domingo, 22 de febrero de 2009

LAS MULETAS.

LAS MULETAS.
(B. BRECHT)
Durante siete años no pude dar un paso. Día y noche caminaba con mis muletas… casi arrastrándome por el lodo de los mil caminos de la tierra.
Fui al gran médico y le conté mi caso.
-¿Por qué llevas muletas? –me preguntó.
-Porque estoy tullido –le respondí.
-No es extraño –me dijo el gran médico-, prueba a caminar sin muletas. Son esos trastos los que te impiden caminar. Deja esas muletas aunque tengas que caminar a cuatro patas.
Y antes de que pudiera reaccionar, el gran médico, riendo como un monstruo, arrancó las muletas de mis manos, y las rompió en mis espaldas. Y sin dejar de reír las arrojó al fuego.
Ahora estoy curado. Camino con normalidad. Me curó una carcajada y una voz que me dijo que tenía que romper mis muletas. Es verdad que tan sólo a veces, cuando veo en mi camino palos o algo que se asemeje a mis muletas, camino peor durante unas horas.
Pero estoy contento a pesar de todo: he aprendido que en la vida lo importante es romper las muletas, y ayudar a que otros también rompan las suyas.

LAS RANAS EN LA LECHE

LAS RANAS EN LA LECHE.
(PITIGRILLI)
Tres ranas cayeron en un balde lleno de leche.
La primera, pesimista, pensó enseguida que no había nada que hacer. Desanimada permaneció quieta y poco a poco se fue hundiendo hasta que se ahogó.
La segunda, lúcida razonadora, pensó que podría salir de apuros dando un gran salto. Con la idea fija en la mente calculó los valores algebraicos de la trayectoria, halló ecuaciones parabólicas y dinámicas, después dio el salto. Pero, enfrascada como estaba en sus elucubraciones, no había notado que el balde tenía un mango. Y contra el mango fue a destrozarse.
La tercera rana tenía un gran deseo de vivir. No reflexionó mucho, pero quería salir de aquel apuro. No supo hacer otra cosa que expresar tal deseo: se movió, se agitó, se rebeló contra su suerte… Y tanto se movió y luchó que la leche se volvió mantequilla, sacudida por tanto movimiento.
Y esta tercera rana fue quien se salvó.

EL LIBRO ROBADO.

EL LIBRO ROBADO.
(FLORECILLAS DE SAN ANASTASIO)
El Abad Anastasio tenía un libro finísimo pergamino que valía veinte monedas y que contenía el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Una vez fue a visitarle cierto monje que, al ver el libro, se encaprichó de él y se lo llevó. De modo que aquel día, cuando Anastasio fue a leer su libro, descubrió que había desaparecido y al instante supo que el monje lo había robado. Pero no le denunció, por temor a que, al pecado de hurto, pudiera añadir el de perjurio.
El monje se había ido a la ciudad y quiso vender el libro, por el que pedía dieciocho monedas. El posible comprador le dijo:
“Déjame el libro para que pueda averiguar si vale tanto dinero”.
Entonces fue a ver al santo Anastasio y le dijo:
“Padre, mire este libro y dígame si cree usted que vale dieciocho monedas”.
Y Anastasio le dijo: “Sí, es un libro precioso, y por dieciocho monedas es una ganga”.
El otro volvió adonde estaba el monje y le dijo:
“Aquí tienes tu dinero. He enseñado el libro al Padre Anastasio y me ha dicho que sí vale las dieciocho monedas”.
El monje estaba anonadado.
“¿Fue eso todo lo que te dijo? ¿No dijo nada más?”.
“No, no dijo ni una sola palabra más.”
“Bueno, verás… he cambiado de opinión… y ahora ya no quiero vender el libro…”
Entonces regresó adonde Anastasio y, con lágrimas en los ojos, le suplicó que volviera a quedarse con el libro. Pero Anastasio le dijo con toda paz:
“No, hermano, quédate con él. Es un regalo que quiero hacerte”.
Sin embargo, el monje dijo:
“Si no lo recuperas, jamás tendré paz”.
Y desde entonces, el monje se quedó con Anastasio para el resto de sus días.

LOS IMPUESTOS

LOS IMPUESTOS.
(CUENTO DE MALABAR)
Había una vez un Rajá que poseía riquezas y tesoros. Tenía también muchos súbditos, pero los trataba como esclavos. Por eso era mal visto por todos.
Un día llamó a su tesorero y le dijo:
-Haz la gira anual de costumbre por mis territorios, y cobra los impuestos.
-Majestad, la cosecha ha sido muy escasa. Convendría perdonar los impuestos –respondió.
-¡Estás loco! –gritó el tirano-.
-Está bien –dijo el tesorero-. Cobraremos los impuestos. Y el dinero recogido, ¿en qué lo emplearemos?
-Haz una gira por todo el palacio. Mira a ver qué falta, y provees con el dinero de los impuestos.
El tesorero se dio una vuelta por el palacio. Vio al Rajá con el rostro sombrío, a la Reina con aire de aburrimiento, los príncipes caprichosos, viciados y descontentos, los cortesanos que derrochaban y litigaban. También observó a la gente del pueblo que pasaba delante del palacio y echaba miradas de ira y descontento, murmurando maldiciones…
-Hay reparaciones graves que hacer… -dijo. Y partió a cobrar.
Fue por ciudades y campos con un pregonero, y delante de aquellos pobres anunciaba:
-El Rajá, este año, teniendo en cuenta las cosechas y vuestras dificultades, y para cumplir el deseo de la Reina y de los Príncipes, os perdona los impuestos.
De todos los pueblos del reino salían aplausos. Mientras tanto el Rajá, ignorante de lo acaecido, preguntaba al Ministro:
-¿Cómo ha ido?
-Bien, Majestad.
-¿Y dónde están los dineros?
-Los he gastado ya todos.
-¡Cómo!
-Sí. En mi visita he notado que en esta casa había que rehacer del todo los ánimos, y que faltaba la alegría, fruto de la bondad. Y he tratado de procurársela, diciendo a la gente que este año usted perdonaba a todos los impuestos y que…
-¡Ah, miserable!, gritó el Rajá.
Y despidió malhumorado al tesorero. Después, lleno de cólera, salió en persona del palacio, decidido a reparar el daño sufrido. Pero apenas apareció, la gente le salió al encuentro con flores y aplausos:
-¡Viva el Rajá! ¡Bendita sea nuestra Reina!
Poco a poco, entre tanto entusiasmo se sintió desarmado. Su corazón de piedra, por primera vez, se enternecía, olvidaba sus malditos dineros. Por primera vez en su vida, se sentía feliz. Regresando a casa, encontró alrededor del palacio una muchedumbre inmensa: el pueblo había puesto en escena una manifestación de fiesta a la Reina y a los Príncipes.
Todos estaban alegres y contentos. Entonces hizo llamar al tesorero despedido, y le dijo:
-Tenías razón. Eres un buen administrador, sabes convertir el dinero en felicidad. De ahora en adelante serás mi consejero y el distribuidor de mis bienes al pueblo.
Y así, por primera vez, desde que el mundo es mundo, un negocio de impuestos terminó en una fiesta para todos.

EL ÁRBOL

EL ÁRBOL.
(JACQUES LOEW)
Un viajero caminaba por un pueblo que le era completamente desconocido. Después de haber recorrido un extenso valle estrecho y sinuoso que le ocultaba el horizonte, he aquí que aparece improvisadamente una llanura. Aquí se encuentra frente a un árbol que jamás había visto, un árbol de extraordinarias dimensiones, un árbol no comparable con ningún otro sobre la tierra.
El viajero vio ante todo las raíces de este árbol, raíces poderosas, que levantaban la tierra. Después vio el tronco, un tronco tan grueso que no pudo abarcarlo con una sola mirada. Por fin vio las hojas del árbol, unas hojas tan frondosas, que se extendían tan altas que no le era posible distinguir la copa del árbol.
El árbol era para él tan grande que no lograba de ninguna manera percibir la grandeza.
Queriendo contemplar el árbol, el viajero se acercó simplemente al tronco: lo examinó, miró su corteza rugosa, aquellos pocos decímetros cuadrados que tenía a la vista.
Y mirando de cerca la corteza, vio algunas inscripciones dejadas por otros viajeros; letras y fechas ambiguas.
Después continuó examinando la corteza: percibe líquenes y musgo que han crecido como pueden crecer hongos o musgo en los viejos troncos del árbol.
El viajero vio también ramas secas al pie del árbol y, en ciertos puntos del inmenso tronco, partes excavadas en las que la vida se había retirado.
Y se alejó diciendo: “He encontrado un árbol medio muerto”,
El viajero se equivocó. Debería haber hecho el esfuerzo de retirarse tal vez un kilómetro hacia atrás, para ver el árbol en todo su esplendor y en toda su majestuosidad. Pero no tuvo el coraje de hacerlo. Tan sólo vio una pequeña parte.
No cometamos, por lo tanto, el error de aquel viajero. Miremos la vida en su totalidad.

LA CITA

LA CITA.
(LEYENDA ESLAVA)
Cuenta la historia de un monje, Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios al otro lado de la montaña en la que vivía, antes de que se pusiera el sol.
El monje se puso en marcha, montaña arriba, precipitadamente.
Pero a mitad de camino se encontró con un pobre hombre herido que pedía socorro. Y el monje, casi sin detenerse, le explicó que no podía pararse, que Dios le esperaba al otro lado de la cima, antes de que atardeciese. Le prometió que volvería para socorrerle en cuanto atendiese a Dios.
Y continuó su precipitada marcha.
Horas más tarde, cuando aún el sol brillaba en todo lo alto, Demetrio llegó a la cima de la montaña. Estaba cansado pero satisfecho porque había llegado antes de que expirara el plazo. Ansioso por la cita, sus ojos se pusieron a buscar a Dios. Pero Dios no llegaba… y no llegó nunca.
Dios se había ido a ayudar al herido con el que horas antes se cruzó por el camino.
Hay, incluso, quien dice que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda.

UN POCO DE SABIDURÍA

UN POCO DE SABIDURÍA.
(ANTHONY DE MELLO)
Sócrates se encontraba en la cárcel esperando a ser ejecutado. Un día oyó cómo otro prisionero cantaba una difícil y poco conocida canción del poeta Stesikoros.
Sócrates pidió a su compañero que le enseñara aquella canción.
“¿Para qué?”, le preguntó el otro.
“Para que pueda morir sabiendo una cosa más”, fue la respuesta del gran filósofo.
El discípulo:
“¿Por qué aprender algo nuevo una semana antes de morir?”
El Maestro:
“Exactamente por la misma razón por la que quieres aprender algo nuevo cincuenta años antes de morir”.

EL FUEGO, EL AGUA Y EL HONOR.

EL FUEGO, EL AGUA Y EL HONOR.
(GASPAR GOZZI)
El Fuego, el Agua y el Honor en un tiempo se hicieron amigos y decidieron caminar juntos por el ancho mundo.
El Fuego no puede jamás estar quieto en un solo lugar, y también el Agua se mueve sin descanso. En cuanto al Honor, era un huésped de cuidado, y por esto lo persuadieron para que viajara en su compañía.
Pero antes de ponerse en camino, convinieron en darse una señal de reconocimiento, y así poder encontrarse por si acaso llegasen a alejarse y a perderse el uno del otro. Dijo el Fuego:
-“Si por si acaso sucediese que yo me separase de vosotros, allí donde veáis humo: ésta es mi señal, y ahí ciertamente me encontraréis”.
-“En cuanto a mí –dice el Agua-, si me perdiera de vista, no me busquéis donde veáis sequedad o grietas de tierra; allí donde encontréis sauces y mucha vegetación, allí estaré yo.”
-“En cuanto a mí –dice el Honor-, abrid bien los ojos y procurad no perderme nunca de vista; porque si, por mala suerte, me perdéis, aunque sea una sola vez, no me podréis volver a encontrar nunca más.”

DESCONFIANZA

DESCONFIANZA.
(ANTHONY DE MELLO)
Samuel estaba muy triste, y no era para menos: su casero le había mandado dejar el piso y no tenía adónde ir. De pronto se le ocurrió: ¡podría vivir con su buen amigo Moisés!
La idea le proporcionó a Samuel un gran consuelo, hasta que le asaltó otro pensamiento:
“¿Qué te hace estar tan seguro de que Moisés te va a dar cobijo en su casa?”.
“¿Y por qué no?”, se respondió el propio Samuel indignado. “A fin de cuentas, fui yo quien le proporcionó la casa en la que ahora vive, y fui también yo quien le adelantó el dinero para pagar la renta de los primeros seis meses. Lo menos que puede hacer es darme alojamiento durante una o dos semanas, mientras estoy en apuros…”
Y así quedó la cosa hasta que, después de cenar, le asaltó de nuevo la duda: “Suponte que se negara…”
“¿Negarse?” se respondió él mismo. “¿Y por qué, si puede saberse, habría de negarse? Ese hombre me debe todo cuanto tiene: fui yo quien le proporcionó el trabajo que ahora tiene; y fui yo quien le presentó a su encantadora mujer, que le ha dado esos tres hijos de los que él se siente tan orgulloso. ¿Y ese hombre va a negarme una habitación durante una semana? ¡Imposible!”.
Y así quedó de nuevo la cosa hasta que, una vez en la cama, comprobó que no podía dormir, porque nuevamente le entró la duda:
“Pero suponte –no es más que una suposición- que él llegara a negarse. ¿Qué pasaría?”.
Aquello fue ya demasiado para Samuel:
“Pero ¿cómo demonios va a poder negarse?”, se gritó a sí mismo, casi fuera de sí.
“Si este hombre está vivo, es gracias a mí; yo lo salvé de morir ahogado cuando era un niño. ¿Y va a ser ahora tan desgraciado como para dejarme en la calle en pleno invierno?
Pero la duda seguía carcomiéndole:
“Suponte…”.
El pobre Samuel se debatió mientras pudo. Finalmente, hacia las dos de la mañana, saltó de la cama, se fue a casa de Moisés y se puso a tocar insistentemente al timbre, hasta que Moisés, medio dormido, abrió la puerta y exclamó asombrado:
“¡Samuel! ¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche?
Pero para entonces estaba Samuel tan enojado que no pudo impedir gritar:
“¡Te diré lo que hago aquí a estas horas de la noche! ¡Si piensas que voy a pedirte que me admitas en tu casa ni siquiera un solo día, estás muy equivocado! ¡No quiero tener nada que ver contigo, ni con tu casa, no con tu mujer, ni con tu condenada familia! ¡A la mierda todos vosotros!”.
Y, dicho esto, dio media vuelta, pegó un portazo y se marchó.

LA CHISMOSA Y LA GALLINA

LA CHISMOSA Y LA GALLINA.
(FELIPE NERI)
A una mujer que se confesaba frecuentemente de hablar mal de los demás, san Felipe Neri le preguntó:
-¿Te sucede con frecuencia hablar mal del prójimo?
-Muy a menudo, Padre –responde la penitente.
-Hija, creo que no te das cuenta de lo que haces. Es necesario que hagas penitencia. He aquí lo que harás: mata una gallina y tráemela enseguida, desplumándola por el camino desde tu casa hasta aquí.
La mujer obedeció, y se presentó al santo con la gallina desplumada.
-Ahora –le dijo Felipe-, regresa por el mismo camino que viniste y recoge una por una las plumas de la gallina…
-Pero eso es imposible, padre –rebatió la mujer-, con el viento que hace hoy no podré encontrar más que unas pocas.
-También yo lo sé –concluyó el santo-, pero he querido hacerte comprender que si no puedes recoger las plumas de una gallina, desparramadas por el viento, tampoco puedes recoger todas las calumnias levantadas y dichas de mucha gente, y en perjuicio de tu prójimo

CONTENTARSE CON POCO.

CONTENTARSE CON POCO.
(BRUNO FERRERO)
Un águila, cazada por un campesino, vivía atada por una pata en el corral de una granja. No se resignaba a vivir como una gallina cualquiera. Había empezado a dar tirones y tirones a la cuerda que la tenía atada a una fuerte viga del gallinero. Clavaba los ojos en el cielo azul y partía con toda su fuerza. Inexorablemente la cuerda la derribaba a tierra.
Lo intentó y volvió a intentarlo durante semanas, hasta que la piel de la pata quedó desgarrada y se le destrozaron las alas.
Al final se acostumbró a aquella vida de esclavitud. Después de unos cuantos meses le gustaba, incluso, el pienso de las gallinas. Se habituó a escarbar y picotear entre la basura.
Así no llegó a darse cuenta de que la lluvia de otoño y la nieve de invierno habían llegado a pudrir la cuerda que la sujetaba a la viga.
Habría bastado un pequeño tirón y el águila habría vuelto a la libertad como reina del cielo.
Pero nunca lo dio.

LOS DOS TIGRES PERDIERON

LOS DOS TIGRES PERDIERON.
(POPULAR AFRICANO)
Un día dos tigres necios comenzaron a atravesar en direcciones opuestas un puente hecho con cuerdas en la selva. El puente era tan estrecho que no podían pasar los dos tigres a la vez.
Cuando se encontraron justamente en el medio, uno dijo al otro:
-“Regresa y espera hasta que pase”.
A lo que el otro respondió:
-“No, yo he llegado primero al puente. Eres tú quien debe regresar”.
Se detuvieron observándose uno al otro y ninguno quería ceder el paso.
Después comenzaron a luchar y los dos se cayeron desde el puente. Fueron devorados por un cocodrilo que nadaba, esperándoles, debajo.

LA CONSTANCIA DE UNA PRINCESA

LA CONSTANCIA DE UNA PRINCESA.
(LEYENDA NORMANDA)
El día de bodas un príncipe normando entraba en la ciudad con su joven esposa. Los príncipes iban en una carroza espléndida tirada por ochos caballos blancos, mientras la ciudad de Benevento, agolpada a lo largo de la avenida, aplaudía a los esposos.
Pero, a un cierto punto, la escena cambió; el cortejo había llegado a la gran plaza, frente al castillo, y allí había un palco con una horca para ajusticiar a un malhechor. Aquel condenado ya había sido obligado a meter la cabeza en el lazo.
La princesa, dándose cuenta de lo que sucedía, rompió en lágrimas. Entonces, el príncipe hizo parar el cortejo e hizo señales al verdugo para que esperara. Se dirigió a los magistrados que estaban al pie del palco, y dijo:
-Señores, la princesa mi esposa, como señal de homenaje en el día en que llegó entre nosotros, pide que se haga gracia a este hombre.
-Señor –respondieron los jueces- somos muy felices al escuchar el deseo de nuestra princesa, pero la ley ordena que este hombre muera.
-Entonces, ¿existen delitos que no se pueden perdonar? –preguntó la princesa con un hilo de voz.
El consejero del príncipe hizo notar que, según una antigua costumbre de la ciudad de Benevento, cualquier condenado podía ser rescatado solamente mediante la suma de mil ducados de oro.
-¿Pero dónde quiere que encuentre, este condenado, una suma semejante?
El príncipe abrió la bolsa y salieron ochocientos ducados. La princesa, con manos temblorosas, rebuscó en su portamonedas, pero no encontró más que cincuenta ducados.
-Señores –dijo entonces- ¿no podrían bastar ochocientos cincuenta ducados?
-La ley pide mil –respondieron fríamente los magistrados.
Entonces la princesa bajó de la carroza e hizo una colecta entre los pajes y caballeros del séquito. Todos pusieron, con gusto, en sus manos gentiles, aquello que tenían. Hicieron la cuenta final: novecientos noventa y nueve ducados.
-¿Nadie tiene un ducado más?
-Nadie…
-Por lo tanto, ¿por un ducado será ahorcado este hombre?- exclamó indignada la Princesa.
-No es culpa nuestra –dijeron los magistrados impasibles en sus capas negras-, la ley nadie la puede cambiar.
E hicieron señal al verdugo para cumplir con su deber.
-¡Un momento! –gritó la Princesa-, busquen en los bolsillos de aquel infeliz, quizás encuentren algo…
El verdugo obedeció; y de uno de los bolsillos del condenado sacó un ducado de oro; era exactamente lo que faltaba para completar los mil ducados.
Precisamente por aquel contributo al precio del rescate el malhechor se salvó. Antes bien, la princesa lo invitó al castillo; y así, en vez de terminar la jornada enterrado en la fosa, fuera de los muros de la ciudad, pudo sentarse al banquete de bodas en el palacio real.

EL HILO DESDE LO ALTO.

EL HILO DESDE LO ALTO.
(J. JOERGENSEN)
Era una bella mañana de septiembre. Todos los prados brillaban con el rocío, y los “hilos de la Virgen”, brillantes como si fuesen seda, ondulaban en el aire. Iban y venían. Uno de esos hilos aterrizó en la cima de un árbol, y una araña negra y amarilla, dejó su nave y se posó sobre el resistente suelo.
Pero aquel lugar no le agradaba; y, tomada una resolución improvisada, vino a posarse directamente sobre un gran arbusto espinoso. Aquí había ramas y vástagos en abundancia para tejer una tela. Y la araña se puso enseguida a la obra, dejando que el hilo largo que había descendido, rigiese la punta superior de la tela. Era una tela tan bella y grande. Aunque no se veía muy bien, estaba sostenida por un fino hilo.
Vinieron los días, y los días pasaron. Las moscas empezaron a escasear, y la araña se vio obligada a ensanchar su tela para poder atrapar más. Gracias a ese hilo desde lo alto, pudo ampliar su tela y así su caza. Engrandeció su tela en altura y en anchura, y la sutil red se extendía bien pronto sobre todo el arbusto. Cuando las mañanas húmedas de octubre pendía cubierta de gotitas resplandecientes, parecía un bordado con perlas.
La araña estaba orgullosa de su trabajo. No era ya aquella arañuela pobre que se mecía en el aire colgada de un hilo, sin un centavo en el bolsillo. Ahora era una araña grande y gruesa, bien provista, y poseía la telaraña más grande de todo aquel arbusto.
Un mañana se despertó de un humor terriblemente extraño. Durante la noche había hecho un poco de frío, y no había siquiera el más pequeño rayo de sol para alegrar la tierra; ni siquiera la más pequeña mosca rondaba en el aire. La araña permaneció hambrienta y desocupada a lo largo de todo aquel santo día de otoño. Para matar el tiempo, dio un paseo por la tela, para ver si por si acaso fuese necesario remendarla. Tiró de todos los hilos, mirando que estuviesen todos bien tensos. Pero aunque encontró todo en orden, siguió de un pésimo humor.
Da vueltas y más vueltas, y por fin termina por notar que al borde externo de su red, había un hilo que le parecía nuevo. Todos los otros hilos se dirigían aquí y allá, y la araña conocía cada ramita a la cual estaban unidos; pero aquel hilo “inexplicable” no iba a ninguna parte y entonces era necesario concluir que se perdía en el aire.
La araña se irguió sobre sus patas, y se puso a mirar hacia arriba con todos sus ojos, pero no logró todavía entender dónde iba a terminar aquel hilo. Parecía que se iba hacia las nubes. Cuanto más miraba fijo sin poder llegar a nada, tanto más se enfurecía.
Había olvidado que, en un sereno día de septiembre, ella misma había bajado por aquel hilo. Y ni siquiera se acordó de cuán útil le había sido, precisamente, aquel hilo para tejer y después alargar su tela.
¡Abajo este hilo!, dijo la araña. Y con un solo golpe de diente, lo partió en el medio. Al mismo tiempo la tela cedió: toda aquella red tan artísticamente fabricada, cayó; y cuando el insecto volvió en sí, se encontró que yacía sobre las hojas de la cerca espinosa, con la cabeza envuelta en su tela hecha un pequeño trapo húmedo.
Había bastado un solo instante para destruir toda la magnificencia de su casa, y sólo porque no había entendido la utilidad de aquel hilo que sostenía todo “desde lo alto”.

ESO ES COSA DE NIÑOS.

ESO ES COSA DE NIÑOS.
(LEYENDA BUDISTA)
Un anciano Maestro de la Sabiduría había abandonado la ciudad y caminaba por unos campos llenos de cerezos en flor, bastante alejados del núcleo urbano. Las ramas de los cerezos en flor se inclinaban sobre el camino, y el anciano iba absorto en sus meditaciones.
Angulimal, un bandido famoso en aquella comarca, apareció de pronto, dispuesto a robar al anciano.
El anciano le dijo:
“Antes de matarme, ayúdame a cumplir mis dos últimos deseos”. Y se puso en oración, preparándose para la muerte.
El bandido Angulimal le dijo, impaciente: “¿Cuál es el primer deseo?”.
“Corta, por favor una rama en flor de ese cerezo.”
Con un golpe de espada el bandido hizo lo que le pedía, arrojando la rama a los pies del anciano que ya rezaba.
El anciano, levantando lentamente la vista prosiguió:
“Mi segundo deseo es que ahora vuelva a poner la rama en el cerezo, para que siga floreciendo”.
Debes estar loco –respondió Angulimal-, si piensas que eso es posible.”
“Al contrario –dijo el Maestro de la Sabiduría-, el loco eres tú, que te crees poderoso porque puedes herir y destruir. Eso es cosa de niños. El verdaderamente poderoso es el que sabe crear, dar vida y curar.”

LAS HUELLAS

LAS HUELLAS.
(ANÓNIMO)
Una noche un hombre tuvo un sueño. Soñó que iba paseando por una gran playa. A medida que caminaba, se iba proyectando en su mente la película de su vida. Se dio cuenta de que en cada escena de la película de su vida existían dos pares de huellas en la arena: las suyas y las de su Dios.
Cuando la última escena de su vida apareció ante él, volvió a mirar retrospectivamente las huellas sobre la arena de la playa. Entonces notó que muchas veces a lo largo de su vida había tan sólo un par de huellas… Comprobó que esto ocurría en los momentos más difíciles de su existencia.
Llegó a preocuparse en gran manera por este hecho, y preguntó a su Dios:
-“Señor, tú me dijiste una vez que si decidía seguirte, caminarías siempre conmigo… Sin embargo, he notado que durante los momentos de mi vida en que tenía más dificultades y problemas tan sólo existía un par de huellas. No comprendo por qué cuando más te necesitaba más me abandonabas.
Dios le respondió:
-“Hijo, te quiero y nunca te he abandonado. En los momentos de angustia y sufrimiento, cuando tú has contemplado tan sólo un par de huellas, eran los momentos en que yo te transportaba en mis brazos”.

EL BEDUINO ENAMORADO

EL BEDUINO ENAMORADO.
(AHMED IBN MOHAMMED, SIGLO X)
Un joven beduino, vagando en el desierto, vino a parar cerca de un pozo junto al cual se encontraba para sacar agua una muchacha guapa como la luna llena. El joven beduino se le acercó y le dijo:
-“¡Estoy perdidamente enamorado de ti!”.
La joven le responde:
-“Cerca de la fuente hay otra muchacha tan guapa que yo no soy digna de ser su sierva”.
El joven beduino giró enseguida la cabeza y se puso a buscarla: No había nadie.
Entonces la muchacha exclamó:
-“¡Qué hermosa es la sinceridad y qué fea es la mentira! Dices amarme y basta que yo te hable de otra mujer para hacerte girar la cabeza y buscarla desesperadamente”.

EL CUERVO Y LOS PAVOS REALES.

EL CUERVO Y LOS PAVOS REALES.
(ESOPO)
Un cuervo vanidoso estaba cansado de sus plumas negras y sentía una cierta envidia delos pavos reales, siempre adornados con sus vistosos colores.
Piensa que te piensa, decidió recoger las plumas, que se le habían caído a un pavo real, se engalanó con ellas, y desdeñando luego a los otros cuervos, se introdujo en la hermosa manada de los pavos reales.
Los pavos se admiraron al principio del ser tan ridículo y extraño, y reconociendo que no era de su especie, le arrancaron las plumas hurtadas, y le echaron de allí a picotazos.
El cuervo, viéndose tan maltratado, medio muerto, y lleno de vergüenza, se volvió con los suyos, los cuales también le despreciaron y le arrojaron de sí. Entonces uno de los cuervos, a quien había menospreciado antes, le dijo:
-“Si te hubieras contentado con vivir entre nosotros, y te hubieras sentido orgulloso de lo que te dio la naturaleza, ni hubieras padecido aquella afrenta, ni ahora tendrías que sentir esta repulsa”.

LOS CIEGOS Y LOS ELEFANTES

LOS CIEGOS Y LOS ELEFANTES.
(CUENTO PERSA)
En Persia había una ciudad donde los habitantes eran todos ciegos.
Sucedió que un día pasó un rey con su ejército, y acampó allí. Para hacer pompa de su prestigio, mostraba un enorme e imponente elefante. A la gente le vino el deseo de acercarse a aquel elefante y conocer aquel monstruo.
Y muchos de aquellos ciegos se acercaron al elefante para darse cuenta, a la manera de los ciegos, de su forma y figura. Y no pudieron verlo con los ojos , lo palparon con las manos.
Quien le tocó un miembro y quien otro, y así cada uno conoció solamente una parte. Y cada uno se formó una idea absurda, cada uno adaptó su mente a una imagen fantástica. Aquel que le había puesto su mano en la oreja, interrogado por los otros acerca del elefante, dijo:
-Es una forma inmensa, tosca y ancha como una alfombra”.
Aquel que con la mano había alcanzado la trompa, dijo:
-“Lo he conocido bien. Es como un tubo vacío, una cosa terrible, un instrumento de destrucción”.
Finalmente aquel que había tocado las macizas y formidables patas del elefante, dijo:
-“Tiene precisamente la forma de una columna bien torneada”.
Todos habían visto una sola parte, y todos se habían forjado en su mente una idea que distaba mucho de la realidad.
Así les ocurre a las personas cuando intentan imaginar cómo es Dios.

EL CABALLO

EL CABALLO
(TRADICIONAL ÁRABE)
Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu, llamado Omah, que le ofreció un gran número de camellos a cambio; pero Al-Mamun no quería desprenderse del animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente.
Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por determinado camino. Omah se tendió junto a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Y como Al-Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital.
“Por desgracia, se lamentó el mendigo, llevo días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme.”
Entonces, Al-Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero, en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, con Al-Mamun corriendo detrás de él para alcanzarlo y gritándole que se detuviera. Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y comenzó a hacer caracolear al caballo.
“¡Está bien, me has robado el caballo!, gritó Al-Mamun. ¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte”
“¿De qué se trata?”, preguntó Omah también a gritos.
“¡Que no cuentes a nadie cómo te hiciste con el caballo!”
“¿Y por qué no he de hacerlo?”
“¡Porque quizás un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y si la gente se ha enterado de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!”.

lunes, 16 de febrero de 2009

EL ZAR Y EL HALCÓN.

EL ZAR Y EL HALCÓN.
(LEON TOLSTOI)
Un día el Zar de Rusia se fue de cacería con un halcón. Después de haber caminado mucho le entró sed, y llevando sobre un brazo su halcón predilecto, se alejó a caballo, en busca de una fuente. Buscó mucho, y finalmente, encontró una vena de agua que goteaba lenta, lenta, de una roca. Puso una copa bajo aquel diminuto manantial y esperó con paciencia que se llenara.
Después trató de beber el agua recogida, pero el halcón se agitó y, con un golpe de ala, derramó la copa. De nuevo, el Zar llenó el recipiente y como lo vio lleno de agua fresca, trató de llevarlo a la boca. Pero también esta vez el halcón, revoloteando alrededor, derramó la copa.
Bastante contrariado, el Zar la llenó por tercera vez e hizo por beber. Pero el halcón se lanzó encima, esparciendo todo el agua alrededor.
Entonces el Zar, montado en cólera, tomó el halcón por el cuello y lo mató. Estaba por llenar otra vez la copa, cuando uno de sus siervos llegó al galope.
-“¡Majestad, no!, le gritó. ¡No beba esa agua! ¡Es una fuente envenenada!”.
El Zar arrojó lejos la copa y un velo de lágrimas cubrió su mirada.
-“¡Cuántos errores cometemos a causa de la precipitación y de la falta de reflexión!, dijo con amargura, recogiendo del suelo a su amigo muerto. ¡Guiado por su instinto, mi halcón, me ha salvado la vida por lo menos tres veces. Y he ahí cómo yo lo he recompensado.”

EL OSO Y LOS PANES.

EL OSO Y LOS PANES.
(LEON TOLSTOI)
A la posada de un pueblo llegó un día un artista ambulante, de aquellos que un tiempo actuaban en las plazas de los pueblos. Tenía consigo un oso amaestrado: una bestia alta, de casi dos metros, pero buena y mansa a pesar del terrible aspecto.
El artista decidió entrar a comer algo y a calentarse; y ató el oso a un palo fuera a la puerta. En su ánimo avaro no encontró lugar en pensamiento de que también su pobre oso tendría necesidad de comer y de calentarse.
Hacía un frío tremendo y el animal, en ayunas, aullaba por el hambre.
Al poco tiempo llegó una carreta cargada de panes frescos y olorosos. El carretero descendió, ató los dos caballos y entró en el local para comer. El oso empezó a oler con interés aquel buen perfume del pan. Después comprendió que el olor venía del carro, y con estirón rompió la cuerda que lo tenía atado. Se subió al carro y se puso a comer, con avidez, aquellos panecillos crujientes.
La gente huía asustada, frente a aquel espectáculo verdaderamente extraordinario: dos caballos enloquecidos y llenos de sudor que arrastraban un carro guiado por un oso terrible.
Pero los caballos, guiados por el instinto, se metieron por el camino de su aldea, y fueron a pararse delante de la puerta del panadero. Salió afuera alguno para ver qué novedad había…
A este punto, el oso se acordó de que era un oso amaestrado. Saltó del carro y empezó a dar espectáculo como le habían enseñado. Bailaba con movimientos tanto más graciosos cuanto más torpes, y extendía la pata como para pedir una moneda. La gente se agolpó alrededor de él con aplausos frenéticos: y los panecillos olorosos le llovieron alrededor, tantos que le quitaron el hambre por una semana.
Entonces el oso se alejó; ahora sabía proveerse por sí mismo. Y el patrón vagabundo tuvo que resignarse a caminar sin el oso.

LA ORACIÓN DEL ZAPATERO.

LA ORACIÓN DEL ZAPATERO.
(TRADICIONAL JUDÍO)
Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac y le dijo:
“No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a última hora del día, cuando regresan del trabajo, y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debe hacer con mi oración de la mañana?...
“¿Qué has venido haciendo hasta ahora?, preguntó el rabino.
“Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo, pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: ¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana…!”
Le respondió el rabino:
“Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración”.

CUANDO DIOS CREÓ A LA MADRE

CUANDO DIOS CREÓ LA MADRE.
(ERMA BOMBECK)
Un día, Dios decidió crear… la Madre.
Llevaba dándole vueltas al proyecto durante más de una semana, cuando aparece un ángel y le dice:
-Anda que el modelito te está haciendo perder el tiempo ¿eh?
Y Él:
-Es cierto. Pero ¿has leído los requisitos de fabricación? Debe ser lavable y transparente, pero no de plástico; tener ciento ochenta piezas móviles, todas recambiables y un corazón de oro, tierno a la vez; la cabeza en su sitio y unos labios capaces de dar un beso que lo cure todo… desde una herida en la rodilla… hasta un desengaño amoroso… y, además, seis pares de manos…
-¿Seis pares?
- Sí, por las tareas que le aguardan. Pero lo difícil no son las manos –dijo Dios- sino los tres pares de ojos que la madre debe tener.
-¿Tantos?
Dios asintió.
-Un par para ver detrás de la puerta cerrada, cuando pregunta: “¿Qué estáis tramando ahí dentro, hijos?”. Otro par detrás de la cabeza para ver lo que no pueda ver, pero que una madre no debe ignorar. Y otro par, además, para decir en silencio al hijo que se ha metido en un lío: “Te comprendo, hijo. A pesar de todo te sigo queriendo”.
-Señor –dijo el ángel echándole gentilmente un brazo por los hombros –vamos a descansar… Mañana será otro día.
-No puedo –respondió el Señor-. Casi está acabado. He fabricado un modelo que se cura sola si cae enferma, que sabe preparar una comida para seis con sólo medio kilo de carne picada y que es capaz de mantener quieto bajo la ducha a un chaval de cinco años.
El ángel dio una vuelta lenta alrededor del modelo de madre, contemplándolo con curiosidad.
-La encuentro demasiado delicada –dijo luego, chasqueando la lengua contra el paladar.
-¡Pero resistente! –replicó el Señor con aplomo-. Tú no tienes ni idea de lo que es capaz de soportar una madre.
-Pero ¿será capaz de pensar?
-La ofendes y me ofendes por dudarlo. No sólo tendrá inteligencia, sino que sabrá hacer un uso estupendo de la misma y cargar su razón de razones que acaban por convencerte.
Entonces el ángel se acercó al modelo de madre y le pasó un dedo por la mejilla.
-¡Hay una avería, una fuga! Pierde algo…
-No hay tal fuga –corrigió el Señor-. Se trata de una lágrima.
-Y eso ¿para qué sirve?
-Sirve para expresar la alegría, tristeza, desengaño, dolor, soledad… e incluso, orgullo por el hijo que tiene éxito.
-¡Estás hecho un genio! –exclamó el ángel.
Con una pizca de melancolía y de humor añadió Dios por lo bajo:
-Si te soy sincero, no he sido yo quien ha inventado las lágrimas… Pero está bien.

EL ZORRO Y EL GALLO.

EL ZORRO Y EL GALLO.
(ESOPO)
Un zorro hambriento se acercó con muy buenas palabras a un gallo, y pillándolo descuidado saltó sobre él y lo pescó. Pero viendo esto la gente, corrieron tras el zorro diciéndole:
-Deja el gallo que no es tuyo.
Oyendo esto el gallo, dijo al zorro:
-¿No oyes lo que dicen aquellos rústicos aldeanos? ¿Por qué no les respondes? Diles que yo no soy suyo sino tuyo; y que te llevas tu gallo y no el suyo.
El zorro hizo caso de estas razones, y dejando el gallo de la boca, dijo:
-Yo llevo mi gallo y no el vuestro.
En el mismo momento en que el zorro decía estas palabras, el gallo voló a un árbol vecino, y desde lo alto, dijo al zorro:
-Mientes, señor mío, porque yo soy de aquellos y no tuyo.
El zorro, dándose cuenta del engaño, se fue avergonzado.

EL SABIO Y LA TORTUGA.

EL SABIO Y LA TORTUGA
(DSUANG-TSE)
El sabio chino estaba pescando en el río y gozando de la paz que se respiraba en la orilla, cuando se acercaron dos altos oficiales para decirle:
“Nuestro Príncipe ha decidido darle el encargo de administrar el Estado”.
El sabio continuó pescando sin girar la cabeza. Después dijo:
“He oído hablar de una tortuga sagrada que murió a la edad de tres mil años. El Príncipe conserva cuidadosamente esta reliquia encerrada en un cofre en el templo de las Aves. Ahora pregunto, ¿qué os parece, aquella tortuga preferiría estar muerta y hacer venerar sus restos, o en cambio preferiría estar viva y menear la cola en el fango?”.
“Ciertamente preferiría estar viva y menear la cola en el fango”, respondieron al unísono los dos oficiales.
“Y entonces, ¡dejadme en paz!, no ansío ningún poder ni veneración. Prefiero estar vivo y consciente en lugar de encerrarme en los asuntos de palacio.”

LOS DOS HERMANOS

LOS DOS HERMANOS.
(CUENTO TRADICIONAL EGIPCIO).
Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales.
Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando:
-No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha: pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi ancianidad tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía…”
Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde su hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano.
También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo:
-“Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo?”.
Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco de grano al granero de su hermano.
Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron el uno con el otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Se explicaron los motivos y su relación de hermanos quedó fortalecida para siempre.
Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél.

CEGADOS POR EL ORO

CEGADOS POR EL ORO.
(CUENTO PERSA)
Había un hombre que deseaba poseer oro: tanto oro, todo el oro posible. Lo deseaba tan ardientemente que ya no tenía pensamiento para otro cosa, ni era capaz de desear nada más. El oro se había convertido para él en una obsesión anclada en su mente.
En las vitrinas de las joyerías y en los escaparates no veía que, además de los collares relumbrantes de oro, había también otras tantas cosas bellas.
Un día no pudo resistir más: entró derecho en la tienda de los joyeros, agarró de prisa un puñado de brazaletes de oro y salió corriendo.
Naturalmente, fue en seguida arrestado, y los policías le dijeron:
“¿Pero cómo pensabas poder escapar? La joyería estaba llena de gente.
“¿De verdad?”, dijo el hombre sorprendido. “No me había dado cuenta. Yo no veía más nada que el oro.”

LAS EDICIONES INVISIBLES.

LAS EDICIONES INVISIBLES.
(PARÁBOLA ZEN)
Tet-sugen, un alumno Zen, asumió un tremendo compromiso: imprimir siete mil ejemplares de unas oraciones, que hasta entonces sólo podían conseguirse en chino.
Viajó a lo largo y ancho del Japón recaudando fondos para su proyecto. Algunas personas adineradas le dieron hasta cien monedas de oro, pero el grueso de la recaudación lo constituían las pequeñas aportaciones de los campesinos. Y Tet-sugen expresaba a todos el mismo agradecimiento, prescindiendo de la suma que le dieran.
Al cabo de diez largos años viajando de aquí para allá, consiguió recaudar lo necesario para su proyecto. Justamente entonces se desbordó el río Uji, dejando en la miseria a miles de personas. Entonces Tet-sugen empleó todo el dinero que había recaudado en ayudar a aquellas pobres gentes.
Luego comenzó de nuevo a recolectar fondos. Y otra vez pasaron varios años hasta que consiguió la suma necesaria. Entonces se desató una epidemia en el país, y Tet-sugen volvió a gastar todo el dinero en ayudar a los damnificados.
Una vez más, volvió a empezar de cero y, por fin, al cabo de veinte años, su sueño se vio hecho realidad.
Las planchas con que se imprimió aquella primera edición de las oraciones Zen se exhiben actualmente en el monasterio de Obaku, de Kyoto.
Los japoneses cuentan a sus hijos que Tet-sugen sacó, en total, tres ediciones del libro de oraciones, pero que las dos primeras son invisibles y muy superiores a la tercera.

LA PLUMA EN EL CORAZÓN.

LA PLUMA EN EL CORAZÓN.
(DINO SEMPLICI)
Había una vez un pensador. Durante el día y gran parte de la noche, alrededor de su cabeza rondaban millares de pensamientos que él atrapaba con las sutiles redes de su mente y clavaba, uno detrás de otro, hasta llegar a formar larguísimas cadenas de férrea lógica.
El pensador sabía su profesión: excavaba, limaba, usaba el buril y el cincel, el bisturí y la hoja de afeitar.
Pero, precisamente por esto, sus obras eran como un bloque de hielo.
La gente las leía, es verdad, pero permanecía casi asustada. Un día su mejor amigo se lo hizo notar:
-¿Porqué no intentas mojar tu pluma en el corazón, y no sólo en el cerebro?
-Porque la tinta del corazón no puede expresar pensamientos, solo emociones y afectos, y éstos son como la niebla de la verdad.
Pasaron muchos años y, como sucede a muchos, un día el cerebro del pensador se bloqueó. Inmóvil en una poltrona, la pluma entre los dedos contraídos, los ojos agujereando el vacío, ningún pensamiento pasaba ya por la mente del hombre, ni siquiera uno con la luminosidad de una luciérnaga.
Un día el viejo amigo vino a visitarlo. Y cuál fue su sorpresa al ver, sobre el escritorio del pensador, una hoja de papel densamente cubierta de señales rojas: era una poesía, la poesía más bella que jamás había leído, cálida como una caricia y luminosa como el alba.
El pensador yacía unos metros más allá, volcado. Finalmente, había mojado su pluma en el corazón.

miércoles, 11 de febrero de 2009

POR UN TROZO DE PAN

POR UN TROZO DE PAN.
(BRUNO FERRERO)
Hacía más de veinte años que no pisaba una iglesia. Se acercó titubeante a un confesionario. Se arrodilló y, tras un instante de duda, se desahogó entre lágrimas:
-Tengo las manos manchadas de sangre. Fue durante la retirada del frente ruso. Cada día moría alguno de los nuestros. El hambre era terrible. Nos habían dicho que antes de entrar en las isbas (las cabañas de madera de la estepa rusa) pusiéramos la mano en el gatillo del fusil, listos para disparar a la primera señal de peligro. Yo había entrado en una de estas isbas, una vivienda de cuatro por seis metros. En su interior encontré a un anciano y una chica rubia de ojos azules, cargados de tristeza.
-Pan. ¡Quiero un poco de pan! –les ordené.
La chica se inclinó.
Yo pensé que iba a coger un arma, una bomba. Disparé sin pensarlo. Cayó boca arriba con un hilo de sangre en la comisura de los labios. Cuando me acerqué, vi que la chica apretaba en su mano un pedazo de pan. Había matado una chica de catorce años, una niña inocente que iba a darme un trozo de pan. Luego me di a la bebida intentando olvidar, pero ¿cómo? ¿Hay perdón para mí?

CUANDO DIOS CREÓ AL PADRE.

CUANDO DIOS CREÓ AL PADRE.
(ERMA BOMBECK)
Cuando Dios decidió crear al padre, empezó con una estructura más bien alta y robusta. Entonces un ángel que estaba allí cerca le preguntó:
-¿Pero qué clase de padre es éste? Si a los niños los vas a hacer enanos como tapones de botella, ¿dónde vas con un padre tan alto? No podrá jugar a las canicas sin ponerse de rodillas, recoger el embozo de las sábanas de su pequeño sin agacharse y casi ni besarlo sin romperse el espinazo.
A Dios le entraron ganas de reír y contestó:
-Llevas razón, pero si yo lo hago pequeño como un niño, los niños no tendrán a nadie a quien levantar la vista.
Luego, cuando Dios modeló las manos del padre, Dios las hizo grandes y musculosas. El ángel sacudió la cabeza y dijo:
-Pero… unas manos tan granes ¿cómo van a abrir y cerrar un imperdible, abotonar o desabotonar pequeños botones y, ni siquiera, atar las trenzas o quitar una espinilla del dedo?
Dios sonrió y dijo:
-De acuerdo, pero son lo suficientemente grandes para coger todo lo que cabe en el bolsillo de un niño y lo suficientemente pequeñas como para poder acoger en la palma su carita.
Dios estaba creando los dos pies más enormes que jamás se hubieran visto, cuando el ángel saltó:
-Es una injusticia. Pero ¿es que tú crees que esas dos grandes barcazas van a lograr saltar de la cama por la mañana temprano cuando llora el bebé? ¿O a pasar entre una bandada de niños mientras juegan en la arena sin aplastar por lo menos a un par de ellos?
De nuevo a Dios se le escapó una sonrisa y respondió:
-Tranquilo. Verás como funcionan. Servirán para sostener en vilo a un niño que quiere jugar al caballito o para ahuyentar los ratones en la casa del pueblo o incluso para calzar las botas que no servirían a nadie más.
Dios se quedó trabajando toda la noche, dándole al padre pocas palabras pero una voz grave y con autoridad, ojos bien abiertos capaces de verlo todo y a la vez serenos y comprensivos… Al final, se quedó un poco pensativo y le añadió un pequeño detalle: las lágrimas. Luego se giró hacia el ángel y comentó:
-Los hombres también lloran… Y ahora, ¿te convences de que un padre es capaz de amar tanto como una madre?

EL PELÍCANO.

EL PELÍCANO.
(LEONARDO DA VINCI. FÁBULAS)
Cuando el Pelícano se fue en busca de alimento, una serpiente escondida entre las ramas fue arrastrándose hasta el nido. Los pequeños dormían tranquilos.
Se acercó la serpiente, y con un fulgor malvado en los ojos dio inicio a la matanza. Una mordida venenosa a cada uno, y los pobrecillos pasaron inmediatamente del sueño a la muerte.
La serpiente, satisfecha, volvió a su escondite, para esperar la llegada del Pelícano. De hecho, al cabo del rato, el pájaro retornó.
Al ver aquella matanza, empezó a llorar, y su lamento era tan desesperado que todos los habitantes del bosque lo escuchaban conmovidos.
“¿Qué sentido tiene ahora mi vida sin vosotros?”, decía el pobre padre mirando a sus hijos asesinados. “¡Quiero morir también yo como vosotros!”.
Y con el pico se puso a desgarrarse el pecho, precisamente sobre el corazón. La sangre brotaba a borbotones por la herida, empapando a los pequeños asesinados por la serpiente.
De repente el Pelícano, ya moribundo, se estremeció. Su sangre caliente había dado vida a sus hijos; su amor los había resucitado. Y entonces, todo feliz, inclinó la cabeza y expiró.

LAS MONAS VIAJERAS

LAS MONAS VIAJERAS.
(GIANNI RODARI, CUENTOS POR TELÉFONO)
Un día las monas decidieron hacer un viaje de aprendizaje. Camina que camina, se pararon y una preguntó:
-¿Qué es lo que se ve?
-La jaula del león, el estanque de las focas y la casa de la jirafa.
-Qué grande es el mundo y qué instructivo es viajar.
Siguieron el camino y se pararon sólo al mediodía.
-¿Qué es lo que se ve ahora?
-La casa de la jirafa, el estanque de las focas y la jaula del león.
-Qué extraño es el mundo y qué instructivo es viajar.
Se pusieron en marcha y se pararon sólo a la puesta del sol.
-¿Qué hay para ver?
-La jaula del león, la casa de la jirafa y el estanque de las focas.
-Qué aburrido es el mundo: se ven siempre las mismas cosas. Y viajar no sirve precisamente para nada.
Claro: viajaban, viajaban, pero no habían salido de la jaula y no hacían más que dar vueltas en redondo como los caballos en un tiovivo.

LA SORTIJA MÁGICA

LA SORTIJA MÁGICA.
(BRUNO FERRERO)
Un rey convocó a la corte a todos los magos del reino y les dijo:
-Querría ser siempre un buen ejemplo para mis súbditos. Presentarme siempre como un hombre fuerte y seguro, sereno e impasible frente a las vicisitudes de la vida. Me ocurre a veces que me encuentro triste o deprimido por una mala noticia. Otras veces una alegría imprevista o un gran éxito me ponen en un estado de sobreexcitación anormal. Todo esto no me gusta. Me hace sentirme como una brizna que lleva el viento de la suerte. Fabricadme un amuleto que me proteja de estos estados de ánimo y estos cambios de humor, tanto tristes como alegres.
Uno tras otro, los magos se echaron atrás. Sabían hacer amuletos de todas clases para los incautos que se acercaban a pedirles ayuda, pero no era fácil engatusar a un rey. Y a un rey que, además, pretendía un amuleto de efecto tan difícil.
El rey estaba a punto de estallar de ira, cuando se adelantó un viejo sabio que dijo:
-Majestad, mañana te traeré el anillo que buscas. Cada vez que lo mires, si estás triste te pondrás alegre y si ten encuentras nervioso, podrás calmarte. Simplemente bastará que leas la frase mágica en el anillo grabada.
Al día siguiente el viejo sabio volvió y, en medio de un silencio general, ya que todos tenían curiosidad por conocer la frase mágica, alargó el anillo al rey.
El rey lo miró y leyó la frase grabada sobre el aro de plata: “También esto pasará”.

OBSERVACIÓN

OBSERVACIÓN.
Un célebre cirujano vienés decía a sus alumnos que, para ser cirujano, se requerían dos cualidades: no sentir náuseas y tener capacidad de observación. Sin ellas, les insistía, es imposible llegar a ser un buen cirujano, porque estas dos cualidades siempre deben presidir las actuaciones médicas.
Terminada su explicación, ilustrada con abundantes ejemplos, quiso poner a prueba a sus alumnos y alumnas mediante un ejercicio práctico. Para hacer una demostración, introdujo uno de sus dedos en un líquido nauseabundo, se lo llevó a la boca y lo chupó. Luego pidió a sus alumnos y alumnas que hicieran lo mismo. Y ellos, armándose de valor, le obedecieron sin vacilar.
Entonces, sonriendo astutamente, dijo el cirujano: “Señoritas y caballeros, no tengo más remedio que felicitarles por haber superado la primera prueba. Pero, desgraciadamente, no han superado la segunda, porque ninguno de ustedes se ha dado cuenta de que el dedo que yo he chupado no era el mismo que había introducido en ese líquido”.

LOS MONJES Y EL LADRILLO

LOS MONJES Y EL LADRILLO.
(APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Dos monjes vivieron largos años en la misma celda, sin que jamás tuvieran entre ellos una disputa.
Un día uno dijo al otro.
“Intentemos reñir un poco entre nosotros como hace la gente”.
El otro respondió:
“No sé que es reñir”.
Y el primero:
“Fíjate bien: entre tú y yo pongo un ladrillo, y empiezo diciendo: éste es mío. Y tú respondes: no, no es tuyo, es mío; los litigios empiezan siempre de este modo”.
Pusieron en medio un ladrillo, y uno dijo:
“Este es mío”
Y el otro respondió:
“No, es mío”.
Y el primero:
“Si es tuyo tómalo y vete en paz”.
Y no lograron pelearse entre ellos.

EL CABALLO Y EL LEÓN

EL CABALLO Y EL LEÓN.
(ESOPO)
Un león que no podía ya cazar por su extremada vejez, trató de matar a un caballo que pacía en el campo.
Para esto fingió ser médico, y se llegó a él preguntándole por su salud.
El caballo conociendo el engaño, y la mala intención del león, le respondió con disimulo, que estaba muy malo, pues se le había metido una espina en una pata; y le dijo:
“Amigo, cuánto me alegro de tu venida, pues creo que los dioses te han traído aquí para darme salud, ve pues la manera de sacarme esta espina, que me molesta mucho”.
El león fingiendo que sentía su mal, se ofreció a sacársela, pero siempre con la intención de matarle.
Púsose el caballo en buna posición para lograr su intento, y al tiempo de ir el león a sacarle la espina, le dio un par de coces en la frente, y se escapó, dejando al león tendido en el suelo.
Cobrando después el león el sentido, se levantó, y viéndose en tal mal estado, y que el caballo no aparecía, dijo para sí:
“Con harta razón sufro esto, pues el caballo justamente me ha devuelto un engaño por otro”.

LAS MARIPOSAS Y LA LUZ

LAS MARIPOSAS Y LA LUZ
(LEYENDA ÁRABE)
Una noche las mariposas se reunieron, con el ansia de conocer la llama. Decían:
“Es necesario que alguien nos dé alguna noticia”.
Una de ellas se acercó a un castillo, y desde afuera vio, a lo lejos, la luz de una vela. Contó su impresión, según lo que había podido entender.
Pero la mariposa que presidía la asamblea no se dio por satisfecha.
“No sabes nada de la llama” dijo.
Partió otra, y penetró en el castillo, tocando la vela, pero manteniéndose lejos de la llama. También esa reportó un pequeño manojo de secretos, contando su encuentro con la vela. Pero la sabia mariposa le dice:
“Tampoco esto es un informe, querida. Tu relación vale tanto como la otra”.
Partió una tercera, y ebria, ebria se posó, moviendo las alas, sobre la llama. Estiró las patas y la abrazó, perdiéndose alegremente en ella.
Envuelta completamente por el fuego, sus miembros se pusieron rojos como el fuego. Cuando una sabia mariposa la vio desde lejos, convertida en una sola cosa con la llama, ya del color de la luz, dijo:
“Sólo ésta ha alcanzado el objeto. Sólo esa, ahora, sabe algo de la llama”.

EL SILENCIO

EL SILENCIO.
El abuelo y la abuela se habían peleado, y la abuela estaba tan enojada que no le dirigía la palabra a su marido.
Al día siguiente, el abuelo había olvidado por completo la pelea, pero la abuela seguía ignorándole y sin dirigirle la palabra. Y, por más esfuerzos que hacía, el abuelo no conseguía sacar a la abuela de su mutismo.
Al fin, el abuelo se puso a revolver armarios y cajones. Y cuando llevaba así unos minutos, la abuela no pudo contenerse y le gritó airada:”¿Se puede saber qué demonios estás buscando?”
“¡Gracias a Dios, ya lo he encontrado!” –le respondió el abuelo con una maliciosa sonrisa-.
“¡Tu voz!”

EL ARPA DE PEIWOH

EL ARPA DE PEIWOH
(J. FÉLIX)
Había una vez un árbol bellísimo que un mago logró transformar en un arpa encantada. Pero el espléndido instrumento dejaría salir sus notas melodiosas, si fuese tocado sólo por los dedos del músico más grande del mundo.
Inútilmente, su propietario, el Emperador de China, invitó a los mejores artistas a tocar aquel arpa: no lograron más que desentonaciones que hacían rechinar dientes y orejas.
Al final se presentó Peiwoh, el príncipe de los artistas. Al contacto de sus dedos empezó a salir del arpa una melodía maravillosa en la cual se podían recoger todas las armonías de la naturaleza: el esplendor del bosque al salir el sol, la dulzura del claro de luna, el silbido del viento, la espuma cariñosa de las olas del mar. Se percibían también las fragantes melodías que salen de la tierra en todas las estaciones.
El Emperador y su Corte estaban enmudecidos por la admiración.
“¿Cuál es el secreto de tu arte?”, se le preguntó a Peiwoh.
Él respondió:
“Todos los demás músicos han fallado porque sólo buscaban expresarse a sí mismos, yo, en cambio, he tratado de olvidarme. ¡Dejo libre el arpa para escoger su tema, para expresar su música, su melodía y en realidad, cuando toco, no sé si el arpa es Peiwoh o si Peiwoh es el arpa.

LA ALONDRA Y LAS RANAS

LA ALONDRA Y LAS RANAS
(FÁBULA DE GHUANG-TZU)
Había una vez un pueblo de ranas que vivía en el fondo de un pozo oscuro, desde el cual no se podía ver nada del mundo de afuera. Estaban gobernadas por una grande Rana jefe que pretendía ser el dueño del pozo y de todo lo que allí nadaba y se arrastraba.
La Rana Jefe vivía del trabajo de las numerosas ranas esclavas con las cuales compartía el pozo. Estas pasaban todas las horas de sus oscuros días y casi todas las horas de las también oscuras noches, trabajando continuamente para engordar a la Rana Jefe.
Sucedió que una alondra excéntrica quiso bajar volando al pozo y contar a las ranas todas las cosas maravillosas que había visto viajando por el gran mundo de afuera: el sol, la luna, las estrellas, los montes, los valles, y lo que significaba lanzarse en el espacio infinito que estaba sobre ellas.
De vez en cuando, la alondra iba de visita y la Rana Jefe mandaba escuchar a las esclavas todo lo que ella les decía, explicando que todas aquellas maravillas no eran otra cosa que la tierra feliz “donde van todas las ranas buenas como recompensa después de una vida de sufrimiento”.
Pero pensaba que aquel pájaro extraño estaba completamente loco. Las ranas esclavas, en un primer momento, se habían dejado engañar acerca de todo lo que el Jefe quería hacerles creer, pero después fueron convencidas por ciertas ranas pensadoras que aquel pájaro había sido usado por la Rana Jefe para tenerlas dominadas con la esperanza del futuro.
“Esta es una mentira”, cantaban amargamente las ranas esclavas.
Pero entre ellas había una rana filósofo, que, después de mucho pensar, sugirió:
“Aquello que dice la alondra no es propiamente una mentira, y no es tampoco fruto de su locura. Aquello que la alondra quiere decirnos verdaderamente, es qué hermoso lugar podremos hacer de este infeliz pozo si usáramos nuestras mentes. Cuando canta los cielos límpidos y ventilados, se refiere a la ventilación de la cual podremos gozar, en vez de este aire húmedo y fétido; cuando canta al sol y a la luna, se refiere a los métodos de iluminación que podemos introducir para dispersar las tinieblas en las que vivimos. Algo todavía más importante, cuando canta que hay que levantar vuelo sin frenos hasta las estrellas, alude a la libertad de la que gozaremos cuando nos quitemos de las espaldas el peso de la Rana Jefe. Por lo tanto, no debemos despreciar a este pájaro, sino al contrario apreciarlo por la inspiración que nos ha dado”.
Y cuando, finalmente, vino la resolución, las sugerencias de la alondra tan apreciadas que las ranas esclavas la pintaron en sus banderas. Después de la destitución de la Rana Jefe el pozo fue iluminado y ventilado magníficamente, y transformado en un lugar más confortable para vivir.
Aún más, las ranas gozaron de un nuevo tiempo libre, y de muchos placeres de los sentidos, exactamente como les había predico la rana filósofo.
Pero la excéntrica alondra iba todavía de visita al pozo, a cantar sus maravillas.
“Quizás –conjeturó el filósofo- este pájaro está verdaderamente loco. Es cierto que no tenemos ya necesidad de estos cantos enigmáticos, y es fastidioso escuchar sus fantasías, ahora que han perdido su importancia social.”
Así, un día las ranas atraparon a la alondra, y, después de haberla matado, la cubrieron de paja y la pusieron en su museo cívico. Pero en una de las ranas se insinuó la duda de que aquel mundo maravilloso del que había hablado la alondra, existiera de verdad, y que fuese más bien la verdadera realidad.
Y tanto se persuadió, con el pasar del tiempo, que tomó por fin la decisión de ir a conocerlo, y en medio del estupor de todas, un día salió del pozo, con la esperanza de ser seguida, más allá de los confines del pozo artificialmente iluminado, por otras ranas.

viernes, 6 de febrero de 2009

EL REY PRUDENTE

EL REY PRUDENTE.
(POPULAR DE AFGANISTÁN)
Bahaudin era un príncipe poderoso, activo en administrar los asuntos de estado y despreocupado por las cosas de la mente.
Un día decidió que algo debía hacerse respecto al gran número de bribones y vagabundos que habían ido a vivir al abrigo de su próspero dominio.
Ordenó a los guardias que, en un mes a partir de ese día, todos los vagabundos y pedigüeños deberían ser arrestados y llevados al patio de su castillo para ser juzgados.
Cierto sabio sufí, que era consejero y miembro de la corte de Bahaudin, pidió permiso para ausentarse y emprender un viaje.
Cuando llegó el día designado, los guardias reunieron a todos los vagabundos y se los hizo sentar en un grupo enorme a la espera del rey Bahaudin.
Viendo tanta gente indeseable sentada delante de su fortaleza, el rey Bahaudin se encolerizó en extremo. Hizo un discurso y terminó diciendo:
- La corte decreta que todos seáis azotados por malhechores y causantes de descrédito para nuestro reino.
En medio de los prisioneros, el sabio sufí vestido con harapos, se irguió y dijo:
- ¡Oh, Príncipe de la familia del profeta! Si un consejero de tu propia corte ha sido arrestado a causa de su ropa y eso ha bastado para que lo consideren un malhechor, debemos proceder con cuidado. Si basta con la vestimenta para saber que somos malhechores, existe el peligro de que la gente aprenda esta costumbre y empiece a juzgar a gobernantes como tú, sólo por su traje y no por su valor interno. ¿Qué le ocurriría a la institución del gobierno justo?
Oído esto, Bahaudin abandonó su trono y se dedicó a la reflexión. Está enterrado cerca de Kabul en Afganistán, donde se le considera uno de los más grandes maestros de la sabiduría que han existido.

EL FRUTO EN EL AGUA

EL FRUTO EN EL AGUA.
(CUENTO DE LA ISLA DE ZANZÍBAR)
Una mujer se acercó a la fuente: un pequeño y limpio espejo entre los árboles del bosque.
Mientras sumergía el ánfora para pozar el agua, descubrió en el agua un grueso fruto rosado, tan hermoso que parecía decir:
“¡Tómame!”.
Alargó el brazo para cogerlo, pero aquél desapareció, y apareció sólo cuando la mujer retiró la mano del agua.
Así por dos o tres veces.
Entonces la mujer se puso a sacar agua para agotar la fuente. Trabajó mucho, sin quitar la vista al fruto misterioso; pero cuando sacó toda el agua, se dio cuenta de que el fruto ya no estaba.
Desilusionada por aquel encantamiento, estaba por marcharse, cuando oyó una voz entre los árboles (era un pájaro sabio):
“¿Por qué buscas abajo? El fruto está allá arriba…”
La mujer levantó los ojos y, colgado a una rama sobre la fuente, descubrió el fruto, del cual había visto en el agua sólo el reflejo.
¿No nos sucede un poco así a todos nosotros, cuando buscamos en tierra, o incluso en el pozo, aquel bien que está en lo alto?

LA FUERZA DEL HAMBRE.

LA FUERZA DEL HAMBRE.
(CUENTO ZEN)
Esta historia transcurre en el Japón durante un período de hambre.
Un campesino que no tenía con qué alimentar a su familia se acuerda de la costumbre que promete una fuerte recompensa al que sea capaz de desafiar y vencer al maestro de una escuela de sable. Aunque no había tocado un arma en su vida, el campesino desafía al maestro más famoso de la región.
El día fijado, ante numeroso público, los dos hombres se enfrentan. El campesino, sin mostrarse nada impresionado por la reputación de su adversario, lo espera a pie firme, mientras que el maestro de sable, estaba un poco turbado por tal determinación.
“¿Qué será este hombre?”, piensa. “Jamás ningún villano hubiera tenido el valor de desafiarme. ¿No será una trampa de mis enemigos?”.
El campesino, acuciado por el hambre, se adelanta resueltamente hacia su rival. El maestro duda, desconcertado por la total ausencia de técnica de su adversario.
Finalmente, retrocede movido por el miedo. Antes incluso del primer asalto, el maestro siente que será vencido. Baja su sable y dice:
- Usted es el vencedor. Por primera vez en mi vida he sido abatido. Entre todas las escuelas de sable, la mía es la más renombrada. Es conocida con el nombre de “La que con un solo gesto da diez mil golpes”. ¿Puedo preguntarle, respetuosamente, el nombre de su escuela?
- La escuela del hambre – responde el campesino.

EL AMIGO DEL OSO

EL AMIGO DEL OSO.
(PROVERBIO ÁRABE)
Un hombre bueno, viendo que una serpiente venenosa atacaba a un oso, fue a socorrerlo y lo libró de la serpiente.
El oso fue tan sensible a la bondad que había demostrado el hombre con él, que le siguió por donde quiera que fue y se hizo su esclavo fiel, protegiéndole de cualquier cosa que le molestara y haciéndole muchos favores.
Un día, el hombre estaba durmiendo y el oso, de acuerdo con su costumbre, estaba sentado a su lado, espantando las moscas, sobre todo aquellas que intentaban posarse en la cara de su amo y salvador.
Las moscas se volvieron tan persistentes en sus molestias que el oso perdió la paciencia y, agarrando la piedra más grande que pudo encontrar, se la arrojó con la intención de matarlas, pero, desafortunadamente, las moscas escaparon y la piedra cayó sobre la cabeza del durmiente, aplastándola.
La moraleja es: “Hay que saber ayudar a los demás con inteligencia”.

AUSTERIDAD

AUSTERIDAD
(DE LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO)
Vivían en una misma celda dos frailes bastante conocidos por su humildad y paciencia. Poco a poco, pasando los años, habían acomodado su nido eremítico de una manera perfecta.
La celda la habían hecho de mimbres y toda pintada: alrededor habían hecho un hermoso huerto con riachuelos de agua que venían de un manantial cercano, los cuales lo mantenían fresco todo el año y con tantas hortalizas y frutos que podían regalarle a los otros ermitaños. No faltaban ni siquiera pequeños macizos de flores y de hierbas olorosas que servían para adornar el pequeño altar del oratorio.
Un día un viejo monje, que había oído hablar de las grandes virtudes de estos dos hermanos, quiso cerciorarse en persona:
“Iré a ver”, dijo, “si es oro todo lo que reluce”.
Recibido con mucha reverencia y hecha oración, pidió ver el jardín.
“Venga, venga”, dijeron los dos, y lo acompañaron.
“Bello, bello”, decía el viejo arrugando la nariz: “Demasiado bello para unos eremitas…”
Y, tomando un bastón, se puso a zarandearlo con gran furia a diestra y siniestra, golpeando las berzas, la ensalada, los pepinos, las flores.
Parecía enloquecido. Los dos estaban allí, con los brazos cruzados, mirándolo, y apenas tuvieron el aliento para decir:
“¡Oh Dios!”, pero no añadieron otra cosa.
Más tarde, arrojados a los pies de aquel santo Padre que, mientras tanto, se había sentado a la sombra a secarse el sudor, le dijeron:
“Padre, si te agrada, iremos a recoger algo de aquella berza que ha quedado, y así la coceremos y la comeremos los tres juntos”.
El viejo no creía lo que estaba viendo: todo admirado, los abrazó y dijo:
“Doy gracias a Dios, porque verdaderamente el Espíritu de Dios que es paciente habita en vosotros”.

lunes, 2 de febrero de 2009

LA ENSEÑANZA DEL ANCIANO

LA ENSEÑANZA DEL ANCIANO.
(POPULAR CHINO)
Hacía ya algún tiempo que un experto luchador de Kung fu se había instalado en un pequeño pueblo aislado, y comenzaba a sentirse a sus anchas ya que el miedo que inspiraba a los lugareños le permitía convertirse en el “señor” del lugar.
Lo que más apreciaba por encima de todo, era ver que nadie osaba enfrentarse a él ni cruzarse en su camino.
Pero llegó un día en que un anciano de larga y blanca barba no le cedió el paso y continuó su camino justo delante de él. Fiel a su terrible imagen, el experto artista marcial intentó empujar al viejo, pero su cuerpo se encontró con el vacío, ya que el anciano había esquivado el empujón. Furioso, el luchador se abalanzó sobre el anciano y comenzó a golpearle; en medio de la pelea el anciano intentaba torpemente parar los golpes. Lo único que consiguió fue rozar levemente el cuerpo del maestro de Kung fu. Pero no era un contrincante digno para él y pronto el anciano rodó por el suelo.
Satisfecho con la lección que acababa de dar al anciano, el agresivo luchador dejó allí el cuerpo inanimado del viejo que había osado resistírsele. Cuando el agresor se alejó, el anciano abrió un ojo y luego el otro. Torpemente se levantó, se sacudió el polvo y continuó tranquilamente su camino.
Los días fueron pasando y el luchador cada vez se sentía menos en forma, notando un gran malestar en su cuerpo que se tomaba cada vez más débil; tenía problemas de respiración y la cabeza le dolía frecuentemente.
Un día sintió tales escalofríos acompañados de fiebre, que tuvo que quedarse en la cama ya que no tenía fuerzas para moverse y apenas podía hablar. Después de haber meditado largamente sobre la razón de su malestar y debilidad, sólo halló una explicación probable: el ligero golpe que había dado al anciano, sin duda habría tocado algún punto vital, y su efecto se manifestaba ahora.
Comprendiendo finalmente que el anciano le había dado una buena lección, el experto artista marcial advirtió cuál engañosas son las apariencias y cuánto había vivido hasta entonces en la ilusión de su fuerza.
Embargado por un verdadero remordimiento, envió a buscar al viejo para pedirle perdón por su incalificable conducta y para darle las gracias por haberle abierto los ojos.
El anciano vivía en un pequeño templo cercano al pueblo, por lo que no tardó en llegar. El mismo anciano decidió curarle, impresionado por el sincero arrepentimiento del matón. Así, tras varias sesiones de Tui-Na, acupuntura y un tratamiento de hierbas medicinales, el luchador pudo ponerse en pie y recuperó sus fuerzas; entonces suplicó humildemente al anciano que lo aceptara como su alumno, poseído por una verdadera necesidad de aprender.
De esta manera se quedó junto al anciano hasta que éste murió. Luego volvió al pueblo, pero ahora su presencia ya no inspiraba miedo, sino un apacible respeto.

OTRO MENDIGO MAS

OTRO MENDIGO MÁS.
Los vecinos del místico musulmán Farid lograron persuadir a éste de que acudiera a la Corte del Emperador y obtuviera de Akbar un favor para la aldea. Farid no estaba muy convencido de las posibilidades del emperador, pero por contentar a sus vecinos se fue a la Corte.
Cuando llegó a ella no le dejaron pasar porque el emperador Akbar se encontraba haciendo sus oraciones.
Cuando, al fin, el emperador se dejó ver, Farid le preguntó: “¿Qué estabas pidiendo en tu oración?”.
“Le suplicaba al Todopoderoso que me concediera éxito, riquezas y una larga vida”, le respondió Akbar.
Farid se volvió, dando la espalda al emperador, y salió de allí mascullando: “Vengo a ver a un emperador… ¡y me encuentro con un mendigo que es igual que todos los demás!: Sólo sabe pedir”.

EL CUENCO DE LECHE

EL CUENCO DE LECHE.
El sabio indio Narada era un devoto de Dios. Tan grande era su devoción que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.
El Señor leyó su corazón y le dijo: “Narada, ve a la ciudad que hay a las orillas del río Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía.”
Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre de Dios una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Dios. Y Narada pensó: “¿Cómo puede ser un devoto de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?”
Entonces el Señor le dijo a Narada: “Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota”.
Narada hizo lo que se le había ordenado.
“¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad? – le preguntó el Señor.
“Ni una sola vez, Señor”, respondió Narada. “¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?
Y el Señor le dijo: “Ese cuenco ha absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino, que a pesar de tener que trabajar y cuidar de toda una familia, se acuerda de mí dos veces al día…

CUESTIÓN DE FE

CUESTIÓN DE FE.
(LEYENDA HINDÚ)
El Señor decidió un día crear al hombre, es decir, un ser capaz de hacer todavía más bella la ya hermosa creación.
A este anuncio, los ángeles se agitaron, no por celos de la nueva creatura, sino por desconfianza hacia la nueva obra, que a ellos le parecía inconcebible e inactual.
Tomaron, pues una actitud crítica respecto al Señor, casi temiendo que la gran fatiga de la creación hubiese despojado a Dios de criterio, sentido común y sabiduría.
Los ángeles no lograban entender un ser que tenía que participar del mundo inferior y del mundo superior. Un pedazo de tiempo incrustado en la eternidad; la contradictoria coexistencia de lo material con lo espiritual.
La cosa no era razonable para los ángeles, no era ni siquiera posible para Dios; era necesario impedir a toda costa que el Señor realizase su proyecto.
Por lo tanto, se organizó una asamblea. Se preparó una especie de orden del día, en la cual, considerando que lo espiritual no podía estar unido a lo material, intimaban al Creador a no llevar a efecto aquel proyecto.
La orden del día fue sometida a votación por unanimidad y un querubín se encargó de someterla a la consideración divina.
El Señor leyó. Frunció las cejas. Releyó. La orden del día no tenía ningún error, y revelaba en la redacción un notable discernimiento crítico.
A pesar de eso, el Señor movió la cabeza, poco persuadido. Miró fijamente al ángel y le dijo con firmeza:
“Todo es justo; todo es verdad; pero lo que quiero hacer no es cuestión de filosofía”.
“¿Y de qué es entonces?” preguntó sumisamente el querubín.
“El hombre”, sentenció el Señor, “para mí es cuestión de fe y confianza”.
Calló. Un instante después confirmó: “La persona humana es cuestión de fe”.

COMIDA DE SORPRESA

COMIDA DE SORPRESA.
(EJEMPLOS DE LA INDIA)
Varios oficiales del ejército inglés colonial comían en una ciudad de la India. Les había invitado una atractiva señora inglesa que acompañaba a su marido en sus negocios y trabajos.
La conversación cae sobre la calma y sobre la presencia de espíritu de las mujeres, y más concretamente sí en caso de peligro hay que dar más confianza a los hombres o a las mujeres.
Los oficiales y funcionarios presentes sostenían que, en caso de peligro, las mujeres se volvían histéricas. Todos estuvieron de acuerdo en esa apreciación acerca de las mujeres, excepto la joven dueña de la casa.
Esta mujer joven, mientras todos discurrían acerca de la debilidad de las mujeres, llamó a un siervo hindú:
“Alí”, le dijo la señora, “ve enseguida a traer una taza de leche y ponla en el suelo”.
Abriendo los ojos por el temor, el siervo salió corriendo, y regresó con la escudilla de leche y la posó en el suelo cerca de la mesa. Después se retiró.
Fu entonces cuando de debajo de la mesa salió algo largo y grueso, color oscuro amarillento con manchas negras y blancas… La cobra se acercó a la leche, y enseguida los siervos hindúes le cayeron encima y la mataron.
“¡Menos mal que hemos sido capaces de matar a esta cobra tan venenosa!”, dijo jadeante un coronel, secándose la cara pálida por el susto.
“¿Pero cómo diablos sabías que había una serpiente debajo de la mesa?”, preguntó el coronel a la dueña de la casa, que sonreía de satisfacción contemplando el desenlace de la escena.
“Se me había enrollado en la pierna”, respondió con calma la patrona de la casa.

LA CAMA DEL SABIO

LA CAMA DEL SABIO.
(CUENTO ÁRABE)
Un sabio era conocido por todos por su inalterable paciencia, tanto que corría la voz de que no se había airado jamás en su vida por nada.
Dudando del hecho, algunos amigos se pusieron de acuerdo con su sirvienta para que hiciera de todo para hacerlo montar en cólera.
A una sirvienta no le faltan ocasiones de este tipo; pero un arroz quemado o un vaso roto, ciertamente, no podían mover a un tipo como su señor que desde siempre había dado muestras de un inalterable control de sí mismo.
Entonces decidió no hacerle la cama por la mañana; la dejaba así como estaba, limitándose sólo a arreglarla un poco. Y el sabio, por la noche, se acostaba pacíficamente en su cama deshecha.
Así hizo por algún día y el sabio no se alteró ni lo más mínimo. Después la sirvienta compadecida volvió a hacer la cama. Pero el sabio le dijo:
“¿Por qué has vuelto a hacerme la cama? ¡Yo ya me he acostumbrado a la cama deshecha, y duermo mejor que antes!”.

LA LIEBRE

LA LIEBRE.
(IDRIES SHAH)
Había una vez una liebre que se tenía orgullosa de poseer orejas tan finas y tan largas. Sin embargo, se dio cuenta de que las puntas se le congelaban los días más fríos.
Entonces, decidió mantener los ojos bien abiertos todo el tiempo, de modo que pudiera ver la llegada del frío a tiempo para evitarlo.

EL REGRESO

EL REGRESO.
Érase una vez un cantero que todos los días subía a la montaña a cortar piedras. Mientras trabajaba, no dejaba de cantar, porque, a pesar de ser pobre, no deseaba tener más de lo que tenía, de modo que vivía sin la menor preocupación.
Un día le llamaron para que fuera a trabajar en la mansión de un rico aristócrata. Cuando vio la magnificencia de la mansión, sintió por primera vez en su vida el aguijón de la codicia y, suspirando, se dijo: “¡ Si yo fuera rico, no tendría que ganarme la vida con tanto sudor y esfuerzo como lo hago…!”.
Y para su asombro, oyó una voz que decía: “Tu deseo ha sido escuchado. En adelante se te concederá todo cuanto desees”. El hombre no entendió el sentido de aquellas palabras hasta que, al regresar aquella noche a su cabaña, descubrió que en su lugar había una mansión tan espléndida como aquella en la que había estado trabajando. De modo que el cantero dejó de cortar piedras y comenzó a disfrutar la vida de los ricos.
En un caluroso día de verano, se le ocurrió mirar por la ventana y vio pasar al rey con su gran séquito de nobles y esclavos. Y pensó: “¡Cómo me gustaría ser rey y disfrutar del frescor de la carroza real!”. Su deseo se cumplió: al instante se encontró sentado dentro de una confortable y regia carroza. Pero esta resultó ser más calurosa de lo que él había supuesto. Entonces miró por la ventanilla y admiró el poder del sol, cuyo calor podía atravesar incluso la espesa estructura del carruaje. “Me gustaría ser el sol”, pensó para sí. Y una vez más vio cumplido su deseo y se encontró emitiendo olas de calor hacia todos los puntos del Universo.
Todo fue muy bien durante algún tiempo. Pero llegó un día lluvioso y, cuando intentó atravesar una espesa capa de nubes, comprobó que no podía hacerlo. De manera que al instante se vio convertido en nube y gloriándose en su capacidad de no dejar pasar al sol…, hasta que se transformó en lluvia, cayó en tierra y se irritó al comprobar que una enorme roca le impedía el paso y le obligaba a dar un rodeo.
“¿Cómo?”, exclamó. “¿Una simple roca es más poderosa que yo? ¡Entonces quiero ser roca!”. Y enseguida se vio convertido en una gran roca en lo alto de la montaña. Pero, apenas había tenido tiempo de disfrutar de su nueva apariencia, cuando oyó unos extraños ruidos procedentes de su pétrea base. Miró hacia abajo y descubrió, consternado, que un diminuto ser humano se entretenía en cortar trozos de piedra de sus pies.
“¿Será posible?”, gritó. “Una insignificante criatura como esa es más poderosa que una imponente roca como yo? ¡Quiero ser un hombre!”. Y así fue como, una vez más, se vio convertido en un cantero que subía todos los días a la montaña para ganarse la vida cortando piedras con sudor y esfuerzo, pero cantando en su interior, porque se sentía dichoso de ser lo que era y vivir con lo que tenía.

LA VISION

LA VISIÓN.
Un tren cruzaba a gran velocidad un valle rodeado de suaves colinas. Era el momento de la puesta de sol, y el espectáculo era realmente impresionante: las nubes se teñían de variados colores, las masas de pinos que trepaban por las colinas se recortaban contra el cielo, las colinas adquirían matices violáceos, bandadas de pájaros cruzaban el cielo… Dentro del tren estaban poniendo una película de vídeo, y absolutamente todos los pasajeros la contemplaban hechizados… excepto uno, que, con la cabeza vuelta hacia el cristal de la ventana, permanecía absorto en la visión de aquel paisaje.
(La felicidad no es una meta a la que hay que llegar, sino una forma de viajar).

LA FELICIDAD

LA FELICIDAD.
El historiador Will Durant pasó gran parte de su vida en una permanente lucha por alcanzar la felicidad. Según su opinión, esta debería consistir en realizar cosas fuera de lo común, dado que las circunstancias cotidianas de la vida sólo le producían hastío y desilusión. Movido por esta inquietud de buscar lo extraordinario, buscó la felicidad en el conocimiento, y sólo encontró desilusiones. Luego buscó la felicidad en los viajes, y sólo encontró cansancio. Después, en el dinero, y encontró discordia y preocupación. Buscó la felicidad en sus escritos y sólo encontró fatiga.
Una vez, mientras esperaba un tren, vio a un hombre que llegaba a la estación y se acercaba a un banco, donde había una mujer que sostenía en sus brazos a un niño pequeño. El hombre besó tiernamente a la mujer, besó suavemente al niño para no despertarlo, y luego los tres salieron lentamente de la estación. Al presenciar aquella escena, Durant recibió el impacto que le hizo ver la verdadera naturaleza de la felicidad. Se tranquilizó y constató que todas las funciones normales de la vida encierran algún deleite.

EL PLACER

EL PLACER.
Desde que salió del colegio en su juventud, una mujer tenía la costumbre de llevar un diario en el que anotaba las pequeñas cosas de cada día que le daban felicidad, por insignificantes que fueran, porque pensaba que no había día tan triste y sombrío que no le aportaran por lo menos un rayito de luz… A este diario le llamó El libro del placer, y cuando le asaltaba la turbación le bastaba leer unas cuantas páginas para verse feliz de nuevo.
Una anotación de este diario decía: “Recibí una afectuosa carta de mamá. Vi un hermoso lirio en una ventana. Encontré el alfiler que había perdido. Mi marido me trajo un ramo de flores”.

EL DESPERTAR

EL DESPERTAR
Una vez una tigresa atacó un rebaño de ovejas. Al saltar entre el rebaño, dio a luz un cachorro y murió de inmediato. Pero el cachorro sobrevivió y se crió entre las ovejas. Las ovejas pacían y el cachorro hacía lo mismo; ellas daban balidos y el cachorro las imitaba. Con el paso del tiempo, el cachorro se convirtió en un tigre grande. Un día, otro tigre llegó al lugar y atacó el rebaño, pero quedó sorprendido al ver a un tigre pacer entre las ovejas. Lo agarró del cuello, pero el joven tigre comenzó a balar como una oveja. El viejo tigre, sin embargo, lo arrastró hasta una laguna y mostrándole las imágenes de ambos reflejadas en el agua dijo: “Mira, tu forma es similar a la mía. Tú eres un tigre como yo. Como este pedazo de carne”.
Diciendo esto, le puso carne en la boca por la fuerza. Al principio, el tigre joven no quiso comerla de ningún modo. Daba balidos y decía que él era una oveja. Pero cuando sintió el gusto de la sangre, su instinto latente se despertó y comenzó a comer la carne. Entonces, el viejo tigre dijo: “¿Has comprendido ahora que tú eres lo mismo que yo? Por lo tanto, ven conmigo a la selva”.

LA SUERTE

LA SUERTE.
Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una pequeña aldea en las montañas. Su único medio de subsistencia era el caballo que poseían, el cual alquilaban a los campesinos para roturar las tierras.
Todos los días, el hijo llevaba el caballo a las montañas para pastar. Un día, volvió sin el caballo y le dijo a su padre que lo había perdido. Esto significaba la ruina para los dos. Al enterarse de la noticia, los vecinos acudieron a su padre, y le dijeron: “Vecino, ¡qué mala suerte!”. El hombre respondió: “Buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”.
Al cabo de unos días, el caballo regresó a la montaña, trayendo consigo muchos caballos salvajes que se le habían unido. Era una verdadera fortuna. Los vecinos, maravillados, felicitaron al hombre: “Vecino, ¡qué buena suerte!”. Sin inmutarse les respondió: “Buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”.
Un día que el hijo intentaba domar a los caballos, uno le arrojó al suelo, partiéndose una pierna al caer. “¡Qué mala suerte, vecino!”, le dijeron a su padre. “Buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”, volvió a ser su respuesta.
Una mañana, aparecieron unos soldados en la aldea, reclutando a los hombres jóvenes para una guerra que había en el país. Se llevaron a todos los muchachos, excepto a su hijo, incapacitado por su pierna rota. Vinieron otra vez los aldeanos, diciendo: “Vecino, ¡qué buena suerte!”. “Buena suerte, mala suerte, ¡quién sabe!”, contestó.
Dicen que esta historia continúa, siempre de la misma manera, y que nunca tendrá un final.

LA GRATITUD

LA GRATITUD.
Un hombre daba siempre gracias a Dios por los beneficios recibidos, no obstante las adversidades que le habían sobrevenido durante su vida, pues perdió casa, familia y bienes de fortuna. Sus amigos se maravillaban de que, a pesar de todo, tuviese motivos de gratitud, a lo que respondía, tan jovial y optimista como siempre: “Bah, aunque todo lo haya perdido, he de agradecer a Dios que me haya dejado un diente arriba y otro abajo”.

EL FRÍO

EL FRÍO.
Un grupo de personas se había quedado incomunicado por la nieve en un refugio de montaña. Después de algunos días, cuando ya habían quemado todos los muebles, el frío intenso comenzó a preocuparles, y empezaron a debatir lo que podían hacer para sobrevivir en tales condiciones adversas. Después de horas de debate, no habían encontrado ninguna solución, entonces uno de ellos que hasta entonces había permanecido callado se levantó y dijo: “Amigos, creo tener la solución a nuestro problema”.
Como los demás le animaron a que siguiera hablando, el hombre continuó: “Debemos intentar conservar el calor como sea. Y si no podemos hacerlo, también sé lo que debemos hacer”.
Al llegar a este punto, guardó silencio nuevamente. Ante la insistencia de sus amigos, añadió: “Congelarnos”.

LA MADUREZ

LA MADUREZ.
(KRISHNAMURTI)
Para que la madurez exista es absolutamente necesario que haya:
1) Completa sencillez que acompaña a la humildad, no en cosas o en posesiones sino en la cualidad del ser.
2) Pasión, con esa intensidad que no es solamente física.
3) Belleza; no sólo la sensibilidad a la realidad externa, sino sensibilidad a esa belleza que está más allá y por encima de todo pensamiento y sentimiento.
4) Amor; la totalidad del amor, no esa cosa que conoce los celos, el apego, la dependencia; no eso que divide en carnal y divino. La total inmensidad del amor.
5) Y la mente que pueda seguir y que pueda penetrar sin motivo, sin propósito alguno en sus propias inmensurables profundidades; la mente que no tiene límite, que es libre para moverse sin el tiempo-espacio.