, pero nada podía hacer para remediarlo.

El nieto, que ya se daba perfecta cuenta de todo lo que sucedía en casa, un día se acercó a su abuelo y le dijo:

- Abuelo, ¿me harías un favor?
- ¿Qué favor quieres que te haga? Dime –contestó alegre el anciano -.
- Mira, esta noche, mientras cenas, ¿podrías romper a propósito tu tazón de arroz? – preguntó el chico.
- Pero, ¿por qué quieres que haga eso? – preguntó el anciano.
- Espera y verás. Te haré feliz y podrás sentarte con nosotros otra vez.

El abuelo se preguntaba qué se traía entre manos su nieto. Sin embargo, decidió hacer lo que le pedía. Al llegar la hora de la cena, el abuelo, como de costumbre, ocupó su mesa separada provisto de su tazón viejo y desportillado. Cuando su hijo y su nuera lo miraban, dejó caer el tazón. Al oír el golpe del tazón contra el suelo, la nuera se puso en pie dispuesta a organizar una escena. Pero antes de que pudiese abrir la boca, el chico dio un salto, se acercó a su abuelo y le dijo:

- ¡Abuelito!, ¿por qué has roto ese tazón?, lo quería guardar para cuando mis padres se hicieran viejos y tuvieran que comer en esa misma mesa separada en la que comes tú.

El marido y la esposa se calmaron al instante, porque se dieron cuenta de la tontería que habían cometido. Al día siguiente, el abuelo se sentó a comer a la misma mesa que el resto de la familia.

SAL Y ALGODÓN EN EL RÍO.

ANTHONY DE MELLO.

Llevaba Nasruddin una carga de sal al mercado. Su asno tuvo que vadear un río y la sal se disolvió.

Al alcanzar la otra orilla, el animal se puso a corretear, contentísimo de haber visto aligerada su carga.

Pero Nasruddin estaba enfadado de veras.

Al siguiente día en que había mercado, Nasruddin cubrió los sacos con abundante algodón. Al cruzar el río, el asno casi se ahoga por culpa del exceso de peso.

“¡Tranquilízate!”, dijo alborozado Nasruddin. “¡Esto te enseñará que, no siempre que cruces el río vas a ganar tú!”.

Dos hombres se aventuraron en la religión.
Uno de ellos salió vivificado. El otro se ahogó.